Fuente: BBC
Amanecía cuando sacaron a Vilma Trujillo de la iglesia Visión Celestial –una cabaña de madera oscura, donde la habían tenido encerrada durante casi una semana– y la amarraron a un árbol de guayaba. La mujer, de 25 años, había sido llevada ahí después de que empezara a tener alucinaciones y a hablar sola. Por su propio bien, le habían dicho. Porque las oraciones eran el antídoto para los demonios que la habían poseído. Lo cuenta Vicky Baker en BBC.
“Decía cosas raras”, recuerda su tía, Ángela García. “Le dijo a su hermana (que estaba embarazada) que no iba a tener un bebé, sino una serpiente”, cuenta. “Lloraba, se arrodillaba, hablada del diablo. Nunca la había visto así”, agrega. La familia era consciente de que Vilma necesitaba ayuda. Pero el doctor más cercano estaba a casi un día de camino desde ese puñado de casitas pobres dispersas en las selvas del noreste de Nicaragua conocido como El Cortezal.
Así que, a falta de médico, mandaron a llamar al joven pastor de la iglesia evangélica a la que la joven se había sumado recientemente. Juan Gregorio Rocha, de 23 años, les dijo que podía ayudar. Junto a sus seguidores la guió por el camino lodoso que lleva hasta la iglesia Visión Celestial, la que se alza en un rincón solitario de una colina ubicada a una hora de camino. Ahí la tuvieron durante días, sin darle agua ni alimentos, mientras miembros de la iglesia rezaban por ella.
Cuando sus familiares trataron de visitarla, les dijeron que “todavía no estaba curada” y los mandaron de regreso. Aunque Vilma había llegado hasta ahí voluntariamente, eventualmente no pudo más, y trató de escapar armada con un machete; sin éxito. Y en la sexta noche, uno de los miembros de la congregación dijo haber tenido una revelación divina: Dios le había enviado el mensaje de que los demonios podían ser expulsados con fuego.
Entonces, Juan Rocha empezó a organizar las cosas, ayudado por una docena de creyentes. Algunos empezaron a construir una pira, otros fueron a buscar más leña. Fue en este punto cuando sacaron a Vilma y la amarraron al árbol de guayaba que estaba al lado de la hoguera. A día de hoy no está claro si la empujaron al fuego o si este creció hasta envolverla, pero pronto las llamas empezaron a arañarle la piel.
“¡Me voy a morir, me voy a morir!” gritó la joven, según su hermana de 15 años, quien estaba rezando en la iglesia cuando escuchó los gritos. Paralizada por la conmoción, la adolescente también oyó cómo sus mayores exclamaban que pronto Vilma iba a resucitar, libre de todo tormento. Pasaron horas antes de que uno de los miembros del grupo rompiera filas y le dijera a su hermana que corriera a buscar ayuda.
Contexto del suceso
El Cortezal no aparece en Google Maps, ni siquiera en la mayoría de los mapas locales. Ubicado en plena montaña –en un lugar donde todavía queman selva virgen para crear tierra cultivable– no cuenta con electricidad, ni teléfono, ni policía, ni doctores. Por no tener, no tiene ni siquiera una tienda. Rosita es la ciudad más cercana a El Cortezal. Para llegar tuve que viajar diez horas desde el pueblo más cercano, Rosita: dos horas en un 4x4, cuatro horas a pie y más de dos horas a lomo de mula.
La señal de celular es casi inexistente, confinada a unos pocos lugares en las zonas más elevadas. Eso significa que el único lugar donde la hermana de Vilma podía conseguir ayuda era la granja de su tía. Así que corrió por los senderos llenos de maleza, subiendo y bajando, hasta que llegó sin aliento y casi sin poder hablar. “La quemaron”, fue lo único que atinó a decir.
El grupo de rescate encabezado por el padre de Vilma, Catalino López Trujillo, llegó al lugar a mediodía, cuando las últimas llamas todavía ardían. Catalino encontró a su hija desnuda, con quemaduras en el 80 % de su cuerpo. Apenas consciente, ella le pidió agua. Sus sobrinos le ayudaron a llevar a la joven a la casa de Ángela. Y una vez ahí, Vilma encontró fuerzas para tratar de tranquilizar a su lloroso hijo de cinco años. “Los pastorcitos me bautizaron”, le dijo.
Catalino luego juntó a varios parientes, tíos y sobrinos, para improvisar una camilla con dos palos y una hamaca. Todos emprendieron camino antes del amanecer del día siguiente, cargándola durante 12 horas por montes y ríos, luchando para no resbalar en los lodosos caminos de la selva. Cuando finalmente llegaron a Rosita, los doctores inmediatamente se dieron cuenta que las heridas eran demasiado graves para ser tratadas localmente. La llevaron al aeropuerto, ubicado a unos 30 kilómetros de distancia, y desde ahí por avión hasta la capital, Managua. Pero ya era demasiado tarde. Vilma Trujillo García murió el 28 de febrero por causa de un edema pulmonar –con sus pulmones llenos de sangre– e insuficiencia orgánica múltiple.
Cronología
15 de febrero de 2017 - Vilma Trujillo García es llevada a la iglesia
21 de febrero - A las 5:00 a. m. encienden la hoguera; su padre, Catalino López Trujillo, la encuentra a mediodía
22 de febrero - Vilma es llevada de El Cortezal a Rosita
23 de febrero - Traslado por vía aérea a Managua
28 de febrero - Vilma muere en el hospital
“¿Por qué la quemaron?”
Pocas huellas quedan ya del crimen que se produjo en El Cortezal. Donde estuvo la hoguera ahora crece abundante hierba y maleza, regadas por una temporada lluviosa que aquí dura más de seis meses. Sólo una rama chamuscada y algunas pulgadas de cuerda deshilachada dan constancia del horror que Vilma Trujillo padeció aquí.
Nicaragua no es ajena a los crímenes violentos, pero también es uno de los países más seguros de Centroamérica, por lo que el supuesto “exorcismo” sacudió a la nación. En cuanto se supo lo ocurrido, numerosos medios se trasladaron a Rosita, uno de los tres pueblos del llamado “triángulo minero”, donde cazadores de fortuna han estado buscando oro desde principios del siglo XIX. Y las cámaras de televisión capturaron al confundido pastor –con una camisa rosa y una gorra celeste, con apariencia mucho más joven que sus 23 años– sentado en la parte de atrás de una camioneta mientras era interrogado por un grupo de combativos periodistas.
“¿Por qué la quemaron?”, le pregunta uno, poco antes de que se lo lleve la policía. “No”, corrige Juan Rocha. “Fue cuando íbamos a orar, ella se suspendió en espíritu, se suspendió y cayó en el fuego”, explica. Y mientras contesta una pregunta tras otra, hay una reveladora interrupción. Uno de sus colaboradores –su cuñado, Franklin Jarquín– mira fríamente a la cámara y dice: “Es que ella cometió un error ante Dios. Ella falló. Porque ella tenía un compañero de vida y cometió un error con otro hombre”.
Tanto Juan Rocha como su hermano, Pedro José, su hermana, Tomasa, y el esposo de esta, Franklin Jarquín, fueron acusados por secuestro y asesinato. Los mismos cargos también se formularon en contra de una quinta participante, la mujer que dijo haber recibido la “revelación” sobre el uso de fuego: Esneyda del Socorro Orozco Téllez. Los cinco acusados fueron condenados a penas que van de los 30 a los 36 años de cárcel.
Cuando el caso llegó a juicio en Managua, los asistentes dijeron no haber visto evidencia de remordimientos por parte de los acusados, todos veinteañeros. Y cuando el 9 de mayo el juez los sentenció a penas de 30 y 36 años de cárcel, también los acusó de haber actuado “con alevosía, saña y abuso de confianza”.
Pero el crimen partió a El Cortezal. El compañero de Vilma –que estaba de viaje en el momento del asesinato– se fue a vivir a otra parte, llevándose con él a la hija de dos años de ambos. El primer hijo de Vilma –producto de otra relación– está viviendo con el hermano de ésta, mientras que Juan Rocha y sus hermanos dejaron a sus 10 hijos al cuidado de sus padres. Esnayda Orozco Téllez, que estaba embarazada en el momento del juicio, ahora está criando a su hijo en la cárcel.
Ángela cuenta que le dijeron que si testificaba en el juicio le iban a quemar la casa y en varios de sus testimonios la familia parecía contenida, como si quisiera proteger a uno de los acusados. “Aquí las amenazas de muerte no son solo palabras”, me explicó luego un nicaragüense. El juicio capturó la atención de numerosos medios. “Hubo una gran conmoción”, reconoce Ángela, con una voz suave que canta hasta las palabras más pesadas. Por su propia seguridad, ella se fue a vivir a más de 100 kilómetros de distancia, a San Miguel de Casa de Alto, de donde es originaria su familia y donde Vilma está enterrada. “Tuvimos que dejar nuestras cosechas, que se perdieron. No teníamos nada para comer”, cuenta.
La orgullosa matriarca ahora está de regreso en su casa, pero dice que las tensiones aumentan a medida que se acerca el aniversario de la muerte de Vilma. Me cuenta que una semana antes de que nos viéramos, empezó a notar que un hombre armado sospechoso andaba rondando, despertando su sensación de malestar. Una tarde, durante la semana, encuentro su casa llena con familiares de todas las generaciones, desde su último nieto, a quien acunan en la hamaca de la esquina, a su propia anciana madre, que supervisa una olla de arroz que se cuece sobre una estufa de leña.
Fuera la ropa se seca guindada en alambres de púas mientras un pequeño cerdo trata de entrar a la sala, decorada temporalmente para una celebración católica. Únicamente Vilma y su hermana menor se habían pasado a la iglesia evangélica. Sus padres y la mayoría del resto de la familia son católicos, y Ángela dice que las muchachas querían empezar de nuevo, tal vez recobrar algo de esperanza, luego de la muerte por cáncer de su madre. Vilma se había volcado a participar en los encuentros y cantaba en el coro.
El joven pastor, por su parte, era el hijo de un campesino de la localidad, pero había completado algunos años de escuela. Y a la gente mayoritariamente analfabeta de El Cortezal les parecía lo suficientemente capacitado para dirigir la iglesia (Visión Celestial), construida pocos años antes en tierra donada por un benefactor local.
Cuando habla de Vilma, Ángela sonríe con cariño. “¡Era tan amable, tan servicial! Todo el mundo habla bien de las personas después que se mueren, pero es verdad”, dice. Vilma vivía en la casa de al lado, donde hacía dulces, queso fresco y pan, para la venta. “Trabajaba más que la mayoría”, asegura Ángela. Nadie nunca sabrá qué estaba afectando a Vilma en las semanas antes de su muerte. Hay varios rumores, que tampoco podrán ser probados, incluyendo que había sido drogada y violada por un poderoso hombre de la comunidad.
Eso fue lo que hizo que la iglesia la acusara de haber tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio, sin hacer diferencia entre violación y adulterio. Le pregunto a Ángela si puede confirmar el rumor, pero me dice que no. “Lo he oído, pero nadie me ha dicho nada”, dice. Su hermana adolescente no quiere hablar de lo que ocurrió en la noche del “exorcismo”. “Yo no le pregunto nada”, dice Ángela. “Ella no quiere hablar”. Su hijo pequeño, que la vio regresar toda quemada, también mantiene silencio sobre el tema. Pero Ángela dice que los dos están bien.
Miuriel Gutiérrez, que trabaja para una organización de mujeres en Rosita, no está segura. Se preocupa sobre todo por la hermana, con la que pasó algo de tiempo en los días que siguieron a la muerte de Vilma. “Estaba en estado de shock. La imagen que se le quedó grabada es la de su hermana siendo quemada viva”, dice. “Desde entonces hemos hablado por teléfono unas cuantas veces. Ella dice que está bien, pero no quiere regresar a la iglesia”.
“Asesinada por ser mujer”
Cuando le digo a la gente que vine a Nicaragua para entender mejor la historia de Vilma Trujillo, la mayoría inmediatamente reconoce el nombre y hace una mueca de dolor. “Oh, sí, eso fue horrible, horrible”, dicen, sacudiendo la cabeza. La cobertura del caso fue intensa, con actualizaciones constantes en las portadas de los periódicos y los noticieros de la noche. Las conferencias de prensa de la policía fueron transmitidas por Facebook Live.
Cuando el portal El 19 Digital hizo un resumen de “hechos lamentables que marcaron la historia de Nicaragua durante el 2017”, la muerte de Vilma ocupó un lugar destacado. El hecho “puso en alarma a miles de nicaragüenses, quienes desconcertados por lo ocurrido se sumaron al dolor de la madre de la fallecida y sus hijos”, se lee en el resumen. En ese artículo, como en la mayoría de la cobertura local, la muerte de Vilma fue calificada tanto de asesinato como de “femicidio”, una palabra que en las sociedades machistas de América Latina por lo general describe algo más complejo que el simple asesinato de una mujer.
Para las feministas, el femicidio es mucho más que el asesinato de una mujer. “El femicidio es un crimen de odio”, dice enfáticamente Magally Quintana, mientras apaga la colilla de su cigarrillo. “Significa que te mataron porque sos una mujer. Tal vez fue tu pareja, tal vez fue luego de haber sido violada o atacada sexualmente”, explica. Quintana es una veterana luchadora a favor de los derechos de las mujeres y ayudó a fundar el grupo Católicas por el Derecho a Decidir cuando, hace 12 años, el aborto fue declarado completamente ilegal en Nicaragua, incluso en casos de violación o cuando el embarazo pone en peligro la vida de la mujer. En la actualidad, el grupo también hace campaña contra la violencia de género y tiene su oficina en una tranquila calle de la capital, Managua.
Cuando las visito, en diciembre, Magally justo está terminando un boletín con un sombrío resumen de fin de año que incluye un conteo de los femicidios. Según Católicas por el Derecho a Decidir, fueron 51 en 2017, incluyendo el de Vilma. “Usar a palabra 'femicidio' ayuda a hacer el problema visible”, dice Magally. “Pone de manifiesto la desigualdad en una sociedad donde los hombres son los que deciden como vivís y morís”.
El término fue acuñado por la feminista estadounidense Diana Rusell en la década de 1970, en un esfuerzo por destacar la larga historia de muertes por motivos de género, desde la quemadura de brujas y los “asesinatos de honor” a la muerte de mujeres abusadas por causa de enfermedades de transmisión sexual o abortos fallidos. Pero el término en realidad despegó después de la ola de violencia en contra de las mujeres de Ciudad Juárez, México, en la década de 1990.
Por toda América Latina y el Caribe se han producido esfuerzos por tratar de tipificar al femicidio (o feminicidio) como un crimen específico. Y 18 países de la región, incluyendo a Nicaragua, han sucumbido ante la presión. En Nicaragua el femicidio ya es un crimen específico. Mientras estoy en el país se produce otro caso: una mujer de 20 años, supuestamente asesinada por su novio, guardia de seguridad, a las afueras de un centro comercial. Testigos dicen que después de dispararle seis veces sopló triunfante el cañón de su pistola.
El gobierno inmediatamente promete analizar restricciones para la portación de armas del personal de seguridad, pero Quintana dice que el problema no son las armas sino una forma de pensar: la idea de que los hombres son los dueños de los cuerpos de las mujeres y que pueden disponer de ellas cuando no hacen lo que el hombre quiere.
¿Fue entonces el de Vilma un caso de femicidio? Técnicamente, no, porque según la ley nicaragüense este crimen solamente puede ser cometido por alguien que haya tenido relaciones íntimas con la víctima. Pero las activistas argumentan que si Vilma hubiera sido un hombre no la habrían encerrado, negándole agua y alimentos, para quemarla después, pues el pastor no se habría sentido autorizado a tratar a un hombre así, y si lo hubiera hecho otros en la comunidad seguramente habrían protestado. Y más importante aún, apuntan, Vilma fue castigada por haber tenido sexo fuera del matrimonio. En las sociedades machistas no solo hay un doble estándar para hombres y para mujeres cuando de adulterio se trata, sino que incluso se culpa a las mujeres cuando han sido violadas.
La calle principal de Rosita está llena de ferreterías, minimercados y bares en los que se puede dejar guardada la pistola en un casillero mientras se canta al karaoke. Hay taxis y motocicletas que pululan por entre los baches y vendedores de helados en bicicleta que constantemente hacen sonar una campanita para atraer nuevos clientes. El Colectivo Gaviota está al final de la calle, justo en frente de un vetusto estadio de béisbol y en frente de una colina desnuda, devastada por los mineros y abandonada después.
La oficina es austera, con las paredes llenas de posters de salud pública que ofrecen información o consejos sobre VIH, embarazo adolescente y violencia de género. “Soy mujer y tengo derechos”, dice uno de ellos, en español y un idioma indígena local. Este es el grupo de mujeres dirigido por Miuriel Gutiérrez y otras dos madres solteras: su propia madre y Brenda Miguel, una representante de la comunidad indígena mayangna.
En 2017, Rosita tuvo el récord de muertes violentas en el país, en su mayoría como resultado de conflictos por tierras. Pero los ataques en contra de mujeres también fueron un problema. Y, para Gutiérrez, en la lucha contra la violencia de género, la mitad de la batalla es obtener el apoyo de la comunidad. Como ejemplo menciona un caso reciente en el que un hombre atacó a su esposa con un machete, porque ella se rehusaba a tener relaciones sexuales. Después de una larga rehabilitación, ahora puede caminar “más o menos”.
Pero Gutiérrez considera esa caso un éxito porque los vecinos espantaron al atacante cuando oyeron los gritos y decidieron testificar en su contra en el juicio, lo que permitió enviarlo a prisión. “No vamos a acabar con la violencia contra las mujeres si la gente no reconoce este tipo de cosas como violencia”, dice. “La gente lo ve como algo normal, como una forma de ponerle orden a las mujeres que se portan mal”.
Una de las formas con la que Gutiérrez trata de cambiar mentalidades es con su programa de radio en la estación comunitaria Radio Uraccan, el que se transmite dos días a la semana. Durante una hora recibe llamadas telefónicas sobre diversos temas tabú, como aborto, derechos de la comunidad LGBT y trabajo sexual. Me lleva al estudio, donde los estantes están llenos de viejos casetes con etiquetas como Éxitos Tropicales, Baladas de Amor y Reggaemanía.
“Yo prefiero tocar música feminista nicaragüense”, me dice mientras me presenta el trabajo de la cantautora local Gaby Baca, cuyas letras van de la celebración de la amistad femenina a la condena del acoso callejero. Gutiérrez usó su programa para compartir la noticia de la muerte de Vilma y dar detalles sobre el juicio, y cuando le preguntó a sus oyentes sobre la sentencia, las reacciones fueron mixtas. “Alguna gente llamó para decir que la violencia había sido brutal y que estaban de acuerdo con el juez”. “Pero otros dijeron que no estaban de acuerdo y otros ni siquiera entendían por qué estábamos dedicándole tiempo al asunto”.
Durante el último año ha regresado varias veces a El Cortezal para visitar a los parientes de Vilma y ofrecerles apoyo. Dice que el asesinato también ha tenido un profundo efecto en las comunidades aledañas. “La gente empezó a decir 'Tené cuidado. No dejés que lo que le pasó a Vilma te pase a vos'“, dice. “Ahora le ponemos más atención a la forma en la que se practica la religión”.
La reacción de las Asambleas de Dios
El superintendente de las Asambleas de Dios en Nicaragua, Rafael Arista, responde al teléfono con un tono de cansancio en la voz, dejando en claro que preferiría no tener que volver a hablar sobre Vilma Trujillo. Está tratando de ser receptivo, pero exhala profundamente nada más le pregunto sobre Juan Rocha, el pastor de la iglesia Visión Celestial de El Cortezal. “Desgraciadamente fue la prensa la que empezó a usar la palabra 'pastor'“, suspira. “No teníamos ningún pastor con ese nombre. Fueron los periodistas los que empezaron a decirle pastor y eso fue porque querían ensuciar el nombre de las Asambleas de Dios”.
Rocha era más un predicador laico que un pastor, continúa. Y la iglesia Visón Celestial, aunque parte de Asambleas de Dios, no era “lo que podríamos llamar una iglesia organizada”. Él la definiría más bien como una “potencial” futura iglesia. Está claro que está perdiendo la paciencia con mis preguntas, aunque no he hecho más que empezar. “En más de 100 años nunca había ocurrido nada como esto”, me dice irritado. “¿Por qué no mencionan las cosas buenas que hacemos, como construir casas y manejar escuelas para sordos?”.
Efectivamente, las Asambleas de Dios tienen muchos proyectos de ese tipo. Yo vi una de esas escuelas para niños sordos en Managua. Está ubicada al lado de las oficinas de las Asambleas de Dios y de la Universidad Martín Lutero, que también es financiada por la organización. Fundadas en el estado de Arkansas, Estados Unidos, en 1914, las Asambleas de Dios actualmente tienen más de 67 millones de miembros en 200 países.
En Nicaragua, tiene más de 600.000 seguidores, equivalente al 10 % de la población. Y sus operaciones e iniciativas de caridad son financiadas por sus miembros, a los que se anima a donar el 10 % de sus ingresos a la iglesia. Ángela García dice que incluso Vilma le daba al pastor un porcentaje de lo que ganaba vendiendo dulces.
La iglesia se opone vehemente a las relaciones sexuales fuera del matrimonio, el aborto y la homosexualidad. “Tal vez ninguna otra área de pecaminosidad ha provocado tanta devastación y decadencia en nuestro mundo”, dice en su sitio web de las relaciones sexuales que se dan fuera de los matrimonios monógamos, heterosexuales y vitalicios.
Pero Asambleas de Dios no es la única iglesia evangélica que ha crecido exponencialmente en Nicaragua. Incluso los pueblos más pequeños tienen varias iglesias con diferentes tonalidades. Mientras, el porcentaje de la población que se identifica como católica ha pasado del 90 % a aproximadamente un 50 %, según datos del Pew Research Center.
Por lo pronto, mi conversación con el pastor Arista deja en claro la versión oficial sobre el caso de Vilma Trujillo. Para empezar, Juan Rocha no era un pastor reconocido. Pero, además, las Asambleas de Dios no practican exorcismos violentos. Después de eso, sin embargo, el mensaje resulta inesperado. Cada vez que pregunto sobre Vilma o su familia, Arista expresa simpatía por los perpetradores. Primero dice que sus sentencias fueron excesivas, luego sugiere que podrían ser inocentes.
“En mi opinión, esta joven puede haberse tirado ella misma al fuego”, dice. “Porque no creo que cinco personas que están rezando vayan a ponerse todas de acuerdo para tirar a alguien a las llamas”. Buena parte de la entrevista de una hora la dedica a arremeter contra los medios, a los que acusa de haber exagerado los aspectos más sensacionalistas del caso. Dice que se debería poner más atención en los niños de los cinco jóvenes padres condenados.
“Está claro que hay mucha gente a la que no le interesa el sufrimiento de los niños, los niños que se mueren de hambre. Lo único que interesa en las noticias es una mujer muerta y, desgraciadamente, eso ya es pasado”, dice. Es innegablemente horrible que tantos niños se hayan visto afectados por el caso. Los padres condenados están en una cárcel lejos de su hogar, lo que hace casi imposible que sus familiares puedan visitarlos. Pero el pastor Arista lo ha hecho.
Le pregunto entonces por los hijos de Vilma, ¿también los va a visitar? ¿Y a su hermana, una miembro de la iglesia que vio todo lo que pasó? “Fuimos una vez pero no pudimos cruzar el río. Les pasamos algunas cosas, pero, sí, estamos atendiendo a todos los niños”, asegura. La familia, sin embargo, dice no haber sabido nada de ellos. Cuando terminamos de hablar, me dice que hay suficientes pruebas de que “esa loca” se quemó ella sola. No profundiza, pero ninguna prueba en ese sentido fue presentada ante el tribunal.
Cuelgo el teléfono algo desconcertada. No esperaba que asumiera algún tipo de responsabilidad personal por lo ocurrido, pero incluso después de la movilización y las protestas generadas por la muerte de Vilma parece sordo a los sentimientos de una buena parte del país. Cada vez que le di una oportunidad para mostrar algo de empatía hacia Vilma y su familia me topé con una pared.
Pero manifestantes furiosos le tiraron piedras a la iglesia de las Asambleas de Dios en Rosita después de la muerte de Vilma. Y el pastor local, Saba Calderón Tobares, parece entender mejor el sentimiento popular. Para empezar, acepta que los presos cometieron un crimen. “¿Cómo fue que ninguno de ellos reflexionó y dijo 'Esto no está bien'?”, se pregunta. También acepta que es bastante probable que Vilma tuviera un problema mental en lugar de estar poseída por el demonio, por lo que no era necesario un exorcismo.
No está claro cuál de los dos pastores –Arista o Calderón– es más representativo del conjunto de la iglesia, aunque el antecesor de Rafael Arista como superintendente de las Asambleas de Dios, Saturnino Cerrato, expresó una posición todavía más dura por televisión. No había dudas, dijo, de que se trataba de un caso de posesión demoniaca. “Existe el diablo, existen los demonios”, dijo. “Eso es precisamente lo que mantiene a la sociedad, a esta sociedad, con tanto problema”.
Pero el psiquiatra José Miguel Salmerón, quien ha estado siguiendo de cerca el caso de Vilma Trujillo, advierte sobre los riesgos de “una forma de entender el mundo que era común en la edad media”. Dice que aunque no es posible diagnosticar a Vilma póstumamente, sus síntomas –incluyendo las referencias al demonio– son comunes en los hospitales psiquiátricos. “A la mayoría de la población nicaragüense no le interesa la salud mental. La gente prefiere explicaciones sobrenaturales”, dice.
“Y la clave para cambiar es más educación en las escuelas, más biología y ciencias naturales. Necesitamos crear espacio para el razonamiento crítico y el pensamiento secular. Necesitamos separar la religión de nuestras interpretaciones sobre el mundo que nos rodea”.
La discusión religiosa
En Nicaragua las feministas y las iglesias católica y evangélica llevan rato tirando en direcciones opuestas. Las iglesias obtuvieron una importante victoria en 2006, cuando legalmente se prohibió el aborto en cualquier circunstancia. Seis años después, fueron las activistas por los derechos de las mujeres las que celebraron que el país aprobó una ley contra la violencia de género, la Ley 779.
Esta ley tipificó al feminicidio como delito y prohibió una controversial práctica conocida como mediación, que se empleaba en casos de denuncias de violencia doméstica. En esos casos, en lugar de iniciar una investigación criminal la policía citaba a las parejas para tratar de resolver el problema cara a cara. Las feministas habían denunciado la práctica como una forma de presionar a las mujeres para que se queden con una pareja abusiva, que además deja a los hombres sin castigo y en libertad para volver a atacarlas.
Pero la Iglesia la ve como una forma de evitar la ruptura familiar, por lo que hizo campaña a favor de la restitución de la mediación. Un obispo católico llegó incluso a declarar que “el nuevo número de la bestia no es 666 sino 779”. Una vez más, la victoria fue para la Iglesia: la Ley 779 fue debilitada y la política de mediación reinstalada para casos menores y cuando no existen antecedentes.
Y en 2014 las activistas sufrieron dos nuevos reveses. Primero, el crimen de femicidio fue limitado a los casos en los que el asesino ha tenido relaciones sexuales con la víctima. Y luego el presidente Daniel Ortega emitió un decreto ampliando el papel de los grupos comunitarios en la resolución de disputas domésticas, lo que hace todavía más difícil que las mujeres víctimas de violencia puedan acusar criminalmente. El gobierno de Ortega se autodefine como cristiano, socialista y solidario. La justificación fue tratar de mantener esos temas lejos de las comisarías de policía y de los tribunales. El mensaje general, bastante claro: solucionen sus problemas entre ustedes o involucren a su comunidad.
El gobierno sandinista también se está volviendo cada vez más religioso. Ortega –una vez mejor conocido como un líder revolucionario– se ha reinventado como un personaje piadoso que gobierna al lado de su esposa, Rosario Murillo, a la que nombró vicepresidente del país el año pasado. Y su gobierno se autodefine como “cristiano, socialista y solidario”, lo que sus simpatizantes ven como prueba de su verdadera devoción, pero algunos de sus críticos como una simple estrategia para ganar votos.
Después del asesinato de Vilma, sin embargo, el parlamento nicaragüense aprobó una ley más favorable a las feministas que a la Iglesia, estableciendo el crimen de causar la muerte por “fundamentalismo religioso”, para el que se establece una pena de 25 a 30 años de prisión. Muchas activistas lo ven como un gesto vacío. Pero también hay otros, algunos incluso en la iglesia, que creen que es un paso en la dirección correcta.
“La libertad religiosa no puede anular los derechos humanos básicos”, dice Bernan Bans, un fraile capuchino que vive en el municipio de El Rama, en el Caribe sur nicaragüense. Bans también dice que ha visto los efectos dañinos del fundamentalismo en su propia parroquia, específicamente la creencia en el diablo, al que la gente responsabiliza por todo, desde el uso de drogas hasta la homosexualidad.
“La historia de Vilma parece un caso aislado, pero detrás del mismo hay un contexto fértil, social, económica y culturalmente”, dice. “En las zonas rurales donde no hay educación, la gente se apoya en la magia y la fantasía. Y cuando aparece alguien que sabe leer, esa persona tiene un poder enorme”, explica. El pastor de El Cortezal, Juan Rocha, sólo había llegado hasta el cuarto grado (el nivel típico de un niño de 10 años), según su padre. Pero eso le bastó para ganarse el respeto de su comunidad.
Es posible que algunos de los lemas visibles en la pared de su iglesia hayan sido escritos por él, con todo y errores de ortografía. Otros, claramente fueron escritos por miembros de su devota congregación. “Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí”, se lee en uno de ellos. “Que Dios bendiga su trabajo, Pastor Juan”, dice otro.
Vilma también sabía leer y escribir. Había llegado hasta tercer grado de primaria, pero tuvo que abandonar la escuela cuando quedó embarazada por primera vez. En opinión de Bans, es difícil separar los diferentes factores que la llevaron hasta su muerte: la falta de educación, la prevalencia de la violencia contra la mujer, el abuso de la religión y el estigma asociado a los problemas de salud mental. “Es como una muñeca rusa”, resume.
Miuriel Gutiérrez, sin embargo, cree que hay razones para la esperanza. Los vecinos que testificaron en contra del hombre que atacó a su mujer con un machete, por ejemplo. Pero además, recientemente hubo otro caso con semejanzas al de Vilma, pero con un final muy diferente. “Un día un muchacho tuvo una especie de ataque y lo sacaron del hospital a la fuerza para llevarlo a una iglesia evangélica”, me cuenta. Un grupo de hombres lo tenía agarrado mientras varias mujeres gritaban que estaba poseído.
“Pero algunos pensaban: 'Nooo, esto no puede pasar de nuevo'“, dice Gutiérrez. Además, un grupo de personas persiguió al grupo, filmando todo con sus celulares, y avisó a los medios locales. Pronto la situación se calmó y el muchacho fue devuelto a su padre, sin ningún daño. “Es como si se hubiera encendido una pequeña luz”, dice.
Magaly Quintana no está convencida de que la muerte de Vilma haya logrado cambiar algo. “De vez en cuando hay una gran reacción a un caso extremo, pero las muertes violentas no terminan”, dice. Pero Gutiérrez es más optimista. “No se puede resucitar a una mujer”, dice. “Pero este caso sentó un precedente muy importante en el país. A pesar de tantas condiciones adversas que afectan a las mujeres generó protestas, se hizo justicia y hasta se cambió la ley”. “Hay mucho por hacer aquí. Pero eso no significa que no podamos conseguirlo”.
(Fuente: Infories.com)
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