Netflix recientemente estrenó en su catálogo el documental titulado Wild Wild Country. Dirigido por Chapman y Maclain Way, narra la historia (sorprendente y casi increíble) de un capítulo en la historia de Estados Unidos que tomó a todos por sorpresa, cuando el líder espiritual Bhagwan Shree Rajneesh (actualmente conocido como Osho) y sus seguidores construyeron una ciudad en las remotas tierras de Oregon. Lo cuenta Vonne Lara en Hipertextual.
Crítica de la serie
Lo que se desprende de esta historia es simplemente fascinante, sobre todo por el tratamiento que se le da en el documental de los hermanos Way, producida por otros talentosos hermanos, los Duplass. La serie documental Wild Wild Country se conforma por seis episodios de una hora de duración cada uno. Lo que al principio parece una simple historia de una secta y las enseñanzas de su líder se transforma en un relato sorprendente de tolerancia e intolerancia, atentados, ataques mediáticos y físicos, intentos de asesinato, intrigas y mucho más.
Todo comienza con la década de los años ochenta, cuando un pequeño poblado de Oregon, llamado Antelope, comenzó a vivir un episodio en su historia que sus habitantes jamás olvidarán. Cientos de personas vestidas de carmín –en toda su gama– comenzaron a llegar a una propiedad de cientos de hectáreas que había comprado el gurú de la India. En dicha tierra comenzaron a construir un enorme rancho, más valdría decir una ciudad, autosustentable, que acogería a los seguidores del líder espiritual que buscaba la iluminación de todos los habitantes del mundo.
Desde el principio conocemos la posición de los sorprendidos habitantes originales de Oregon. Tanto por entrevistas actuales de aquellos como de material original que conforma casi toda la serie. Por el otro lado conocemos la historia de los propios habitantes de la nueva ciudad llamada Rajneeshpuram y de la segunda a cargo del sueño de Bhagwan, Ma Anand Sheela. Ella fue la secretaria del líder espiritual y, en todo caso, la autora de la utópica ciudad y de los eventos posteriores.
“Wild Wild Country” tiene muchos aciertos como documental. Nos muestra material original valiosísimo de todos los implicados y de momentos clave en esta intrincada historia. Además, sus creadores confeccionaron otro material a base de entrevistas en la época actual con los principales implicados, tanto de la comunidad de Rajneeshpuram como de los sorprendidos habitantes de Oregon, así como de las autoridades que persiguieron e investigaron a la comunidad.
Y es que pronto nos damos cuenta de que se está hablando de una ciudad que se desintegró y de un líder que ya murió pero que su legado sigue cosechando frutos. Sin duda es una trama que nos cautiva y el documental paga muy bien las seis horas que nos lleva conocer esta historia tan sorprendente como fascinante. Otro acierto de este documental es que, contrario a lo que parece, se aleja de las enseñanzas de Bhagwan (aka Osho) y se centra en lo ocurrido a su alrededor, en las personas que forjaron su enorme imperio y en las muchas vicisitudes que atravesaron y de las que muchos no salieron limpios.
Se trata, pues, de una impecable serie documental presentada por los hermanos Way. Tanto si no conoces del tema, si habías o no escuchado de Osho, como si eres un seguidor de su filosofía, este documental tiene cosas muy valiosas a través de sus episodios. Los temas ahí tratados son muy importantes e interesantes y son abordados de forma muy inteligente, con una narrativa mucho más ligera de lo que podría pensarse. Wild Wild Country está disponible para todos los suscriptores de Netflix desde el 16 de marzo.
La historia de la secta de Osho
En El Diario, José Antonio Luna cuenta que Rajneesh, conocido como el “gurú del sexo”, se convirtió en líder de una religión con miles de seguidores para conseguir “un hombre nuevo”. Fueron acusados de múltiples intentos de asesinato, espionaje, e incluso de un atentado bioterrorista para intentar ganar unas elecciones.
1981, Oregón. Antelope, un pequeño pueblo situado en mitad de la nada con unos 50 habitantes, una oficina de correos, una escuela y una iglesia, se preparaba para recibir a miles de personas que romperían aquel clima “apacible” con el que su alcalde, John Silvertooth, describía el lugar. “Ya vienen, y eso causará un gran problema”, le indicaron. Las advertencias se quedaron cortas.
Bhagwan Rajneesh, más tarde conocido como Osho, llegaba al lugar en un Rolls Royce blindado ante la atónita mirada de los pueblerinos que allí vivían. Junto a él, cientos de personas con túnicas naranjas que se comportaban de un modo extraño y veneraban su figura, como si de un mismísimo dios se tratara. De hecho, es lo que era considerado: un líder sobrenatural en busca de “un nuevo hombre” que no es cristiano ni mahometano, sino alguien capaz de “vivir en armonía con el resto, sin nacionalidad, con espiritualidad y alejado del materialismo”. Era el comienzo de una religión new age, el movimiento Osho.
Con documentales como Making a murderer o Going Clear: Scientology and the Prison of Belief pudimos comprobar que el terror y el miedo no solo son propios de la ciencia ficción. En ocasiones, lo más sorprendente e ilógico se encuentra en casos que aunque no lo parezca existieron de verdad. Con Wild Wild Country Netflix repite la jugada.
En sólo seis episodios, de aproximadamente una hora cada uno, vemos cómo una historia de culto al líder termina convirtiéndose en un relato oscuro de engaños, atentados e intentos de asesinato. Fue el inicio de una ciudad utópica, una que miles de fieles apodados como sannyasin construyeron obedeciendo las órdenes de su profeta.
“No sabíamos que estábamos ante el caso más intoxicante de Estados Unidos, donde más escuchas se realizarían y ante el mayor fraude de inmigración”, confiesa un miembro del FBI en el reportaje. Antelope pasó a ser la comunidad Rajneeshpuram, un enclave internacional meca del hinduismo y las psicoterapias, de la meditación y de la espiritualidad, pero, sobre todo, del fanatismo.
“Me han acusado de una lista interminable de crímenes atroces, pero no han matado mi espíritu”, afirma con rotundidad Ma Anand Sheela, secretaria del maestro espiritual Osho y cabeza pensante de la organización religiosa. Fue responsable de organizar el colectivo como si de una gran multinacional se tratase, con capacidad para la autogestión y promoción de un movimiento que atrajo a personas de todo el mundo sin distinción de raza ni clase.
Bhagwan Rajneesh fue un gurú hindú crítico con Gandhi y las religiones ortodoxas por considerarlas represivas y materialistas. El “sabio” propone algo nuevo, una religión que se adapta a la vida del individuo sin afectar a su ámbito privado, que “no reprime el sexo como ha hecho las tradiciones”, sino que lo transforma en algo “más libre”. Precisamente por ello, se ganó el apodo de “el gurú del sexo”.
A partir de 1962 empezó a dirigir campos de meditación que, poco a poco, fueron ganando más adeptos. Aquella promesa revitalizadora y exótica se convirtió no sólo en una atracción turística, sino en el germen de toda una nueva civilización regida por sus propias reglas y valores. Ejemplo de ello es Jane Stork, una fiel creyente que también aparece en Wild Wild Country. Esta australiana decidió buscar una solución a sus problemas matrimoniales acudiendo a “un psicólogo” poco convencional. La solución a sus males, según este, pasaba por lo que definía como meditación dinámica. Es decir, un extraño baile seguido de saltos y gritos similares al minuto de odio visto descrito por Orwell en 1984. Después del caos, la “liberación”. Stork, sin ser demasiado consciente de ello, acabó metiéndose en una secta.
“Es una conexión que va más allá de la familia, es el amor”, indica en el documental quien poco después se convertiría en abogado de la Fundación Internacional Rajneesh. Al igual que Stork, decidió ir a Bombay para ponerse en manos de la deidad y abandonar aquella “vida tradicional y mundana” de la que ya estaba cansado.
Osho hablaba de espiritualidad, capitalismo y sexualidad, era todo un revolucionario que como las mejores estrellas de rock conseguía llenar estadios con 30.000 personas. Pero para él, no eran suficientes. Por ello, un día decidió abandonar la India para expandir su nueva comunidad en un lugar apropiado: Estados Unidos. ¿La responsable de hacerlo? Anand Sheela. Después de valorar distintas localizaciones, decidieron que “el país de la libertad y las oportunidades” era el adecuado porque su Constitución recoge el derecho a practicar una religión.
Lo primero era disponer de una superficie lo bastante enorme como para crear una nueva ciudad, y las 32.000 hectáreas del rancho Big Muddy, situado en Antelope (Oregón), parecían más que suficientes como punto de partida. No importaba que estuviera lleno de colinas ni el terreno escarpado y rocoso. Todo el trabajo estaba ahora en manos de los sannyasin y de Osho, que se dirigió al lugar en un avión 747 con toda una planta reservada para él.
No queremos hacer spoilers de Wild Wild Country, pero adelantamos que la gran marea de adeptos naranjas no se contentó con dominar el rancho. Comenzaron a tener problemas con el pueblo y se hicieron con la cafetería, la oficina de correos o incluso con su propio cuerpo de seguridad. De hecho, las pretensiones fueron incluso más allá y en 1984 se presentaron a las elecciones del condado de Wasco. Desde luego, no de forma democrática: fueron responsables de un ataque bioterrorista que provocó la intoxicación de 751 personas. ¿La intención? Incapacitar a gran parte de los votantes para vencer en las urnas. No obstante, esta fue solo una de las muchas prácticas llevadas a cabo por una secta convertida en grupo terrorista.
El de Bhagwan Rajneesh es un claro caso de lo que Max Weber define como “carisma rutinizado”, conseguido a través de la burocratización. Al igual que ha ocurrido en regímenes totalitarios como el nazismo, la burocracia se convierte en el instrumento perfecto para legitimar actos de dominación de un líder. Los cuadros del gurú, su aspecto de sabio o incluso la propia indumentaria naranja son elementos de una gran maquinaria para construir una figura mitificada, frente a la que se actúa con fe ciega. Hasta tal punto que, como refleja Wild Wild Country, algo presentado como comunitario y trascendental acaba respondiendo a intereses privados sin importar quién se interponga por el camino.
(Fuente: Infories.com)
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