FUENTE: Aleteia
Con el título “¿Visiones sobrenaturales o trastorno mental? Distínguelo”, el portal Aleteia ha publicado un artículo escrito por el sacerdote español Julio de la Vega-Hazas, integrante de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en el que explica cómo diferenciar los videntes auténticos de los visionarios trastornados, los profetas verdaderos de los falsos. Por su interés, lo reproducimos a continuación.
¿En qué se diferencia un auténtico profeta de uno trastornado y falso? Profeta no significa el que declara el futuro de parte de Dios, sino el que habla de parte de Dios. La predicción es la prueba de autenticidad, pero la mayoría de las veces no era el núcleo del mensaje. El retoque obedece también a que muchas veces no se alega haber visto algo, sino solo haberlo oído.
La cuestión es antigua. La encontramos en uno de los más antiguos libros del Antiguo Testamento, el Deuteronomio. Moisés anuncia al pueblo que, para su guía en el futuro, Dios enviará profetas a su pueblo. Y, claro está, surge la pregunta sobre cómo distinguir a los auténticos de los falsos. “Quizás te preguntes en tu corazón: ¿Cómo podremos saber si una palabra no la ha pronunciado el Señor? Si lo que dice el profeta en nombre del Señor no sucede ni se cumple, esa palabra no la ha pronunciado el Señor” (Deut 18, 21-22).
Aquí tenemos por tanto un primer criterio, siendo probablemente el más claro ejemplo en nuestros días el mensaje de los niños videntes de Fátima. En su mensaje se anunciaron sucesos –el advenimiento de una segunda guerra mundial, el importante papel de Rusia (no sabían qué era: pensaron que era una señora) en el ataque a la fe justo antes de la revolución soviética, etc.– que se han cumplido.
Un segundo criterio lo encontramos en el mismo Deuteronomio: “Si entre vosotros surgiese un profeta, o un visionario de sueños, y te diera señal o prodigio y, aun en el caso de que se cumpliera esa señal o prodigio que te había anunciado, dijera: ‘Vayamos tras otros dioses –que no conoces– y démosles culto’, no escucharás las palabras de ese profeta o vidente de sueños. Es que el Señor, vuestro Dios, os está probando para conocer si realmente lo amáis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma (Deut 13, 2-4).
Es decir, que si lo que anuncia incluye algo contrario a la doctrina o la moral católicas, ese mensaje no puede venir de Dios. El Señor no puede contradecirse, de forma que deje su doctrina en manos de la Iglesia, y a la vez envíe a alguien con un mensaje incompatible con la misma. Más común aún, para discernir, es examinar el motivo del mensaje.
Si se analiza el contenido de los mensajes considerados como auténticos, como son los de Fátima o Lourdes, se concluye fácilmente que, como en el caso de los antiguos profetas, son llamadas a la conversión. Por eso, cualquier pretendido mensaje que se limite a vaticinar próximas catástrofes, sucesos apocalípticos o cosas parecidas, sin incluir un claro mensaje de llamada a la conversión, merece como poco una actitud de recelo.
También lo merecen mensajes en los que se transmite la idea de un Dios vengativo. Los sufrimientos de este mundo que Dios quiere o permite tienen un carácter medicinal, sirven para hacer reflexionar, para invitar a volver a Dios a quien se ha alejado de Él. El juicio final ya llegará, pero no se adelanta en este mundo.
Por otra parte, cuando existe un trastorno mental, los síntomas no se reducen a ser un pretendido visionario. Ciertamente, un profesional de la psiquiatría los detecta y diagnostica con mucha más facilidad y precisión, pero eso no significa que cualquier persona no pueda darse cuenta de que alguien no está en su sano juicio, o si se prefiere en su total sano juicio.
Cuando se trata de personas sin contacto con nosotros, que han adquirido notoriedad, en principio yo recomendaría seguir un consejo sacado del Evangelio: “Guardaos de los falsos profetas (…). Por sus frutos los conoceréis: ¿es que se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos (…). Por tanto, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 15-20).
Si, a raíz de alguna visión, se encuentran frutos de conversiones de personas alejadas de Dios, de confesiones por parte de personas que no acudían a reconciliarse con Dios desde hacía muchos años, aquello tiene buena pinta. Si no, podemos dudar de su autenticidad con motivo; si tuviera efectos negativos –discordias, dudas en la fe, etc.–, se puede concluir con certeza en su falsedad. Además, cuando hay notoriedad, suele mediar el juicio de la Iglesia, sea del obispo local, o sea de la Santa Sede. Conviene saber al respecto que la jerarquía de la Iglesia ha sido siempre muy cauta, tomando medidas de cautela hasta no tener indicios de autenticidad.
Pongamos por ejemplo el del indio Juan Diego, hoy san Diego Cuauhtlatoatzin. La Virgen le pidió que fuera al obispo, pero éste –Juan de Zumárraga– pedía pruebas de autenticidad, y hasta que el indio no vino con su ayate lleno de rosas –fuera de temporada– y con la imagen –Nuestra Señora de Guadalupe– grabada en el mismo, no empezó a tomárselo en serio.
De todas formas, hay casos dudosos, incluso tras haber puesto todos los medios razonables de indagación. Quizás el caso contemporáneo más conocido sea el de la italiana María Valtorta. Había pareceres para todos los gustos. Tras una minuciosa investigación, se concluyó que no había indicios suficientes de autenticidad, pero tampoco pruebas de falsedad. Y, como no había nada contrario a la fe católica, se dictaminó que sus escritos podían utilizarse para la piedad privada si así se deseaba. O sea, que cada cual juzgara según su parecer.
Esto nos dice por lo demás algo interesante. Y es que, en un mundo como el nuestro que quiere certezas para todo, si alguna de estas visiones no contiene nada contrario a la fe, la moral o la vida cristianas, nos viene a decir que no importa demasiado equivocarse sobre su autenticidad. Si Dios quiere que un determinado mensaje se difunda, ya se las arregla para proporcionarnos sellos de autenticidad. Lo sucedido en Guadalupe, Lourdes o Fátima dan buena prueba de ello.
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