La placa de la plaza dedicada al gran heresiarca Martin Lutero en Roma ha sido destruida recientemente. Inaugurada en 2015 por el entonces alcalde de Roma Ignazio Marino, la plaza Martín Lutero fue un reconocimiento a la figura de uno de los grandes enemigos del catolicismo. Supuso un escándalo para muchos católicos tradicionales el hecho de que en la Ciudad Eterna, símbolo del catolicismo, se dedicase una importante plaza a aquel que tanto daño hizo a la cristiandad con su herejía y su odio al catolicismo.
La plaza, situada sobre la colina Opio, a pocos cientos de metros del Coliseo, la consideran los evangélicos como su patrimonio y símbolo de la apertura de Roma al pluralismo religioso. El vicepresidente de la Alianza Evangélica Italiana, Leonardo De Chirico, ha declarado: “Lamentamos este acto de vandalismo que muestra la falta de valores que se respira y el clima de degradación que vivimos. La ciudad de Roma tiene necesidad más que nunca de una reforma espiritual basada en el Evangelio y la plaza Lutero es un símbolo de este sueño”.
¿Basada en el Evangelio? Jesús instituye a Pedro como cabeza de su Iglesia, con el poder de atar y desatar y la promesa de que las fuerzas del infierno no prevalecerán sobre ella.
Catecismo sobre el Primado de Pedro
Nos recuerda el Catecismo que la Iglesia Católica, basándose en el testimonio del Nuevo Testamento, enseña, como doctrina de fe, que el Obispo de Roma es Sucesor de Pedro en su servicio primacial en la Iglesia universal; esta sucesión explica la preeminencia de la Iglesia de Roma, enriquecida también con la predicación y el martirio de San Pablo.
En el designio divino sobre el Primado como «oficio confiado personalmente a Pedro, príncipe de los Apóstoles, para que fuera transmitido a sus sucesores» se manifiesta ya la finalidad del carisma petrino, o sea, «la unidad de fe y de comunión» de todos los creyentes. En efecto, el Romano Pontífice, como Sucesor de Pedro, es «el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los Obispos como de la muchedumbre de fieles» y, por eso, tiene una gracia ministerial específica para servir a la unidad de fe y de comunión que es necesaria para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia.
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