"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

martes, 6 de octubre de 2020

La historia de un mormón colombiano que terminó convirtiéndose al catolicismo

 

Nació en Bogotá (Colombia) y creció al amparo de la abuela, pues su madre –de 17 años en el momento del parto– resistía el asumir responsabilidades. Hoy, con 46 años, Juan Francisco Arias conversa con Portaluz sobre aquellos años de carencias, junto a esta abuela “estricta” que le cuidaba “lo mejor que podía”. Pero también nos habla de “gratitud” por las intervenciones de la Virgen María que modelaron su historia de fe. “La Santísima Virgen nos cubrió con su manto”, puntualiza Juan Francisco. Lo cuenta en este artículo Ana Beatriz Becerra.


En el hogar de infancia el sustento económico lo llevaba su tío, quien era dueño de una importante fábrica de ropa en la Colombia de los años 70. Pero cuando esa empresa quebró, recuerda que se sucedieron una serie de otras situaciones de incertidumbre; como aquella noche oscura y lluviosa a los 8 años de vida en que supo una dolorosa verdad: “Yo no era nieto de mi abuela, mi mamá tampoco era hija de ella, éramos por adopción, pero no una adopción legal”, recuerda.


Formado en la fe de los mormones


Pero el vínculo emocional entre este nieto con su abuela nunca se quebró, incluso cuando él debía pasar varias horas del día sin verla porque la falta de recursos obligaba a que ella saliera “a hacer trabajos en hogares, a cocinar a planchar, a hacer la limpieza para podernos sostener económicamente”. Esto sucedió después de que se dañara la relación con el tío, quien los había llevado a Medellín, donde comenzó a participar en negocios lucrativos, pero no legales. “Mi abuela al darse cuenta como era la situación dijo que esa no era la vida que yo necesitaba y nos fuimos”, comenta Juan Francisco.


Gran parte de su niñez y adolescencia participaban de la Iglesia protestante y en ocasiones del culto mormón. A los 20 años Juan Francisco decidió pertenecer cien por ciento a la secta de los mormones, cumpliendo –dice– con devoción las normas establecidas por la comunidad mormona, excepto en lo que se refería a la Coca-Cola, cuyo consumo no lograba resistir. “Me levanté en toda la formación mormona desde el principio, cumpliendo todos los ritos y la carrera que se debe llevar en la comunidad mormona”.


Juan Francisco revela durante la entrevista algunas particulares costumbres y prácticas que vive un mormón: “Dentro de la iglesia mormona es muy marcada la división entre hombres y mujeres, tanto que los hombres comenzamos muy temprano lo que se llama el sacerdocio aarónico, desde los 12 años, hasta llegar al sacerdocio mayor que es cuando se cumplen los 18 años. Yo era muy activo dentro del adoctrinamiento y las enseñanzas, había muchos actos cívicos y culturales”.


Francisco reconoce que él era un hombre que cumplía en lo social con lo que se esperaba de él como mormón, adhiriendo a “esos dogmas de fe, de la ley para hombres que debíamos cumplir...”. Pero cuando llegó su momento de salir como misionero, lo rechazó. “No lo cumplí porque mi abuela estaba muy viejita y dependía de mi”, recuerda. Tiempo después, aunque había pasado todas las etapas para alcanzar el sacerdocio mayor, tampoco pudo lograrlo pues nuevamente por cuidar a su abuelita dejó de asistir a la “conferencia de distrito que era donde recibía la bendición final para ser sacerdote o tener el cargo de sacerdocio mayor”.


Tomando distancia


Comenzaba así un proceso de confrontar los errores de la fe del mormón, que se intensificó al ingresar a la universidad. “Al interior de la iglesia mormona se determina el tema de la bigamia, no puedo tapar el sol con un dedo porque eso se dio, es algo con lo que yo no voy, otras cosas que yo encontré son indicar el tema de que la Biblia es hasta un punto correctamente traducida y a partir de otro punto se empieza a tergiversar, ya no voy con ese dogma”, destaca Juan Francisco.


Luego, el impacto espiritual que vivió al morir su abuela terminó por demoler aquella adhesión a los mormones, cuyas creencias no ofrecían respuestas convincentes para él. Y entonces, cuando se encontraba viviendo en aridez existencial, un compañero de trabajo le presentó a una mujer, Ángela, que sería puente para su conversión y con quien contraería matrimonio. “Ella era totalmente rezandera, apegada a la Virgen y eso hizo que durante los tres años y medio que duró el noviazgo, yo me fuera acercando levemente al catolicismo”.


La unión sacramental entre Francisco y Ángela fue posible gracias a una dispensa papal, dado el historial mormón de Francisco. “Nos casamos por la Iglesia Católica con dispensa. La Virgen ya estaba empezando a ocupar una parte de mi corazón y a ella consagramos el matrimonio; (...) aunque en ese momento yo aún no era católico pues digamos que eso se fue dando; diría que ha sido como un proceso de osmosis, donde mi esposa me fue pasando esa humedad y yo la fui recibiendo en mi corazón”, confidencia.


El poder mediador de María Auxiliadora


A las trece semanas de embarazo su esposa padeció un aborto espontáneo y en el dolor, buscando respuestas, anhelando ayuda, peregrinaron al Santuario María Auxiliadora de Marinilla (Antioquía, Colombia). “Cuando empezamos a subir se nos aparecieron unas mariposas, nos habían dicho que las mariposas aparecían cuando la Virgen hacía presencia en nosotros, pobres mortales”, relata Juan Francisco y prosigue narrando... “Cuando llegamos a la cima de esa montaña, yo le prometí a la Virgen que si nos regalaba nuevamente la ilusión de tener un hijo yo me iba a convertir al catolicismo”. Días después de esta peregrinación Juan Francisco fue enviado a un breve viaje laboral hasta Israel. Y fue estando allí, en Tierra Santa, cuando llegó la respuesta de la Santísima Virgen: “Me llama mi esposa a decirme que estaba embarazada”, recuerda con alegría.


Fue un embarazo tranquilo, nació la primera hija y así, este signo del poder mediador de la Santísima Virgen María alentó la conversión de Juan Francisco. Pero aún no se animaba a pedir formalmente su ingreso, formarse y recibir los sacramentos. La Virgen tuvo paciencia y un día volvió a escuchar a Juan Francisco pidiéndole un nuevo favor: “Me subí hasta el santuario de la Virgencita a pedirle que concretara una oferta laboral… dicho y hecho, me llamaron y viajé a Bogotá a firmar contrato. ¡Qué más le podía pedir a la Virgen!” Después de esto –dice– ya no puso más reparos y cumplió lo prometido. “En la misma iglesia donde nos habíamos casado realicé todos mis sacramentos de iniciación en la vida cristiana, con tan bella compañía de mi hija de siete meses, esa noche hicimos todo: el bautizo de ella, el mío, mi primera comunión y confirmación, a mis 35 años”.


Desde entonces hasta hoy ha vivido momentos de tibieza espiritual y tiene conciencia de haber “ofendido mucho a nuestro Señor y a la Santísima Virgen María y si no es porque se atraviesa Emaús en nuestro camino, la verdad no estábamos en esta tierra...”. Su madurez en la fe llegó precisamente tras asistir al retiro espiritual en la comunidad católica Emaús y recibir la dirección espiritual del padre Gerardo Piñeros, sacerdote de la arquidiócesis de Medellín. “Fuimos buscando respuestas y sentimos ese calor del padre que nos dijo: Todo va a estar bien, no se desesperen, pero todo es en el debido tiempo del Señor, no es en el tiempo de ustedes”, testimonia Juan Francisco.

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