Por Carlos Esteban | 30 octubre, 2020
Un seguidor de Mahoma mata a tres personas en una iglesia y, en reacción, el alcalde de la ciudad ordena el cierre de todas las iglesias, no de las mezquitas. Ahí está encerrada la razón por la que a Europa le espera probablemente un futuro de sumisión.
Olviden por un momento que el asesino de tres personas en una iglesia católica es musulmán. Olviden, solo por mor del argumento, los principios del islam, su historia, sus mandamientos, su filosofía; imaginen que es cualquier religión, cualquier fe. Imaginen que se trata de adoradores de la diosa Kali o parsis, da igual. Lo realmente relevante, lo significativo, lo que va a decidir nuestro destino como civilización es que ellos tienen algo por lo que morir y nosotros, no.
Cerrar las iglesias, de hecho, es una perfecta prueba de sumisión a todo lo que representa religiosamente el perpetrador del crimen.
En absoluto insinuamos que sea representativo de su fe el crimen que ha cometido, aunque, desde luego, es sencillamente inimaginable el caso contrario hoy. Pero lo evidente es que cerrar los templos de los ‘infieles’ debe de haberles complacido.
No son dos religiones en pugna; es una religión contra una nada. Es un conflicto entre quienes tienen algo por lo que morir y quienes ven en la muerte lo peor que puede sucederles, el mal que hay que evitar a toda costa, a costa de la sumisión, de la rendición, de la vergüenza, de lo que sea.
En nuestro país, España, asistimos impávidos y muy quietos a las más arbitrarias, desmedidas, inconstitucionales, ineficaces y liberticidas medidas de un gobierno que está destruyendo metódicamente las garantías democráticas y nuestra estructura económica. Y todo por una probabilidad ínfima de morir a causa de un virus (lo de “ínfima” no es negacionismo mío: mire las cifras oficiales y haga usted mismo los cálculos).
El error fundamental de nuestro tiempo es contar solo con lo cuantificable. Si nos fijamos en eso, podemos ver que (aún) somos en nuestras tierras mucho más que los abanderados de la ajena religión, que somos mucho más ricos, mucho más avanzados, con instituciones y leyes y tecnología mucho más sofisticadas. ¿Qué tenemos, entonces, que temer?
Todo, porque lo que en última instancia va a decidir el futuro no es la riqueza de medios de que se disponga, sino la voluntad de luchar. Y Occidente ha perdido la suya cuando perdió la fe que le daba su sentido.
(https://infovaticana.com/2020/10/30/el-alcalde-de-niza-ordena-el-cierre-de-las-iglesias-tras-el-atentado-islamista/?fbclid=IwAR3YlSctGaNVaES4VZaEwizqayxgOwS18HaOuNhhf-VUd43nv12juCnVq8c)
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