"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

miércoles, 7 de octubre de 2020

Lepanto, el día que España frenó al Islam



 ¡¡¡¡¡LEPANTO!!!!:  EL DIA QUE  ESPAÑA FRENÓ AL ISLAM

Tal día como hoy, pero de 1571, tiene lugar la Batalla de Lepanto, combate naval acaecido en las aguas del golfo de Lepanto (actual Golfo de Corinto, Mar Jónico), entre la flota del Imperio otomano y la flota de una coalición de fuerzas cristianas coaligadas en la denominada Liga Santa que obtiene la victoria. La batalla dura 5 horas y se calcula que en ella mueren 35.000 hombres. Tras esta derrota, los turcos pierden la hegemonía en el Mediterráneo

Hubo un momento, a lo largo del día 7 de octubre de 1571, en que el curso de la historia quedó suspendido a la espera de que el pulso entre una espada y una cimitarra decantara el destino de las civilizaciones hacia Oriente u Occidente. Nunca hasta entonces tanta potencia de guerra, tantos hombres y tan formidable maquinaria bélica se habían congregado en un campo de batalla para dirimir la suerte del mundo, y no volvería a ocurrir un episodio tal de destrucción masiva hasta la I Guerra Mundial. 

Aquel día de otoño, dos potentes flotas de guerra se alinearon frente a frente ante la costa griega. Unos 600 barcos, casi tres cuartas partes de todas las galeras del Mediterráneo, fueron dispuestos en dos líneas paralelas a lo largo de unos seis kilómetros y medio. Embarcaban a unos 140.000 hombres entre arcabuceros, marineros, galeotes encadenados a los remos, artilleros y soldados. Y también a una mujer, María la Bailaora, que se había enrolado por amor escondiendo su condición. Todos eran conscientes de que la alternativa era vencer o morir

Una conflagración de tal nivel había tardado medio siglo en gestarse. Quizás el primer chispazo fue la conquista de Rodas por Solimán el Magnífico, en diciembre de 1521, tras un largo asedio y encarnizadas guerras de trincheras. La rendición de los caballeros hospitalarios de la orden de San Juan fue el principio de un lento pero continuado retroceso de los cristianos. .La invasión otomana de Nicosia fue la espoleta más cercana

La batalla de Lepanto era en cierto modo inevitable, y sin embargo estuvo muy cerca de no producirse. Al prudente rey de España, Felipe II, poco o nada le interesaba defender los intereses de Venecia, un aliado infiel y oportunista, y menos aún arriesgar su escuadra; al Papa Pío V la amenaza turca le quitaba el sueño, pero carecía de medios para enfrentarse a su potente armada; y la antaño orgullosa flota veneciana era una sombra de lo que fue. Las negociaciones encallaron una y otra vez a causa de los recelos históricos entre sus integrantes y el esfuerzo exigido a cada uno. Finalmente, España se avino a aportar la mitad de los medios de la Liga Santa, Venecia un tercio y el Vaticano un sexto.

Cuando, tras conseguir un acuerdo casi imposible, la flota finalmente zarpó, su almirante supremo, Juan de Austria, había recibido instrucciones muy claras de no poner en peligro sus naves bajo ningún concepto. Para colmo, a principios de octubre, cuando la flota se encontraba frente a Corfú, una trifulca entre marineros venecianos y soldados españoles e italianos fue reprimida con dureza por el almirante veneciano Venier colgando a sus cabecillas, lo que desató las iras de don Juan, quien amenazó con abandonar la empresa. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Las galeras venecianas y españolas a punto estuvieron de masacrarse mutuamente antes de reconducirse la situación.

Si, finalmente, se produjo la batalla fue por un cúmulo de circunstancias. Una, la sed de gloria de Juan, hermano bastardo del rey de España, que le llevó a involucrarse a fondo en los preparativos olvidando las consignas recibidas de prudencia. Otra, las noticias llegadas de Chipre. Después de resistir durante casi un año con sólo 7.000 hombres el asedio de 150.000 turcos, el bravo defensor de Famagusta, Marco Antonio Bramadino, tuvo que rendir la plaza a Mustafá Pachá. Este, airado por la pérdida de 60.000 guerreros otomanos en el sitio y por la arrogancia del veneciano, ordenó asesinar a sus oficiales e infligir terribles torturas al propio Bramadino antes de desollarlo, rellenar su pellejo con paja y pasear el monigote por la ciudad para escarnio de la población vencida. Su martirio indignó a los cristianos y disipó sus recelos.

Además, ambas partes habían recibido informes erróneos minusvalorando la potencia del rival. Desde el lado turco, su almirante Alí Pachá confiaba plenamente en la superioridad táctica y numérica de su escuadra, que tantas veces antes había hecho prevalecer sobre los infieles. Días antes, uno de sus corsarios había conseguido infiltrarse en el puerto de Mesina, punto de reunión de la escuadra cristiana, y contó no más de 140 barcos. Se le pasaron por alto, sin embargo, las 60 galeras venecianas amarradas aparte. Tal era su seguridad en la victoria que desdeñó el consejo de hacer valer la excelente posición de su flota en el inexpugnable puerto de Lepanto y ordenó a sus capitanes hacerse a la mar al encuentro del enemigo.

Así pues, al amanecer de aquel 7 de octubre de 1571, los vigías de la 'Real', la nave de don Juan de Austria, divisaron desde la cofa una vela, luego dos, e instantes después muchas otras hasta desplegarse ante ellos una flota "grande como un bosque". El orden de batalla cristiano, cuidadosamente ensayado, consistía en disponer las naves en tres escuadrones; el central, compuesto por 62 galeras, al mando de don Juan; a la izquierda, el veneciano Agostino Barbarigo con 57 galeras, y a la derecha el genovés Doria con 53. Un escuadrón de reserva, a cargo del español Álvaro de Bazán, se situó detrás para acudir en ayuda del primero que flaquease.

Frente a ellos, Alí Pachá, en el puente de la 'Sultana', optó primero por disponer sus 280 galeras en forma de media luna, pero ante la complejidad de mantener la posición pronto la sustituyó por otra línea recta desplegada frente a la cristiana. Su objetivo era sencillo: aprovechar la mayor ligereza y agilidad de sus naves para deslizarse entre los bajíos de la costa griega y los barcos de Barbarigo, rebasarlos y efectuar una maniobra envolvente para acometer a la flota cristiana por su flanco, más desprotegido. Contaba a su favor con un suave viento que le daría más velocidad.

Don Juan de Austria, por su parte, se guardaba un par de ases en la manga. Había llevado consigo seis pesadas galeazas, fortificadas y armadas de potentes cañones, que mandó disponer aisladas ante su flota. Además, había ordenado serrar la punta de los espolones de sus galeras, lo que le permitió apuntar más bajo sus cañones y acortar el tiro.

De pronto el viento roló hasta convertirse en una ligera brisa de poniente, favorable a los cristianos. En la galera ‘Marquesa’, un joven voluntario llamado Miguel de Cervantes, enfermo de fiebres, se levantó del catre para comandar a un destacamento de soldados. En la 'Real', don Juan mandó quitar los grilletes a los galeotes cristianos, prometiéndoles la libertad si vencían, y esposar a los moros, asegurándoles la muerte si se hundían. Luego ordenó atacar y ambas escuadras se lanzaron una contra la otra con ímpetu asesino.

Durante los albores del combate las naves capitanas de Ali Pacha y don Juan de Austria se embistieron mutuamente quedando enganchadas por sus arietes, lo que conviirtió a los barcos en un campo abierto de batalla. Un momento decisivo que supuso el principio del fin de los turcos fue cuando Ali Pacha, herido durante el combate fue decapitado por un galeote español, lo que descabezó –literalmente- los ejércitos otomanos.

Tras horas de lucha y cuando las brumas del combate se dispersaron el panorama que se pudo ver era desolador: de la armada turca apenas quedaban 50 naves sin daños definitivos y las bajas otomanas sumaban alrededor de 25.000, además de unos 15.000 heridos. Hay que añadir que durante las escaramuzas de la batalla, entre 15 y 20.000 galeotes cristianos que remaban en las naves turcas lograron escapar y liberarse, atacando a los turcos y sumándose a los efectivos cristianos.

Miguel de Cervantes estuvo allí –es bien conocido y es, acaso, lo más incuestionable que sabemos de él-, pero ignoramos cuales fueron los motivos que realmente le llevaron a viajar a Italia, donde se alistó en el Tercio y desde donde embarcó como un soldado más de aquella gran flota armada y sostenida por la Corona de España, los Estados Pontificios y la República de Venecia, además de contar con las aportaciones, en mayor o menor escala, de la Orden de Malta, Génova y el Ducado de Saboya, en la denominada Liga Santa.

Grandes hombres, indudablemente cualificados, participaron en el furioso combate que se desarrolló entre las siete de la mañana, hora en que ambas escuadras se divisaron, hasta la puesta de sol: Don Juan de Austria, D. Álvaro de Bazán, D. Alejandro Farnesio, D. Luis de Requesens, D. Juan Andrea Doria, Sebastián Veniero y Marco Antonio Colonna, sin olvidar, por supuesto, los miles de soldados anónimos que, como Cervantes arriesgaron su vida o la perdieron en la lucha.

Así describe el terrible choque el cronista Cabrera de Córdoba:

Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba... El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. El mar envuelto en sangre, sepulcro de muchísimos cuerpos que movían las ondas, alteradas y espumeantes de los encuentros de las galeras y horribles golpes de artillería, de las picas, armas enastadas, espadas, fuegos, espesa nube de saeta... Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos.

DESARROLLO DE LA BATALLA

A las 7 de la mañana, la vanguardia de la flota cristiana entró en el golfo de Patrás y el comandante en jefe de la flota, Don Juan de Austria avistó ,al este ,a la flota otomana en orden de combate . Entre las dos flotas, cerca de 600 barcos , la mayor batalla naval de la historia estaba a punto de comenzar.

El ala izquierda cristiana estaba formada por las naves venecianas , las más rápidas y maniobreras. El objetivo era impedir cualquier intento enemigo de bordear y embolsar a la flota de la Liga Santa

La estrategia inicial de Alí Pachá, era evitar el potente fuego cristiano y flanquear la línea enemiga por ambos lados. En el centro, el propio comandante, fijaría las posiciones cristianas mediante las reservas que mantenía a su retaguardia.

Juan de Austria supo ver lo que se proponía Alí Pachá, y situó por delante de su posición central, la poderosa escuadra de galeazas. Esta naves con gran potencia de fuego, incluso estaban adaptadas para el momento de máxima exigencia y Don Juan había ordenado eliminar sus espolones de proa para adelantar lo más posible la artillería , favoreciendo la eficiencia de los cañones cristianos. Además, a diferencia de Alí Pachá, Don Juan mantuvo sus reservas a retaguardia, y dispuso que Álvaro de Bazán estuviera dispuesto a controlar las posibles brechas que se pudiera producir en la línea de combate

A las 11 de mañana, ambas flotas ya estaban dispuestas a iniciar el fuego. Las naves de Barbaringo y de Sirocco, fueron las primeras en entrara en combate. El escuadrón cristiano atrapó al turco e incluso su comandante fue herido mortalmente, Sirocco murió. Las acciones de las galeazas, con viento a favor, permitió un rápido desbordamiento de las naves de Sirocco y ya todo fue fácil para el escuadrón veneciano, mucho más rápido y su mayor maniobrabilidad permitió atrapar al escuadrón turco contra la costa, en la punta de Scorfa. El ala izquierdo otomana resultó completamente aniquilada. Los soldados turcos fueron abatidos en sus propias naves o incluso perseguidos por tierra. La batalla había comenzado con gran éxito para la escuadra cristiana.

A las 12 de la mañana, continuó el combate por el centro de las dos escuadras. En el centro estaban las dos naves capitanas dirigiendo a lo mejor de los dos ejércitos. Las naves turcas rompieron la línea cristiana y avanzaron por el centro en busca e la nave capitana de Don Juan de Austria. Esta arriesgada maniobra, fue neutralizada en parte por la artillería cristiana que causó muchos daños en las galeras enemigas, pero fue tal el ímpetu de las naves otomanas que después de penetrar en el interior de la vanguardia cristiana se lanzaron al abordaje.

El desorden era total, apenas se veía, las naves apenas superaban 2 ó 3 metros sobre el nivel del mar; y el humo de los disparos e incendios dificultaba todavía más la visión; el lio de naves y mástiles que se cruzaban sin ningún orden de batalla era total y la visión nula. El combate continuaba y las naves pequeñas tuvieron en este momento crítico, una importancia vital. Actuaban de enlace y de transporte de infantería donde se precisaba para controlar las brechas o para infiltrase en la líneas enemigas

La situación era épica, se iban a enfrentar la nave Real de Don Juan de Austria con la nave Sultana de Alí Pacha. El duelo entre los dos comandante había comenzado.

La situación también era crítica. En aquellos largos momentos se estaba decidiendo el destino de occidente, la espada contra el alfanje, la cruz contra la media luna. Don Juan estaba en su combate personal con Alí Pachá y no podía ejercer las funciones de comandante en jefe de la flota de la Santa Alianza. En este momento, Álvaro de Bazán, al frente de la escuadra de reserva, toma la iniciativa y entra con sus naves por el centro en dirección a la nave Sultana.

La Sultana se había dirigido directamente contra la Real y la embistió en la amura con su enorme espolón. Las dos naves quedaron unidas por lo garfios y se produjo el abordaje definitivo. La sultana recibía continuos refuerzos de las numerosas naves cercanas; la Real se había quedado bastante aislada de su flota y sólo contaba con el apoyo de la galera veneciana de Sebastián Venier. Aunque los arcabuceros españoles hacía de las suyas, el mayor número de tropas musulmanas hacía pensar que la nave Sultana iba finalmente a derrotar a la Real de Don Juan de Austria. Afortunadamente, las naves de reserva de Álvaro de Bazán llegaban a la línea de combate y destrozaban gran número de galeras turcas hasta llegar a la altura de las Real.

Ahora iba a llegar el momento crítico que hace ganar o perder las batallas. Juan de Austria iba a lanzar su último ataque con todo lo que le quedaba, reunió las galeras próximas a la Real y se dirigió al abordaje definitivo de la Sultana. Alvaro de Bazán mandó una oleada de infantería del tercio de refresco que entraron en la galera de Alí Pachá a sangre y fuego con la furia de un huracán.

Pero un instante de suerte iba a desnivelar la balanza a favor de los cristianos; un disparo de un arcabucero dio en la cabeza de Alí Pachá y cayó fulminado al instante. Reconocido el cuerpo del comandante de la flota otomana, su cabeza degollada fue clavada en una pica a modo de estandarte lo que desconcertó a las tropas musulmanas .Los otomanos al ver la cabeza de su líder clavada en una pica se desmotivaron y cedieron rápidamente posiciones ante el empuje creciente arrollador de las tropas de la alianza.

La batalla iba a continuar un poco más, ya que las escuadras del ala izquierdo, comandadas por Uluj Alí, estaban intentado flanquear las galeras de Andrea Doria y este les seguían con sus naves cerrándoles el paso , e impidiendo la maniobra de embolsamiento. La maniobra desesperada acabó mal para los musulmanes cuando fueron abordadas por las 53 galeras de Andrea Doria y algunas más de la Orden de Malta. Las reservas de Álvaro de Bazán , ya libres después de aniquilar la Sultana, fue a reforzar la línea de combare de Andrea Doria lo que produjo finalmente a huída de la escuadra de Uluj Alí.

Eran las 4 de la tarde cuando las naves cristianas convergieron todas sobre el ala izquierda otomana para aniquilar los restos de la escuadra del Imperio Otomano. Aunque todavía hubiera muchas galeras cristianas ocupadas en dar caza a otras turcas que trataban de escapar solitariamente, se puede dar por concluida la batalla a las 4 de la tarde..

Habían transcurrido 4 horas de batalla y ya todo había terminado.

El arrojo y determinación que demostraron las tropas cristianas fue determinante para lograr la victoria que fue total. El mérito principal de la victoria estuvo en el mando. Don Juan de Austria demostró en todo momento ser digno de la alta responsabilidad que tenía y su táctica resultó acertadísima y los venecianos lo reconocieron.

En cuanto a heroísmo, puede decirse que fue general, tanto en las tropas veteranas como bisoñas. En las fiestas de la noche de la victoria se pudo comprobar que uno de los soldados que lucharon con más bravura se trataba de una mujer. Por ello, se le concedió plaza en el Tercio de Lope de Figueroa.

Las cifras, mas o menos, fueron las siguientes;

Pérdidas de la armada cristiana: 40 galeras; 7.600 muertos y 14.000 heridos.

Se liberaron unos 12.000 cautivos cristianos y se tomaron 170 galeras –60 de las cuales ya solo servían para leña– además de 20 galeotas, y unos 5.000 prisioneros.

Las bajas en la parte musulmana se calculan entre 25 y 30.000 muertos.

LAS FRASES

Acontecimientos de la dimensión del de Lepanto suelen llevar acarreados una serie de frases de algunos de sus protagonistas - habitualmente tan grandilocuentes  como apócrifas – que pasan a la posteridad. Sin entrar a valorar la certeza de las mismas, he aquí algunas de ellas:

“Basta ya de palabras y consejos, es hora de luchar” Juan de Austria

"Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad". Juan de Austria

"la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros" Miguel de Cervantes

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