Por INFOVATICANA | 08 marzo, 2020
Después de pasar ocho años en el corredor de la muerte, el mayor cambio que ha vivido Asia Bibi es que “ahora siento la presencia de Dios. Me puso a prueba pero me dio fuerza”. Por eso, en entrevista con Alfa y Omega, cuenta que ahora tiene una misión: “Hacer por los demás acusados de blasfemia lo mismo que otros hicieron por mí“.
(Alfa y Omega)- La pakistaní Asia Bibi vivió la semana pasada una agenda vertiginosa. De visita en París, el presidente, Emmanuel Macron, la invitó a vivir en el país si finalmente -como había anunciado- solicita asilo allí. También se encontró con el presidente de los obispos y la alcaldesa de la ciudad. El resto del tiempo, una sucesión incesante de entrevistas la obligó a revivir los diez años de suplicio, desde que fue acusada y condenada a muerte por blasfemia hasta su liberación.
Su cansancio era evidente. Y, sin embargo, no dudaba en alargar las entrevistas para subrayar su agradecimiento a todos. “No sabía de dónde me llegaba el apoyo cuando estaba en la cárcel. Me estoy enterando de que fue de este país, y de este, y de aquel…”, confesaba a Alfa y Omega. Francia y su presidente; la Unión Europea; la periodista Anne-Isabelle Tollet, que ha liderado la campaña a su favor y con la que acaba de publicar ¡Por fin libre! (Homo Legens); Canadá, donde su familia encontró refugio el año pasado; los Papas Benedicto XVI y Francisco, con quien “deseo de corazón encontrarme algún día”; los medios… y “toda la gente que me ha recordado en sus oraciones”.
En el libro que narra su vía crucis, cuenta que su paso por las cárceles de Sheikhupura y Multan la han hecho incapaz de soportar el silencio y ser desconfiada –a su pesar–. A la separación de su familia se sumaba la culpa por el asesinato del gobernador del Punjab, Salman Taseer, y del ministro de las Minorías, Shahbaz Bhatti, que la habían apoyado. Confiesa, incluso, que “faltó poco para que renunciara”, y que por un instante se planteó “el suicidio como liberación”.
Pero, en su conversación con Alfa y Omega, destaca que “el cambio más grande es que realmente siento la presencia de Dios. Los milagros pueden suceder, Él ha hecho uno en mi vida. Todo lo que me ha ocurrido ha sido una prueba. Y Dios me dio fuerza para permanecer firme en mi fe”, ignorando las presiones para convertirse al islam y así recobrar la libertad. También ha perdonado, que “es lo más grande que se puede hacer, es el mensaje de Jesús. Creo que he pasado la prueba”.
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Este éxito es inseparable de la fuerte conciencia de estar llamada a una misión: “Lo mismo que hicieron otros por mí, me gustaría hacerlo yo por los demás acusados de blasfemia”, llamando la atención del mundo sobre esta ley. Con frecuencia se utiliza para ajustes de cuentas, también entre musulmanes. Desde 1987, cerca de 1.700 personas han sido acusadas de blasfemia y, aunque ninguna ha sido ejecutada, 75 han sido asesinadas. La católica pakistaní, que ha roto su silencio de forma excepcional, sabe que no podrá llevar la voz cantante. “Yo tengo que seguir viviendo escondida. Por eso pido a los medios que hagáis algo. Es vuestro trabajo, vuestra responsabilidad, ayudar a esas personas”.
La valiente decisión del Tribunal Supremo de anular su condena a muerte, con el apoyo del Gobierno del primer ministro, Imran Khan, y la decisión, unos meses antes, de sancionar las falsas acusaciones de blasfemia, le hacen creer que “ahora la puerta se ha abierto y el camino parece más claro”. Tollet, de hecho, habla de una “jurisprudencia Asia Bibi”, que ha contribuido a la absolución de varios acusados.
A la campesina pakistaní le toca especialmente el caso del matrimonio de Shafqat Emmanuel y Shagufta Kausar. Son un matrimonio, analfabetos como ella, condenados a muerte por escribir SMS blasfemos en inglés. Shagufta ocupa ahora la celda de Asia en Multan. Además los está ayudando el matrimonio que logró liberar a Asia.
Joseph, hermano de la acusada, explica a Alfa y Omega que hace unos días tuvo lugar la audiencia de apelación, y que esperan la sentencia para abril. “Shagufta está muy deprimida, ya no soporta este sufrimiento y a veces pierde la paciencia. Ojalá el hecho de que Asia hable de ellos, junto con la visibilidad internacional, los ayude”, manifiesta desde el exilio. Huyó porque, tras detener a su hermana, “la Policía me llamó y escuché cómo pegaban a mi cuñado. Me dijeron que me iban a incluir en la investigación”.
A pesar de los signos de esperanza, persiste el obstáculo de los radicales islamistas, capaces de movilizar a la gente contra la absolución de alguien o contra cualquier intento de modificar la ley. Asia lo sabe bien. Sufrió el acoso y el odio de casi todos en su aldea, entre los demás presos… A sus conciudadanos proclives al linchamiento, “solo espero que Dios los guíe. No quiero más fanatismo. Jesús nos trajo el mensaje de que vivamos en paz y respetándonos”. También tiene un mensaje para el resto de perseguidos y para todos los cristianos de su país: “Sed fuertes y no deis marcha atrás ni cambiéis de religión, aunque os suponga problemas. Jesús está con nosotros, se sacrificó por nosotros”.
Artículo publicado en Alfa y Omega.
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por INFOVATICANA.
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