"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

miércoles, 3 de junio de 2020

Argentina: un pai umbanda albergaba un arsenal en el lugar de sus rituales.


FUENTE: LM Neuquén

La brigada de investigaciones de la Comisaría 18 de Neuquén (Argentina) logró desentrañar el pasado mes de mayo el accionar delictivo a partir de un apodo que escuchó la víctima tras ser asaltada en el barrio Cuenca XV. Así se llegó a realizar una serie de allanamientos en tomas del oeste y en Confluencia, donde secuestraron un arsenal de armas de grueso calibre. Lo cuentan Guillermo Elía y Natalia Pérez Pertino en LM Neuquén.

Un apodo, Cochi, fue la clave para que los integrantes de la brigada de investigaciones de la Comisaría 18 pudieran desentrañar el robo a un repartidor y así dar con un arsenal en la casa de un pai umbanda de Confluencia, que además de sus trabajos rituales también alquila armas a delincuentes. Todo comenzó el 9 de mayo, pasadas las 20 horas, cuando “el dueño de un local de comidas había cerrado el negocio y, aprovechando que le había entrado un pedido, se encargó de ir a hacer la entrega él mismo”, detalló Dante Catalán, coordinador de delitos de la zona oeste.

El hombre fue en su Fiat Siena hasta una vivienda del barrio Cuenca XV y, cuando llegó, un joven se le acercó por la ventanilla del acompañante y le apuntó con un revólver. Luego se sumaron cuatro más, que también estaban armados, y le exigieron el dinero. Rodeado y bajo amenaza de muerte, el hombre sólo apostó a seguir con vida. Entregó los 3.000 pesos de la recaudación y la comida, pero a los delincuentes con eso no les alcanzó y le llevaron el auto.

Dos se subieron en el Renault 9 en el que andaban y los otros tres en el Siena del repartidor, y alcanzó a escuchar cuando uno de los ladrones le pegó el grito a otro: “Vamos, Cochi”. Luego se dieron a la fuga. Ese apodo fue clave para los investigadores de la Comisaría 18 que tomaron la denuncia, además de algunos otros datos como características físicas que también pudieron aportar otros vecinos que observaron desde la ventana el episodio.

Desarrollo de la investigación

Bajo las órdenes de la Fiscalía de Robos y Hurtos, la brigada de investigaciones de la Comisaría 18 comenzó a trabajar el dato, con las complicaciones que representa hacer tareas de campo en medio de una pandemia donde el aislamiento social es vital. Fue así que con el correr de los días se fue avanzando y se logró identificar dos casas en el barrio Toma Norte, una en Almafuerte y otra, clave, en el barrio Confluencia.

La línea investigativa que habían podido hilvanar daba cuenta de que los autores del robo vivían en dichas casas del oeste pero las armas las conseguían en Confluencia. “Hay un pai que se las alquila”, ese era el dato, y la fiscalía solicitó las órdenes respectivas para concretar los allanamientos. El 21 de mayo, con las primeras luces del día y con el apoyo de efectivos de la Metropolitana, la brigada de investigaciones de la Comisaría 18 concretó cuatro allanamientos.

Hubo tres procedimientos en viviendas de Toma Norte y Almafuerte donde se detuvo a seis jóvenes adultos, pero –y acá un dato que no pasa desapercibido– en ninguna de las casas lograron localizar las armas con las que concretaron el robo al repartidor, tampoco el vehículo. No obstante, en simultáneo, un grupo ingresaba a una casa de calle Paimún al 1300 en el barrio Confluencia. Allí sorprendieron al pai, que junto a su cama tenía una pistola Gloc, considerada arma de guerra, con dos cargadores y 30 cartuchos, y una Bersa calibre 22 con dos cargadores y 13 cartuchos.

En el resto de la casa, los policías secuestraron un arsenal: dos escopetas de doble caño, una carabina automática, otra de hombro, tres pistolas y más un centenar de municiones de diverso calibre y dos silenciadores tipo caseros. Lo cierto es que hubo siete demoras, incluida la del pai y la banda de delincuentes del oeste. Todos fueron puestos a disposición de la fiscalía, que les notificó de la investigación que los involucra. Ahora, a los investigadores y al fiscal les resta atar algunos cabos para poder determinar cómo actuaban y aportar pruebas para formular cargos.

Por su profesión de pai umbanda, encontraron una habitación acondicionada con cabezas de animales, un tridente, una guadaña y otros elementos que estarían vinculados a los rituales. Pero, para sorpresa de los agentes, durante la requisa de todo el predio encontraron manchas de sangre de vieja data, que suponen que podrían ser de animales sacrificados, y armas enterradas, algunas muy viejas, que tenían a su lado un papel con un nombre o una foto. Suponen que se podría tratar de algunos trabajos rituales que hacía el hombre, aunque no descartan que se trate de una suerte de ayuda-memoria para recordar a quienes mantienen deudas pendientes con él.

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