FUENTE: ABC
«“Estoy flipando”. Yo no había escuchado eso en mi vida. “Estoy flipando”. ¿Qué será “flipar”?». Es el testimonio de Xavi Perals, uno de los ex seguidores de la Iglesia Palmariana, durante la segunda parte de la serie documental «El Palmar de Troya» (Movistar+), cuyo cuarto y último episodio se emitió el pasado 27 de febrero en el canal televisivo #0 (de la plataforma española Movistar+). Lo cuenta el diario ABC.
«Para mí, El Palmar de Troya se puede definir de tantas maneras... Se puede definir como teatro monumental; se puede definir como una verdad y una mentira; religiosidad mal entendida; pero la más común es la de secta», sentenció Perals al cierre de la segunda entrega, que también relató cómo Clemente Domínguez se autoproclamó Papa tras la muerte de Pablo VI y profundizó en el papel de las mujeres en la Iglesia Palmariana.
El refugio de dos mujeres
«Yo puedo caer mejor o peor, pero en mí no hay trampa ni cartón. Yo soy lo que veis. Puedo gustar más o menos... Dios me libre de las aguas mansas que las corrientes las veo venir... Pues yo soy así». Esta es la carta de presentación de Nieves Triviño, la que fuera monja de la Iglesia Palmariana y se casara con su ex papa Gregorio XVIII, el también ex convicto Ginés Hernández; ambos fueron noticia en 2018 por intentar acceder al recinto de la secta de la que él apostató. «Yo iba a jugar con los niños de mi edad. Como venían de toda España y de parte del extranjero... “¡Vamos a El Palmar!”. Era como ir de fiesta. Éramos una gran familia», recordó ella.
Durante su entrevista, contó que siempre le había gustado llamar la atención –acabó siendo portada del semanario Interviú– y cómo los novicios y sacerdotes no podían evitar mirarle y sonreírle. Sin embargo, su madre –que la obligaba a sentarse junto a ella en la última fila de la iglesia– concertó un matrimonio a su hija, todavía menor de edad, con un chico irlandés del que ella no estaba enamorada. ¿Solución? «Me fui de monja».
Durante su estancia allí, según ella misma confesó, rezaban continuamente «desde las seis [de la mañana] hasta las doce de la noche». Y es que, según varios entrevistados, el mayor problema de las monjas –pero también de los obispos– era la privación del sueño, pues no les permitían dormir todo lo que necesitaban. Por culpa de ello, muchas se quedaban traspuestas durante las rápidas y continuas misas que celebraban al día, por lo que tenían que despertarse a codazos entre ellas.
La otra mujer entrevistada fue la alemana Monika Hagen que, de niña, se desplazaba a El Palmar de Troya (Sevilla) en autobús: «Al llegar, era una impresión muy grande ver el fervor, la gente y tantos religiosos jóvenes entregados». Fue con 14 años cuando una niña que entonaba los cánticos («Tenía una voz de ángel») le hizo querer unirse a la secta. Aunque extrañada por la rapidez del proceso, Hagen hizo sus votos con 16 años después de 11 meses en la comunidad. Sin embargo, la realidad era que la joven se había refugiado en El Palmar porque no quería regresar con su familia.
Ambas mujeres relataron a cámara también cuáles eran los votos que hicieron. «De obediencia, castidad y pobreza. Obedeces a los superiores, a las reglas; te sometes siempre y en todo. No posees nada y ser muy puras». Otra regla, según Hagen, es que una nunca podía enfadarse, aunque la acribillasen a codazos.
El patriarcado de El Palmar
«Ahora se habla mucho de patriarcado... y el patriarcado en El Palmar está vivo y latente. El fin de la mujer en El Palmar es la procreación». Así de tajante se mostró Triviño al preguntarle por cómo era la vida de las monjas. «A la mujer se la machacaba por el mismo hecho de ser mujer; tiene que estar callada, no tiene voz», recordó el teólogo católico Luis Santamaría, de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). El periodista entrevistado, Manuel Molina, contó incluso una leyenda que decía que «las religiosas tenían prohibido lavarse con frecuencia» con el objetivo de «evitar que fueran excesivamente atractivas para los hombres de la orden».
«He llegado a escuchar que tenían que autoflagelarse y colocarse un cilicio en el cuerpo para que se hicieran daño», amplió una Triviño que recordó disponer solo de una «camita» con una caja de frutas de madera como «mesita de noche». Pero las religiosas no solo sufrían los castigos de la superiora («sin poder salir de tu habitación»), sino también las disparatadas decisiones de Clemente Domínguez, una vez se autoproclamó Papa. «Un día tomó la decisión de ponerle velo negro a las monjas y no se les podía ver el rostro para nada», contó Xavi Perals.
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