La fiesta dedicada a la veneración de las calaveras, las llamadas «ñatitas», va ganando devotos de forma notoria en La Paz, donde hoy gentes de toda clase social abarrotaron el cementerio participando en ritos con alcohol, hojas de coca, comida y bandas de música. La adoración a las calaveras ya se practicaba en la cultura prehispánica de Tiahuanaco, donde los cráneos de la gente querida y los antepasados se consideraban fuentes de poder que daban protección a las personas, las familias y las comunidades, según las investigaciones de los arqueólogos.
(Javier Aliaga/Efe) Los creyentes de este culto siguen hoy acumulando calaveras por la misma razón, pero ya no solo indígenas aimaras o gente pobre, sino también mestizos, blancos y con educación universitaria, todos presumiendo de tener uno o varios cráneos como parte de la familia.
El ambiente festivo en el cementerio de La Paz, situado en un barrio populoso, y la presencia masiva de personas, entre ellas niños, mujeres embarazadas, ancianos y jóvenes universitarios, aleja por completo la sensación de estar en un acto vinculado a la muerte.
Nadie que esté ahí acepta que se trate de una ceremonia macabra, menos aún cuando las «ñatitas», como se llama a las calaveras por ser chatas o sin nariz, no son anónimas, sino que han sido bautizadas con nombres familiares, muchos puestos en diminutivo.
Horacio, Cirilo, Juanito, Anita y Rosa son algunos de los cráneos que estuvieron este viernes en el cementerio en urnas, adornados con gafas oscuras, sombreros o gorras de lana y con dientes reconstruidos.
Algunas tienen hasta apellidos
Muchas calaveras pertenecieron a abuelos o padres y por eso también llevan apellidos, según afirman sus dueños, que explican que han autorizado la separación de los cráneos de los cadáveres de sus parientes para tenerlos en casa como una muestra de amor.
Sincretismo inaceptable para la Iglesia
La fusión y el sincretismo de las tradiciones indígenas con el catolicismo fue evidente cuando gente de todas las clases se acercó con respeto a los cráneos, preguntaba su nombre, oraba, encendía velas y dejaba cerca de las mandíbulas hojas de coca, considerada sagrada por los pueblos andinos.
Uno de los devotos es Felipe Barrera, que se ha enfundado un traje para llevar una pareja de calaveras, Hugo y Anastasia, al templo del camposanto para que «escuchen misa», como otros cientos de personas que atestaron el lugar esperando unas palabras del párroco, aunque la iglesia católica no acepta esta celebración.
«Ellos creen y piensan, y es realidad, que los cráneos les hacen muchos favores, les cuidan de las desgracias, de las enfermedades y las maldades que otra personas pueda hacer», ha explicado Barrera.
El entrevistado vive ya desde hace nueve años con las dos calaveras y cree que se trata de almas que son autoras de milagros no solo para él, sino también en beneficio de sus amigos que les rezan y prenden velas.
«Están queriendo prohibirnos esta situación y nosotros no lo vamos a permitir, porque es una tradición, una reunión de fe entre todos nosotros los cristianos», ha defendido Barrera.
Para otros, asistir al cementerio no es suficiente, por lo que organizan fiestas privadas en locales especiales, como la ofrecida a mediodía por los esposos Geoavana Valdez y Raúl Crespo para sus calaveras Martín, Martina, Panchito y María René, con una veintena de invitados y sus respectivas 'ñatitas'.
Valdez, que es odontóloga y, Castro, que tiene las profesiones de contador y administrador de empresas, son los 'prestes' de este año. Es decir, son la pareja encargada de financiar con recursos propios esa fiesta en honor de las calaveras por un compromiso religioso.
«La gente piensa que es para brujerías, pero en mi caso no hay eso, es más que todo para pedir por la salud y el trabajo», ha asegurado Valdez mientas su esposo argumenta que le costó seguir la creencia, pero la aceptó porque tuvo pruebas del poder de las calaveras
El sacerdote del templo del cementerio, Jaime Fernández, conocido por sus críticas por considerarla una fiesta anticatólica, ha reflexionado sobre la importancia de adorar a Dios, a Jesús y no a la muerte, y de no convertir la reunión en una fiesta del alcohol.
Todos le escucharon en silencio y rezaron varias oraciones, pero no le hicieron ni caso ni pusieron en duda la relevancia del encuentro anual de las 'calaveritas', para las que consiguieron «agua bendita» que rociaron ellos mismos en los cráneos para comenzar la celebración.
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