FUENTE: Diario Médico
Con el título “Pseudociencia, el lado oscuro: Cuantico cuentico”, el Diario Médico ha publicado un artículo de Emilio Molina, que explica que la denominada “medicina cuántica” es una pseudoterapia y que si alguien mezcla lo cuántico con la salud está engañado. El autor es vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) y colaborador del Observatorio contra las Pseudociencias, Pseudoterapias, Intrusismo y Sectas Sanitarias de la Organización Médica Colegial (OMC)
“Lo que falta a los oradores en profundidad os lo dan en longitud”. Montesquieu describe en pocas palabras un mal que atañe a las pseudoterapias en general: la profusión de explicaciones profusas para avalar delirios. Explicaciones que a un entendido les producen desdén y vergüenza ajena, pero a un lego pueden deslumbrar. La esencia de la charlatanería, vaya.
En este ámbito de las explicaciones peregrinas ha ido habiendo una evolución en las últimas décadas. La llegada y auge de la New Age nos legó toda una suerte de términos usados pseudocientíficamente (pero por supuesto bellos y convincentes, incluso poéticos) como vibración, resonar, armonía, energía, cristales, conciencia, holismo o paradigma. El uso de esta última es, probablemente, uno de los mejores indicadores de alerta de que podemos estar ante un charlatán.
Las pseudociencias siguen, por supuesto, arrastrando todos estos términos y muchos más por el estilo, términos que en su día –los años sesenta del siglo pasado– emergieron como una contestación ante una sociedad entendida como beligerante, artificial, machista y fascista. En contraprestación, surgieron como un alegato a la paz, al regreso a la naturaleza, al feminismo y a un comunismo de corte hippie.
Con las décadas, y el devenir del avance científico, estas “palabras mágicas” sociales han sufrido cierto desgaste. Aunque siguen teniendo plena vigencia y salud en determinados círculos de fomento de la irracionalidad, para el ciudadano de a pie tienen un toque etéreo que no termina de cuajar en un entorno en el que estamos cada vez más acostumbrados a términos más “duros”.
Y aquí es donde entra con fuerza el mundo de lo cuántico. Por resumir mucho, la física cuántica es un compendio de herramientas matemáticas que modelan los comportamientos del mundo subatómico (hasta escalas que pueden llegar a unos cuantos átomos). Tras fórmulas con nombres como “función de onda” u operaciones poco oídas como el “Hamiltoniano”, la mecánica cuántica permite representar y manejar los antintuitivos resultados de las evoluciones de aquello muy pequeño, donde la física clásica deja de ser descriptiva y entran en juego propiedades mucho más fundamentales de la materia y la energía.
Dicho de otro modo: la física cuántica no es muy distinto conceptualmente a la aplicación de las leyes de Newton o Kepler a la hora de intentar explicar y predecir la mecánica celeste, por ejemplo, solo que a escalas infinitesimalmente pequeñas. No hablan del devenir personal, ni de la prosperidad, ni de la salud, ni de un millón más de cosas con las que los chamanes del siglo XXI intentan darle pompa y boato a sus propuestas.
Por ejemplo, la bioneuroemoción se saca de la manga que el espectador determina la realidad con su pensamiento por una delirante interpretación del denominado “experimento de la doble rendija”. Lo que este experimento realmente viene a concluir es, aproximadamente, que una partícula se comporta como una onda mientras no existan interferencias energéticas que provoquen que la distribución de probabilidad que describe la onda (de posición, momento lineal u otras características) se concrete en un valor definido de la misma.
Como estas interferencias, en dicho experimento, se provocan en forma de fotones emitidos y recibidos por un dispositivo de medida (una cámara, vaya), y a dicho dispositivo se le refiere como “observador”, se ha distorsionado el mensaje de que un dispositivo de medida altera aleatoriamente el sistema medido, para convertirlo en que un observador consciente modifica la realidad a su voluntad. Y esto lo cuentan así en las versiones menos disparatadas de sus explicaciones sui géneris del fenómeno.
Hay propuestas para hartar: desde la “curación cuántica” del infame Deepak Chopra hasta la “inmortalidad cuántica” que ha llegado a provocar suicidios por la premisa de que, al intentar suicidarse, uno se despertará en un universo en el que las cosas le irán mejor. Un buen momento de este artículo para recordar que la desinformación es peligrosa en cualquiera de sus expresiones, por inocua que pueda parecer.
Por supuesto, propuestas como la homeopatía no se quedan atrás de esta denominada “querencia por lo cuántico” (traducción libre del más establecido “quantum woo” inglés), de la que desde hace un tiempo vengo recopilando en Twitter con la etiqueta #ChorradasCuánticas, por si alguien gusta de ver más plasmaciones. En el caso de la homeopatía, es el Deus ex machina que se han sacado algunos para intentar dar una pátina de verosimilitud al desmantelado hasta la saciedad mito de la “memoria del agua” (que a su vez explica, según ellos, el funcionamiento terapéutico de las pastillas de azúcar remojadas con agua, lactosa o alcohol rebajado en el que se diluyó hasta la desaparición total un producto que, a su parecer, produce los mismos síntomas que se quieren tratar).
No importa que, por parte de físicos y químicos –incluyendo entidades como la Real Sociedad Española de Física y hasta varios premios Nobel de estas áreas– vengan diciendo por activa y por pasiva que la física cuántica no avala en absoluto ninguno de estos sinsentidos. Es un mensaje atractivo que, a día de hoy, se sigue difundiendo incluso por parte de “médicos homeópatas” colegiados (que, irónicamente, llegan a denunciar judicialmente por supuestas injurias y calumnias a críticos como quien esto escribe por señalar públicamente que están difundiendo desinformación con un temerario desprecio hacia la verdad y hacia su deontología, con la permisividad y connivencia de sus Colegios Médicos). Busquen por “nanopartículas” o “electrodinámica cuántica” junto a “homeopatía” para más ejemplos de estos abusos discursivos pseudocientíficos para defender lo indefendible.
Quien sepa un poco del mundo de las pseudoterapias será consciente de que hay varias de ellas que, para explicar convenientemente por qué lo son, hay que entrar en muchos grises. La denominada “medicina cuántica” no es una de ellas: si alguien mezcla lo cuántico con la salud (y no está hablando del funcionamiento interno de las avanzadas máquinas de diagnóstico como el PET), está engañado o intentando engañar a otro. En distendidas palabras del tuit de la Real Sociedad Española de Física (que en 2016 emitió un comunicado a petición mía sobre el asunto que aquí trato), “la medicina cuántica es una trangallada”.
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