El Tarot tiene su origen en los siglos XII y XIII. Se compone de 78 cartas, y en sus comienzos, se reemplazaban por pendientes. La historia señala que el rey Carlos VI de Francia acudía a esta práctica antes de realizar cualquier acto de gobierno.
Como este monarca europeo, muchas personas no inician la nueva jornada sin antes leer el horóscopo. Hay quienes, entre sus costumbres habituales, asumieron el consultar toda suerte instrumentos ocultos con el propósito de saber qué ocurriría mañana o en el futuro.
Preocupa que hoy día abundan mensajes— muchísimos en Internet— promocionando este tipo de servicios.
Natalya Busquets me escribió desde Chile: “Desde que fui a que me leyeran las cartas, mi vida entró en franco deterioro. Nada sale bien. Es como si hubiese caído sobre mi vida la sal”. Eso es comprensible. Cuando buscamos conocer más sobre lo oculto o bien, cuando buscamos ayuda para nuestros problemas, fuera de Dios, sin duda pagaremos las consecuencias.
La práctica del ocultismo no es algo nuevo
Hoy quizá muchas personas se escandalizan con las cartas del tarot, pero desde la antigüedad se propagaron costumbres ocultistas que comenzaron a permear las altas esferas del gobierno y contaminaron al pueblo.
El pueblo de Israel era muy dado a adorar dioses y consultar los muertos en procura de conocer el futuro, práctica que muchas personas que se llaman creyentes practican hoy día.
Esta costumbre es contraria a las pautas de vida cristiana ya que Dios a través del autor sagrado advirtió: “No recurran a espíritus y adivinos. No se hagan impuros por consultarlos. Yo soy el Señor su Dios.” (Levítico 19:31. Nueva Versión Popular “Dios habla hoy”).
El mundo de las tinieblas no puede ni podrá jamás hacer milagros. Esos milagros sólo los hace Dios. Pedir prosperidad o quizá mejoramiento en las relaciones sentimentales no hace otra cosa que abrir puertas al mundo de maldad.
Una historia triste de una persona real
Hace pocos días me escribió desde México una chica atribulada. Su padre había muerto trágicamente en un accidente de tránsito. “Fue un incidente muy absurdo. El auto era nuevo pero perdió los frenos”, decía.
A continuación me explicó que su padre tenía prácticas ocultistas y que, en alguna ocasión, les dijo que vendió su alma al diablo a cambia de prosperidad.
“Temo que esas maldiciones nos alcancen a todos”, escribía en su mensaje.
Le expliqué que era esencial que, en oración, renunciara a toda contaminación espiritual, pactos y maldiciones y que reconociera y declarara a Jesús como Señor y Salvador de su vida.
Quizá usted nos visita por primera vez. Le animamos a confiar únicamente en Dios. Él es la fuente de poder que transforma las personas y las circunstancias. Nuestro amado Creador es el único que puede cambiar favorablemente en curso de nuestra historia.
El paso esencial es depositar toda nuestra confianza en manos de Dios. Él, como amoroso Padre, conoce nuestro mañana y –si estamos en el centro mismo de Su voluntad— conducirá nuestros pasos por el sendero de victoria, asegurando que todo cuando emprendamos salga bien.
Al respecto escribió el salmista: “En tu mano están mis tiempos; Líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores.” (Salmos 31:15).
A las puertas de un nuevo año, someta sus planes y proyectos en manos del Señor. Lo que muchos llaman “buena suerte” y que los cristianos conocemos como “bendición de Dios” estarán de su parte...
Tal vez no ha tomado la decisión más importante
Es probable que no haya recibido a Jesucristo en su corazón. Recuerde que esa es la decisión más importante en la vida de todo ser humano.
Si no lo ha hecho, hoy es el día para que lo haga. Basta que eleve una oración sencilla, incluso allí donde se encuentra. Dígale: “Señor Jesucristo, te recibo como mi único y suficiente Salvador. Gracias por perdonar mis pecados en la cruz y darme la vida eterna. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
¡Lo felicito! Ha dado el paso más importante de su existencia. Ahora le invito para que: primero, haga de la oración un principio de vida diaria. Orar— recuérdelo siempre— es hablar con Dios; segundo, lea la Biblia para que aprenda principios dinámicos que le llevarán al crecimiento personal y espiritual, y tercero, comience a congregarse en una Iglesia (la Única Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo es la Iglesia Católica).
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