FUENTE: Diari d’Andorra
La comunidad de los testigos de Jehová de Andorra la conforman unas 180 personas. Es como una gran familia con sus propias normas internas, muy estrictas, con una justicia interna que la mayoría de fieles ignoran, según revela Joan Ramon Baiges en el Diari d’Andorra. Una secta para algunos, una religión para otros... lo cierto es que no se sabe gran cosa de su funcionamiento interno, muy duro para aquellos que intentan dejar la comunidad, como es el caso de algunos miembros de los testigos de Jehová de Andorra, que están sufriendo confusión mental después de tantos años de adoctrinamiento.
Los interlocutores que hablan con el Diari lo hacen desde el anonimato. Los medios de comunicación son un peligro, les advierten desde su organización. La situación que sufre uno de ellos es complicada, porque teme que con esta “justicia paralela” puedan destruir su vida. Si se le somete a un juicio y es expulsado, toda su familia y amigos le dejarán de hablar, quedará aislado en un mundo donde los seguidores de este movimiento lo son todo: padres, hijos, esposa, suegros o amigos. El dilema es muy intenso.
De estos 180 miembros de Andorra la mayoría son personas que creen ciegamente en la severa interpretación de la Biblia. “Los de abajo del todo son unos ignorantes que desconocen la mayoría de información de cómo funcionan los testigos de Jehová, son buenas personas y es bueno que nadie los estigmatice porque son ciudadanos como el resto, con virtudes y defectos”. El problema es la jerarquización: “Es penoso el trato que dan a sus miembros cuando no obedecen sus reglas. Son capaces de echar de casa o hacerle el vacío a un hijo o hija LGTBI cuando asume su condición, y son capaces de permitir morir alguien al negarle la transfusión de sangre, y de expulsar del Salón [del Reino] al que salve su vida por una transfusión”.
Lo sabe bien nuestro interlocutor, que vivió con desesperación un trágico episodio cuando su hija de seis meses estuvo a un paso de la muerte. Era a principios del año pasado. Una picadura de mosquito le provocó una anemia y los médicos de Barcelona comunicaron al matrimonio que la única opción era la transfusión de sangre, y que era cuestión de horas el salvar al bebé. No se lo pensaron y firmaron el consentimiento, con miedo a las consecuencias como seguidores de los testigos de Jehová. Cuando volvieron a Andorra, los esperaban los ancianos (los que mandan en cada congregación) y ya estaban enterados del acto médico. Por suerte no pasó de una seria advertencia a pesar de que los miembros tienen unas normas muy estrictas, como no fumar o no poder celebrar cumpleaños.
En Andorra funcionan tres congregaciones, según el idioma: catalán, español y portugués. Cuando hay que tomar medidas coercitivas se revisten como un acto de amor para intentar salvar la persona que quiere volver a la sociedad teocrática (la secta). “Todo tu mundo son las personas con las que convives, que te dejan de hablar, incluso la familia. Hay ancianos que no conocen sus nietos”. Terrible.
Aunque formalmente los testigos defienden la igualdad entre sexos, en la realidad hay un consentimiento encubierto de que se pueda agredir a la mujer hasta un cierto nivel. En Andorra se dio el caso de una mujer que denunció la agresión de su pareja y finalmente fue ella, la víctima, quien fue expulsada de esta pseudoiglesia.
Las normas internas de la comunidad vulneran la legalidad: por ejemplo, el artículo del derecho a la familia de la Convención de los Derechos Humanos, por no decir todo lo que tiene que ver con la igualdad de género y los casos de pederastia que se han destapado en ámbito mundial. En el caso de este matrimonio andorrano podían perder la custodia de la hija si se negaban a la transfusión de sangre, y un comité ético de médicos habría decidido por ellos y obviamente el bebé habría recibido el tratamiento adecuado.
Un vídeo de producción interna de la confesión religiosa muestra que efectivamente la familia se ha de alejar del pariente expulsado. En la grabación se narra la historia de una chica que, al cumplir la mayoría de edad, es expulsada de su casa. “Mi padre me explicó que no podía seguir viviendo con ellos. Porque yo no quería cambiar mi estilo de vida. Me dijo que yo era una influencia negativa para mis hermanos más pequeños”, explica la protagonista. Los testigos no tienen diferencias por países, todos se rigen por las mismas normas y por una jerarquía que la mayoría desconoce y que dirigen ocho personas desde Estados Unidos.
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