Gravedad del pecado mortal en sus castigos eternos
"A la primera cuestión, en la cual se inquiere cómo se castiga el mal, respondo: El mal se castiga con eternidad de penas; y que esto debe ser así se prueba, en primer lugar, por razón de la divina ofensa, la cual es de tanta gravedad cuanto lo es la dignidad de la persona ofendida. Siendo, pues, Dios infinito, infinita debe ser la ofensa del pecado. Justo es, por consiguiente, que se castigue con pena infinita; pero esta ofensa no puede ser castigada con pena intensivamente infinita; luego es de todo punto necesario que se castigue con pena infinita en cuanto a la duración eterna.
La segunda razón es ésta: El que delinque en el gremio de la ciudad, puede con toda justicia ser separado por el destierro, de la convivencia de los ciudadanos durante toda la vida y mientras la ciudad dure. Consiguientemente, si el pecador es un traidor en la ciudad de Dios, cuya duración es eterna, justa cosa es que sea castigado con el destierro perpetuo.
La tercera razón es: El pecador es juzgado no sólo por el acto exterior, sino también por el acto interno de la voluntad. Ahora bien, el que peca, siempre que ofende a Dios adhiriéndose al placer transitorio, prefiere la perpetuidad de éste, desde el momento en que no se arrepiente de ello en toda su vida; luego debe ser castigado en la misma manera que si el placer durase perpetuamente.
La cuarta razón es: El pecador, en todo pecado mortal, abusa de aquellas cosas que le deben ayudar y respecto de las cuales debe proceder ordenadamente en su uso. Ahora bien, siendo él parte del universo, recibe ayuda de los cuerpos elementales, celestes y supracelestes, y se relaciona con lo pasado, presente y venidero; abusa, pues, de todas estas cosas, luego todo cuanto existe en el universo debe conspirar contra el pecador, tanto en lo que se refiere a su conversión como a su duración. Forzoso es, pues, que sea castigado con adversidad universal y eterna, y, por ello, con desgracia de pena que no tendrá fin.
La quinta razón es: Habiendo sido creada el alma racional en la línea de la eviternidad y del tiempo, y hallándose situada en el tiempo por razón de su unión con el cuerpo, desaparecida esta unión, necesariamente entra el alma en el estado de la eviternidad. De ahí que si muere en pecado mortal, en él persevera toda la eternidad; pero no se da la ignominia del pecado sin el esplendor de la justicia, luego si la culpa dura eternamente, con eterno suplicio debe ser castigada.
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