FUENTE: RedUNE
Con el título “Superar el marco sectario”, la asociación española RedUNE ha publicado un artículo de César Grau Mompó, colaborador de esta entidad. Grau es abogado, licenciado especializado en Derecho Público, con práctica en Derecho Privado (Valencia, España). Realiza estudios especializados en movimientos ocultistas esotéricos, con investigación personal sobre las sectas gnósticas samaelianas y sobre los rosacruces.
Cuando abandonamos una secta, lo que siempre es un hecho muy positivo en sí mismo, pudiera ser que no nos hayamos recuperado por completo y que, en alguna medida, sigamos cargando con el lastre de ciertos condicionantes psicológicos. Que no hayamos abandonado el marco mental inducido. Hay que prestar atención a esto porque, en no pocos casos, una insuficiente recuperación nos expone a recaer en otras sectas parecidas; o incluso en la misma.
Ante todo, preguntémonos si seguimos concibiendo el cosmos o la vida según los variados clichés de la secta. Y si seguimos utilizando el lenguaje inculcado, y sus conceptos asociados, para aplicarlos a la realidad. Tengamos muy en cuenta que la modificación del lenguaje, y de los conceptos a los que se asocia cada expresión, es una poderosa arma para condicionar nuestro pensamiento. Todos los líderes sectarios acuñan una nueva terminología, toda una jerga, para dejar bien asentada su doctrina. Pues bien, frente a ello no olvidemos que la única terminología válida es la de uso común entre todos los hablantes de un idioma, la que está reconocida y establecida por las academias oficiales de la lengua y por las autoridades científicas competentes.
Sería síntoma indiscutible de una defectuosa recuperación el hecho de que nuestra decisión de abandonar el grupo obedezca meramente al descontento con la dirección de los actuales líderes (sucesores del fundador), a nuestro malestar por la gestión de los mandos intermedios o a nuestra mera incomodidad en el ambiente conformado por los simples adeptos. Si en todos estos casos seguimos pensando que las ideas de la secta no eran malas, sino que estaban mal aplicadas, y que el líder fundador fue un gran hombre, o una gran mujer, cuyos sucesores no están a su altura, no cabe duda de que no nos hemos recuperado de verdad y de que seguimos imbuidos del marco mental de la secta. El abandono, en tales casos, es solo un accidente afortunado que no nos libra de nuestra tendencia a reincidir en este error y a recaer en otro grupo, quizá con postulados parecidos y a veces con orígenes o raíces comunes.
La verdadera sanación psicológica, por contra, exigiría una comprensión real de la naturaleza abusiva del líder fundador y del carácter patológico de la doctrina por él expuesta. Y entender, de manera suficiente, los profundos mecanismos de control mental utilizados así como la sofisticada programación psicológica de que hemos sido víctimas. Y, por supuesto, reconocer que todo lo que nos pareció que iba mal en la dinámica grupal, y que causaba nuestro malestar, era la consecuencia natural e inevitable de esas ideas mórbidas cuyo autor y responsable es el líder fundador. Y es que esa secta, como tantas otras, no fue concebida para hacernos vivir en plenitud, sino para que nos pongamos al servicio de los delirios de grandeza de sus líderes de ayer y de hoy. Es más, tampoco nos habremos recuperado si no somos capaces de reconocernos como meras víctimas, perfectamente comparables con cualesquiera otras que han pasado por las más variadas sectas destructivas.
Si seguimos pensando que esa secta a la que pertenecimos era muy especial, o que “casi no era una secta”, y que de otro modo no se explica que nosotros mismos hayamos podido caer en ella. Si consideramos que habíamos sido “llamados” y que hubo algo mágico o providencial en nuestro encuentro con esa agrupación y no una mera captación. Estas convicciones indican que seguimos teniendo una perspectiva demasiado subjetiva, que persistimos en el auto engaño y que carecemos del valor para reconocer el carácter relativo de nuestra propia experiencia. Que seguimos sosteniendo la versión mística que la secta nos inculcó y que, en definitiva, no comprendemos lo que ha ocurrido.
Los miembros de todas las sectas destructivas han sido inducidos a creer que son muy especiales y que, dada su madurez espiritual, han sido atraídos por la Luz y la Verdad, que no hubo nada aleatorio en ese encuentro (“la casualidad no existe”) y que “cuando el alumno está preparado, el maestro aparece”, o cosas por el estilo. Nos sentimos especiales, y eso halaga nuestro ego, que se complace considerándose escogido y distinguido entre nuestros semejantes. Eso ocurre en todas las sectas, eso han sentido todos los ex adeptos, y nosotros no somos ni mejores ni peores que cualquiera de ellos.
Al abandonar semejante auto engaño, renunciamos a un apoyo ilusorio para nuestra autoestima. A cambio adquirimos humildad e integridad intelectual, adecuada perspectiva para comprender este fenómeno, claridad de ideas y salud mental. Y, con el tiempo, llegaremos a ser realmente fuertes.
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