Autor: Manuel Guerra
Guerra está convencido de que «sin una formación doctrinal, vibración interior y oración y dinamismo apostólico, el
terreno puede quedar abonado para la penetración de las sectas».
Manuel Guerra Gómez, experto en sectas, es el autor de un libro-guía para orientarse en este complejo mundo: «Las sectas y su invasión del mundo hispano: una guía».
BURGOS, 14 de septiembre de 2003 (ZENIT.org).
¿No es exagerado hablar de invasión del mundo hispano? ¿Se trata de un fenómeno tan alarmante?
Hablar de «invasión» puede sonar a simple metáfora. Pero es real. Evidentemente me refiero en primer lugar a Hispanoamérica por ser donde se halla, con mucho, el mayor número de hispanohablantes y orantes. Invito a quien le parezca una exageración a comparar la Hispanoamérica de la primera mitad del siglo XX y la de ahora, medio siglo más tarde. Comprobará la avalancha de sectas religiosas de origen e impronta hindú, budista, taoísta, sintoísta,
afroamericanas, mágicas e ideológicas, que van difundiéndose por todas las regiones, también entre los indígenas.
Lo mismo puede afirmarse de Brasil –lusohablante– para abarcar prácticamente toda Iberoamérica o Latinoamérica. Piénsese que, según algunas fuentes, el 15,4% de los brasileños (unos 25 millones), el 25% de los chilenos, el 31% de los guatemaltecos, etc., se han pasado al pentecostalismo. Ya sé que un gran número de pentecostales son evangelicales y los principales difusores del fundamentalismo protestante. Pero un buen numero son sectas en el sentido técnico de este término y, por lo mismo, no cristianos, entre ellos se encuentra la Asamblea pentecostal del mundo, la Iglesia pentecostal unida, todas las unitarianas, etc.
Por eso, considero acertada la valoración de un conocedor de la realidad, monseñor Cipriano Calderón, presidente de la Comisión Pontificia para América Latina: «En Iberoamérica está la mitad de los católicos del mundo y es motivo de gran esperanza. Ahora bien, no hay que caer en la retórica: hay un problema terrible que es el de las sectas, que están atrayendo a muchos católicos; con lo cual el número de católicos está disminuyendo en muchas naciones. De
manera que, quizá, caigamos en el peligro de hablar mucho de la mitad de los católicos del mundo y luego nos los dejamos perder. Por este motivo, la última Asamblea de la Comisión Pontificia de América Latina dedicó sus sesiones a delinear una nueva estrategia para evangelizar en Iberoamérica, sobre todo para contrarrestar el fenómeno de las sectas».
Las sectas, ¿ofrecen realmente atractivos que las religiones tradicionales son incapaces de proponer?
Uno de los rasgos definitorios de los latinoamericanos es su profundo sentido religioso, su talante venerador de lo sagrado. Durante siglos su sed religiosa ha sido satisfecha por la Iglesia católica. Aparte de los protestantes, ahora han irrumpido las sectas. Estas confirman que el sentido religioso es connatural al ser humano. No son antirreligiosas, sino con frecuencia anticristianas, a veces rabiosamente, o al menos no cristianas. Por tanto están capacitadas para saciar la sed religiosa de los latinoamericanos en la medida en que no les llene la religión y espiritualidad tradicional de sus países, la católica.
Se tiende a pensar que «el mal viene de fuera» y que los malos son los otros», a saber, las sectas, etc. Pero la raíz principal de la difusión de las sectas radica en cada cristiano, a saber, en su falta de información de los peligros para su fe, en este caso de las sectas, de formación doctrinal (dogmática, moral, litúrgica…) cristiana, de vibración interior (es decir, personas de oración y que dedican tiempo a hacer oración), y de dinamismo apostólico, de evangelizar, de ser apóstoles y hacer apostolado. ¿La estatua de Nabucodonosor de la que nos habla Daniel se derrumbó por la debilidad de sus pies de arcilla seca o por el impulso de la piedrecita que bajó rodando desde la cima de la montaña? Si sus pies hasta el tobillo hubieran sido de oro, plata, bronce o hierro, como el resto, la estatua, la
habría mantenido erguida.
Las personas que han estado en una secta explican que uno de los aspectos positivos era sentirse aceptado, ser conocido con nombre y apellidos.
El activismo de la vida moderna, el trabajo de la madre fuera de casa, las deficiencias –a veces, ausencia– del diálogo entre padres e hijos por falta de tiempo e interés y por la fascinación de la televisión, el desarraigo de los emigrantes lejos del su lugar de nacimiento, la especie de naufragio de los individuos en los grandes centros urbanos justifican que el individuo, sobre todo el joven y, por lo mismo, inseguro e inexperto, caído en el anonimato, busque
círculos reducidos donde sea aceptado y querido por sí mismo. Esto suelen ser las sectas para los iniciados en las mismas, al menos en los comienzos. Muchas veces he preguntado a miembros o ex miembros de sectas: «tú, ¿por qué has abandonado a Jesucristo por el fundador de la secta?». Siempre o casi siempre ha coincido la respuesta con ligeras matizaciones: «No me he sentido querido ni acogido por la Iglesia».
De ahí la oportunidad y hasta necesidad de promover la formación de grupos que faciliten la acogida y convivencia de los jóvenes, su formación y diversión cristianas, realidad que suele florecer más en los movimientos que en las parroquias. Además, así respirarán un «microclima» ético-moral y religioso, que ya no siempre existe en las familias.
Usted afirma que tal vez los católicos que se incorporan a una secta estaban ya «fuera» de la Iglesia. Sí, me lo pregunto, porque el núcleo de creyentes y practicantes está rodeado por un amplio margen (el 70-80%), cuya pertenencia a la Iglesia católica en los países tradicionalmente católicos es débil o muy débil y hasta nula. El abanico de la pertenencia puede abrirse desde «creer sin pertenecer» («believing without belonging», Grace Davie) hasta «pertenecer sin creer». Como el vacío religioso no existe, en la medida en que uno no se esmere en pertenecer verdadera y vitalmente a su religión tradicional, en esta misma medida pertenecerá a otra forma religiosa alternativa (secta, Nueva Era, neopaganismo), a veces de signo profano e idólatra de tipo político o narcisista.
El afán de novedad y la fascinación de lo novedoso o de la moda influye no sólo en la indumentaria, también en lo ideológico. Las religiones tradicionales, el catolicismo en los países hispanos, han acumulado aciertos y algunos desaciertos en los muchos años de su existencia. El hombre moderno tiende a fijarse en los fallos para echárselos en cara y hallar como una justificación de la incoherencia de su fe, o de su abandono.
En cambio, las sectas y las religiones no cristianas (budismo, etc.) carecen de antecedentes; son la novedad que su historicismo pone más de actualidad. De ahí el camaleonismo proteico de no pocas sectas, generalmente peligrosas, y el cambio de su nombre cuando el anterior se ha cargado de connotaciones peyorativas. De esta manera se empieza de nuevo y se evitan las reacciones que dificultan el proselitismo.
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