María Lionza, integrante de la trinidad satánica.
FUENTE: Portaluz
Aunque parezca un tema olvidado por gran parte de la jerarquía de la Iglesia en América Latina, sigue habiendo preocupación por los retos pastorales que suponen las sectas para los católicos. En un documento de 2005, los obispos venezolanos llamaron a “dar una respuesta pastoral eficaz mediante una nueva evangelización”. Así comienza el artículo que ha escrito Luis Santamaría, de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), en Portaluz.
En los años 70 y 80 del siglo XX, la Iglesia católica en América Latina tenía como una de sus principales preocupaciones la llegada y el rápido crecimiento de las sectas. Algunos informes llegaron a calcular numéricamente lo que suponía, afirmando que cada hora, 400 católicos se pasaban a las sectas. Aunque siempre hubo una gran discusión sobre el tema, porque con la palabra “sectas” se abría un amplio abanico de grupos en el que, junto a grupos verdaderamente sectarios, se incluían muchos movimientos evangélicos, sobre todo de corte pentecostal, en un análisis confuso de un fenómeno tan complejo.
Tanto a nivel continental como a nivel nacional y diocesano, los obispos latinoamericanos dieron muestra de esta preocupación en diversos textos, empezando por los documentos del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). También el papa San Juan Pablo II, en sus encuentros con los jerarcas del continente, se refirió a este desafío pastoral en múltiples ocasiones. Varias décadas después, parece que el tema ha cedido paso al reto del secularismo en la agenda de las Iglesias de América Latina.
Sin embargo, el fenómeno de las sectas continúa, aunque transformándose con el pasar de los años, y un ejemplo de que los pastores de la Iglesia siguen fijándose en él –y ofreciendo una clarificación desde la Palabra de Dios– es el documento titulado “La Iglesia ante las sectas y otros movimientos religiosos”, publicado en agosto de 2005 por el Concilio Plenario de Venezuela. Se trata del último documento de los 16 que emitieron los obispos venezolanos, reunidos entre 2001 y 2005 para afrontar los temas más importantes para la Iglesia en el país.
Una influencia alienante
El documento comienza con el análisis de la realidad de “invasión de las sectas”, un problema de “proporciones dramáticas” que “ha llegado a ser preocupante sobre todo por su creciente proselitismo” y “por un antagonismo áspero contra la Iglesia católica y contra las Iglesias Históricas tradicionales”, en referencia a las principales confesiones protestantes. Y otra cosa es cierta: “no son pocos los católicos que han sido conquistados por estos grupos”.
¿Cuál es la razón? Antes de buscar las culpas fuera –como podría hacerse aludiendo al apoyo de los EE.UU. a algunos de estos grupos en los momentos iniciales–, los obispos venezolanos apuntan a los propios fallos eclesiales: las sectas han crecido por “la falta de una sólida formación cristiana, el débil sentido de pertenencia a la Iglesia, la precaria atención de ésta para con los alejados y el escaso compromiso de no pocos laicos en el cumplimiento de sus deberes religiosos”.
Los prelados son capaces de reconocer los elementos positivos que presentan las sectas y que las hacen atrayentes: “dan a las personas un sentido de comunidad” y “son capaces de dar orientación a la vida y, a veces, también una ayuda muy concreta”. Sin embargo, “pueden ejercer una influencia alienante de la familia y de la propia cultura, sobre todo cuando influyen por medio del dinero, el temor, ejercen presiones indebidas que lindan en el acoso, o coartan la libertad de conciencia con una doctrina religiosa rígidamente autoritaria y un riguroso moralismo”.
Tipos principales de sectas
El documento repasa la tipología de las principales sectas asentadas en Venezuela, que podría aplicarse a grandes rasgos al resto del continente. En primer lugar están las pseudocristianas, caracterizadas por una lectura fundamentalista de la Biblia “y la insistencia en la inminencia del fin del mundo y del juicio próximo”, además de actitudes muy determinadas entre las que se encuentra “la instrumentalización de la salvación según la dinámica de la oferta-demanda, la cual dependerá del mayor o menor compromiso con la causa del grupo”.
En segundo lugar, las “agrupaciones o corrientes de pensamiento que inspirados en formas esotéricas buscan un conocimiento especial, una iluminación sobre problemas álgidos, con la pretensión de compartir conocimientos mistéricos secretos”, además de los “grupos inspirados en las religiones orientales”, que se difunden a través del “deseo de paz interior, de dominio de sí, de meditación”. Aquí entraría también la Nueva Era, ya que “el individualismo y el rechazo a pertenecer a comunidades institucionales crean un distanciamiento de la Iglesia, y una espiritualidad alternativa”.
En tercer lugar, los obispos venezolanos presentan el fenómeno del sincretismo religioso: hay católicos “que han incorporado en su religiosidad creencias ancestrales de grupos animistas tanto de raíces indígenas como afroamericanas”. Y especifican cuáles son en la realidad del país: “el culto a María Lionza, la Santería o Religión Yoruba, la comunidad de Umbanda, los paleros, el vudú, entre otros, y a los que algunos fieles cristianos acuden sin encontrar contradicción con su fe católica”. Uno de los muchos problemas que plantean estos grupos es que “integran prácticas y devociones propias de la Iglesia, dándoles un sentido diferente”.
Y esto no es todo. Además, afirma el Concilio Plenario, “últimamente han surgido sectas satánicas con rituales y sacrificios propios, que atraen principalmente a la población joven y causan un gran daño”.
El compromiso necesario de los católicos
El documento continúa con un análisis de las diversas causas del fenómeno sectario –antropológicas, sociales, culturales, geopolíticas y eclesiales–, reconociendo que por parte de la Iglesia “no ha habido un plan de acción orgánico ante el proselitismo de estas sectas”, aunque también señala las fortalezas de la comunidad creyente que han ayudado a mantener la fe católica en Venezuela. Los obispos presentan además con cierto detalle las cuestiones teológicas implicadas en la valoración del fenómeno.
Pero quizás lo más importante sea, tras toda esta reflexión, la propuesta práctica al pueblo cristiano, que concreta en tres desafíos concretos. Puesto que, como afirman los obispos, “nos sentimos interpelados a dar una respuesta pastoral eficaz mediante una nueva evangelización”. El primero de estos desafíos es el de “favorecer un conocimiento del fenómeno de las sectas y otros movimientos religiosos, especialmente mediante la convivencia y el diálogo”.
El segundo desafío consiste en “promover una sólida formación en todos los miembros de la Iglesia”, que consiga unos “conocimientos más sólidos especialmente en los contenidos de la doctrina cristiana, principalmente de aquélla que es puesta en tela de juicio por las sectas y otros movimientos religiosos”, y se refieren en concreto a la Biblia, la catequesis, la adhesión personal a Cristo y a la Iglesia, la espiritualidad, la Virgen María, etc. Es significativo que especifiquen la necesidad de “instruir a los fieles sobre la prohibición bíblica de recurrir al espiritismo y hechicería”.
Y el tercer desafío es el de “sistematizar un plan de evangelización y acompañamiento pastoral que apunte al fortalecimiento de la vivencia personal y comunitaria de la fe”, en clave misionera, con el uso de los medios de comunicación, promoviendo la pertenencia comunitaria y los espacios de comunión, realizando una pastoral de conjunto, cuidando los sacramentos y la liturgia, etc.
Aunque hayan pasado 15 años desde la publicación de este documento, su valoración de la realidad de las sectas y sus propuestas de acción siguen siendo actuales y aplicables, en gran medida, por el resto de Iglesias de América Latina y, con los cambios y adaptaciones correspondientes, en las diócesis y parroquias de todo el mundo.
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