FUENTE: Religión Digital
José Luis Vázquez Borau, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), ha publicado recientemente en el portal español Religión Digital un artículo titulado “¿El Evangelio de la Prosperidad o el Evangelio de la Navidad?”. Lo reproducimos a continuación.
Se viene difundiendo en todo el mundo, desde hace décadas, por parte de movimientos evangélicos y ministros neo-carismáticos, una «teología de la prosperidad», que en términos religiosos viene a decir que «la opulencia y el bienestar son el signo de la predilección divina que se consigue mágicamente con la fe». Este evangelio coloca el bienestar del creyente en el centro de la oración y transforma a su Creador en aquel que hace realidad sus pensamientos y deseos. El peligro de esta forma de antropocentrismo religioso, que pone en el centro al ser humano y su bienestar, es el de transformar a Dios en un poder a nuestro servicio, a la Iglesia en un supermercado de la fe, y la religión en un fenómeno utilitarista y eminentemente sensacionalista y pragmático.
Esta teología que surge del liberalismo económico nació en Estados Unidos pero se ha extendido en África (Nigeria, Kenia, Uganda y Sud-áfrica); en la República Popular China, gracias a las Iglesias de Wenzhou, regidas por empresarios locales; en América latina, gracias al uso de la televisión por parte de pastores carismáticos que hacen una lectura de la Biblia fundamentalista y pracmática. Hay que hacer aquí una mención especial a la «Iglesia universal del Reino de Dios», también conocida como «Pare de sufrir» de Brasil, donde el evangelio de la prosperidad y bienestar tiene un impacto en la vida política.
¿De dónde surgen estas corrientes teológicas?
Los investigadores de la fenomenología religiosa sitúan este movimiento en estados Unidos y concretamente en la figura del pastor metodista E.W. Kenyon (1867–1948) y que fue un pionero en las trasmisiones religiosas por radio en 1931 con su programa “La Iglesia de Kenyon en el Aire”. Las grabaciones y libretos de sus trasmisiones fueron el material que él utilizó para sus numerosos escritos y que constituyen su más importante legado. Su predicación principal consistía en el convencimiento de que «las realidades materiales concretas se pueden cambiar a través del poder de la fe». De lo que se concluye que «la fe puede conducir a la riqueza, a la salud y al bienestar, mientras que la falta de fe conduce a la pobreza, la enfermedad y la infelicidad».
Anteriormente, los llamados «padres peregrinos», la mayoría pertenecientes a confesiones protestantes de raíz calvinista que serían perseguidos en Europa y se refugiaron en colonias americanas de Inglaterra los siglos XVII y XVIII, imaginaron su emigración en clave de éxodo del pueblo judío hacia la Tierra Prometida. Allí promovieron un nuevo orden con separación entre la religión y el Estado, libertad religiosa y con la convicción de ser un nuevo “Pueblo de Dios” con una vocación divina de salvación universal.
Por otra parte, los grandes esfuerzos por fortalecer un país nuevo en los siglos XIX y XX llevaron a crear el American way of life basado en el American dream o convencimiento de que todo el mundo puede triunfar en la vida, si se esfuerza. Este «sueño» es la visión de una tierra y de una sociedad entendidas como un lugar de oportunidades abiertas. Históricamente fue la motivación que impulsó a lo largo de los siglos a muchos emigrantes económicos a dejar su propia tierra y a ir a los Estados Unidos para conseguir un lugar en el que su trabajo produjese resultados inalcanzables en su «viejo mundo». Así, este fenómeno, quiere ser también una tentativa de justificación teológica del neoliberalismo económico, contra el que el papa Francisco dice que «oscurece el evangelio de Cristo».
Los pilares del Evangelio de la Prosperidad
El principal impulsor de la «prosperidad evangélica» fue Kenneth Hagin (1917-2003) dentro del denominado «movimiento de la fe», quien dio una interpretación singular de algunos textos muy conocidos de la Biblia. Tal es el caso, por ejemplo, de Mc 11,23-24: «En verdad os digo que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis». Aquí están los pilares de este evangelio.
Hagin también enfatizó en que el milagro deseado se considere como ya sucedido. Es decir, se debe desplazar su realización del futuro al pasado. Para él, la fe milagrosa, para traducirse en obras, debe ser sin incertidumbres, especialmente en las cosas imposibles: debe declarar específicamente el milagro y creer que se lo obtendrá de la manera imaginada. Tanto Kenyon como Hagin comprendieron que la comunicación de masas era un instrumento fundamental para la rápida difusión de sus enseñanzas.
Otros predicadores han continuado sus enseñanzas: El primero de ellos es Kenneth Copeland, que con su programa televisivo «Believer’s Voice of Victory» ha difundido en gran parte del mundo estas doctrinas. Del mismo modo, Norman Vincent Peale (1889-1993), pastor de la Marble Collegiate Church de Nueva York, alcanzó popularidad con sus libros: El poder del pensamiento positivo; Cambia tus pensamientos y cambiará todo; Guía para una vida apacible. Peale llegó a mezclar marketing y predicación.
Las «megaiglesias» del «Evangelio diferente»
En los Estados Unidos millones de personas frecuentan asiduamente «megaiglesias» que difunden estas teologías de la prosperidad. Los predicadores, profetas y apóstoles enrolados en esta rama extrema del neopentecostalismo ocupan espacios cada vez más importantes en los medios de comunicación de masas, publican una enorme cantidad de libros que llegan a ser super ventas y pronuncian conferencias que muy a menudo llegan a millones de personas a través de todos los medios disponibles de Internet y de las redes sociales.
Joyce Meyer afirma que su programa televisivo «Enjoying everyday life» llega a dos terceras partes del mundo a través de la radio y la televisión y ha sido traducido a treinta y ocho idiomas. La predicación se centra en el bienestar económico y la salud. Al Espíritu Santo se lo reduce a un poder al servicio del bienestar individual. Jesucristo ha abandonado su papel de Señor para transformarse en un deudor de cada una de sus palabras. El Padre ha sido reducido «a una especie de botones cósmico que se ocupa de las necesidades y de los deseos de sus criaturas». Al mismo tiempo, enseñan que, tratándose de una «confesión de fe», los seguidores, con sus palabras, son responsables de lo que les sucede, trátese de la bendición o de la maldición económica, física, generacional o espiritual.
Fundamentados en una lectura literal de la Biblia, estas corrientes se sienten llamadas por Dios a la conquista y defensa de la (Nueva) Tierra Prometida y al uso, si hace falta, de la guerra, a semejanza de las conquistas del “Dios de los ejércitos” de Gedeón y de David. El mundo se tiene que dividir entre buenos y malos, y se acerca el momento de la lucha final, como interpretan que dice el Apocalipsis. El Génesis nos manda dominar la tierra al servicio de las personas y no cuidarlo ecológicamente. Así, quien es rico, sano y feliz es amado por Dios porque su fe es rotunda; quien es pobre, enfermo y desdichado no tiene bastante fe y Dios lo odia.
Por el contrario, quien es pobre tiene una doble culpa: por una parte se considera que su fe, demasiado débil, no llega a mover las manos providentes de Dios; y, por la otra, su situación de miseria es una imposición divina, un castigo que debe ser aceptado con sumisión. Y esto tiene un efecto perverso: no puede haber ningún intento de cambio social y convirtiendo a los pobres en inofensivos, a menudo explotados, indefensos, y encima culpables. No hay compasión por las personas que no son prósperas, porque, claramente, ellas no han seguido las «reglas» y, por tanto, viven en el fracaso y, consiguientemente, no son amadas por Dios.
Un Dios de «alianzas» y de «semillas»
Una de las características de estos movimientos es el énfasis que ponen en la «alianza» sellada por Dios con su pueblo. El texto de la alianza con Abraham ocupa un lugar central, en el sentido de la prosperidad que promete: Del mismo modo como los cristianos son hijos espirituales de Abraham, son también herederos de los derechos materiales, de las bendiciones financieras y de las ocupaciones territoriales terrenas. Así, «habiendo Dios establecido la alianza y estando entre los legados de esa alianza la prosperidad, el creyente debe tomar consciencia de que, hoy, la prosperidad le pertenece por derecho».
Otro concepto central de este evangelio relacionado con el anterior, es el principio de «siembra» o de «semilla», que hace referencia a Gál 6,7: «No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que uno siembre, eso cosechará». Y uno de los textos preferidos es el vers. 2 de la Tercera Carta de Juan: «Querido, te deseo que la prosperidad personal de que ya gozas se extienda a todos tus asuntos, y que tengas buena salud».Y del Antiguo Testamento, el texto de referencia es Dt 28,1-14.
Pero estos pasajes son interpretados de manera totalmente funcionalista. Por ejemplo, la predicadora Gloria Copeland escribió, en referencia a donaciones para los ministerios como el suyo: «Das un dólar por amor al evangelio, y ya te tocan 100; das 10 dólares, y a cambio recibirás 1000 de regalo; das 1000 dólares, y a cambio recibes 100 000. Si donas un avión, recibirás cien veces el valor de ese avión. Regala un automóvil y obtendrás tantos automóviles que ya no tendrás necesidad de ellos durante toda la vida. Dicho brevemente, ¡Marcos 10,30 es un buen negocio!». Se valora el dar en términos de retorno de la inversión.
Un evangelio de corte neoliberal
Uno de los graves problemas que trae consigo el «evangelio de la prosperidad» es su perverso efecto en la gente pobre. Una de las conclusiones de esta teología es de naturaleza geopolítica y económica, ligada a los países de origen de la «teología de la prosperidad». Así se llega a la conclusión de que los Estados Unidos han crecido bajo la bendición del Dios providente del movimiento evangélico. En cambio, según esta teología, los habitantes del territorio que va del Río Grande hacia el Sur están hundidos en la pobreza justamente porque la Iglesia tiene una visión diferente, opuesta, que «exalta» la pobreza.
El peligro de estas ideas consiste en que los pobres que se sienten fascinados por este pseudoevangelio queden atados en un vacío sociopolítico que permite a otras fuerzas plasmar fácilmente su mundo, haciéndolos así inofensivos e indefensos. El «evangelio de la prosperidad» no es nunca un factor de cambio real, cambio que, por el contrario, es fundamental en la visión propia de la Doctrina Social de la Iglesia.
El testimonio de Jesús de Nazaret
Francisco de Asís, el trovador de Dios, captó la importancia de la Pobreza, vivida por Jesús. Se esposó con ella. Y hablar de Nazaret es hablar de humildad, servicio, amistad, fraternidad, pobreza, etc. El papa Francisco, la primera vez fue en Brasil, el 28 de julio de 2013 se dirigió a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano, señalando el «funcionalismo» eclesial, que constituye «una suerte de “teología de la prosperidad” en lo organizativo de la pastoral». Esta termina entusiasmándose por la eficacia, el éxito, el resultado constatable y las estadísticas favorables. La Iglesia tiende así a asumir «modalidades empresariales» que son aberrantes y alejan del misterio de la fe».
Y hablando de nuevo a obispos, pero esta vez en Corea, en agosto de 2014, Francisco citó a Pablo (1 Cor 11,17) y a Santiago (2,17), que reprochan a las Iglesias que viven de manera tal que los pobres no se sienten en ellas en su propia casa. «Esta es una tentación de la prosperidad», comentó. Y prosiguió: «Estén atentos, porque su Iglesia es una Iglesia en prosperidad, es una gran Iglesia misionera, es una Iglesia grande. Que el diablo no siembre esta cizaña, esta tentación de quitar a los pobres de la estructura profética de la Iglesia, y les convierta en una Iglesia acomodada para acomodados, una Iglesia del bienestar… no digo hasta llegar a la “teología de la prosperidad”, no, sino de la mediocridad».
La visión de la fe propuesta por la «teología de la prosperidad» está en clara contradicción con la concepción de una humanidad marcada por el pecado y con la expectativa de una salvación escatológica, ligada a Jesucristo como Salvador y no al éxito de las propias obras. En efecto, en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate escribió que hay cristianos empeñados en seguir el camino «de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor». Esta se manifiesta en muchas actitudes aparentemente diferentes entre sí, entre ellas «el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial» (n. 57).
Y en la misma exhortación el papa Francisco recuerda que el gnosticismo quiere por su propia naturaleza domesticar el misterio de Dios y de su gracia. «Usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales. Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro». Una fe utilizada para manipular mentalmente, psíquicamente la realidad «pretende dominar la trascendencia de Dios» (n. 41). Se comprende, por tanto, que desde América lleguen ecos de querer sustituir a este papa, profeta de Dios.
Baste contemplar, como Francisco de Asís, al Niño-Dios, para darnos cuenta de que estamos hablando de otra cosa: En lugar de prosperidad, dar la vida. El camino que recorrió el Pobre por excelencia, desde Belén-Nazaret a el Calvario. En el Evangelio de la Navidad descubrimos como los pastores en la noche estrellada, el valor del silencio, de la contemplación, de la sencillez, la humildad y la pobreza. Se dice que Nazaret no es tan solo un lugar, sino «que es también un tiempo, el gran tiempo del silencio. En ningún otro lugar adquieren tanto peso y tanta fuerza la duración de las emociones silenciosas»; donde destaca la figura de José, el padre adoptivo de Jesús, que es «el patriarca del silencio» y la vida de Nazaret, es decir, «de humildad, de pobreza, de trabajo, de obediencia, de caridad, de recogimiento y de contemplación».
Y aquí viene una anotación importante para la Iglesia, esposa de Cristo. Si la Iglesia quiere responder a su llamada, si quiere ser fiel a su Maestro, tiene que ser pobre y utilizar siempre los medios pobres a todos los niveles: El lugar de reunión de los cristianos, la liturgia, los medios para la evangelización, nuestras residencias, etc. Resuena aquí el «Pacto de las Catacumbas» que en tantas cosas está por estrenar.
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