"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

viernes, 31 de enero de 2014

Antoinismo: tras las pistas de la secta de los sanadores belgas

 
En el anonimato total, la secta antoinista celebró el pasado mes de octubre sus 100 años de existencia en Francia. Lejos de su apogeo en la década de los años 20, cuando este movimiento sanador nacido en Bélgica contaba con cerca de 700.000 adeptos, el antoinismo cuenta hoy con unos 2.000 adeptos y 30 templos en Francia.
Frente a una crisis generalizada de fe, y perjudicada por su gramática alambicada, trabaja para despojarse de la imagen de secta que le atribuyó el informe Guyard en 1994. De hecho, la presencia de menores de 50 años en los templos es muy rara, y el futuro a medio plazo es sombrío para los líderes de la secta, que sin embargo siguen perpetuando la enseñanza del Padre Antoine.
Reproducimos aquí la información sobre los templos franceses de la única secta belga exportada, contenida en el reportaje que firma Christophe Gleizes en el medio frances Ragemag, y que ha traducido la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES).
El culto antoinista
Al entrar por primera vez en un templo antoinista es el escepticismo, o por lo menos el asombro, lo que predomina siempre en el visitante. La débil luz invernal, que se filtra a través de los grandes ventanales, refuerza la dimensión solemne del momento. Esta mañana, en el templo de la calle Vergniaud, unas diez personas asisten al oficio. Hay algunos burgueses con sus mejores galas, pero los demás son “pobres”; todos encuentran aquí las puertas abiertas. En el fondo de la estancia, un hombre postrado, cubierto con un hábito y una mirada concernida e impaciente. Es lo que se llama un miembro revestido, un honor reservado a los adeptos más asiduos.
Son las 10 de la mañana y el ritual, que no cambia, comienza. Al sonido de la campana, una sombra se eleva para susurrar a la reducida asamblea: “El Padre sana”. Se abre una puerta a la derecha, dejando ver a dos hermanas vestidas de negro que avanzan lentamente. La primera sube algunos peldaños de un púlpito de madera, para dominar mejor la estancia medio vacía. Los antoinistas le dan el nombre de capellana; está al frente del templo y encargada de los oficios.
La segunda se sitúa al pie del púlpito, donde está dispuesta una mesa de lectura, que sirve para el enunciado diario de los diez principios antoinistas. Una vez colocadas, las dos mujeres se detienen en una posición simétrica, los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia arriba.
Mientras permanecen inmóviles y en silencio, la mirada se centra en el púlpito, que sirve de pedestal al tríptico sagrado. En el centro está colocado el retrato del fundador de la secta, Louis-Joseph Antoine –llamado “el Padre"–, con barba blanca abundante y postura majestuosa. Nacido católico, algún tiempo espiritista, construyó su propia “religión” en 1906 en Bélgica y la hizo famosa por sus numerosos “milagros de sanación”.
A su izquierda está el retrato poco afable de su esposa Catherine –llamada “la Madre"–, que le sucedió al frente del movimiento. Por último, a su derecha, el tríptico sagrado se completa con “el árbol de la ciencia de la visión del mal”, un símbolo con un nombre tan enredado como su significado.
Después de unos segundos de recogimiento, el oficio tan esperado finalmente comienza. Observada por todos, la capellana se concentra para transmitir su “fluido” a la estancia. Para ello, se conecta con el Padre a través de la oración y la meditación, con el fin de difundir una energía positiva sobre los devotos que están en un nivel inferior. Un ambiente tranquilo y postrado recorre entonces las hileras de escaños y alivia, sin un sonido o un gesto, las almas que sufren.
Según la Madre, que estableció las modalidades de culto de su difunto marido, la sanación es “vis-à-vis de los fluidos que componen nuestra atmósfera, lo mismo que una operación quirúrgica es vis-à-vis de un órgano dañado”. El resultado real puede ser discutido, pero son muchos los que dicen venir aquí para ser sanados.
“Los antoinistas me han devuelto la salud”
Una vez anunciados los diez principios del Padre por una voz monocorde, los adeptos aliviados se dispersan rápidamente. Entre ellos, Michel, un enfermo de 54 años, decide detenerse unos minutos: “Sufro trastornos bipolares”, dice tocando el crucifijo de aluminio que cuelga de su cuello y que él mismo hizo. Michel es uno de los más asiduos al templo; viene “una o dos veces al día” desde hace veinte años para confiarse a los sanadores y tratar de encontrar la paz espiritual. “Con su ayuda y oraciones, mi enfermedad ha sido curada en tres cuartas partes. Antes vivía como un animal atrapado. No luchaba, estaba totalmente KO, pero los antoinistas me han arreglado”.
Lo mismo ocurre con Marcel, de 61 años, un antiguo maestro de obras que descubrió el grupo hace veinte años. “Esto claramente no es una secta”, afirma categóricamente quien en el pasado fue atrapado por “grupos de oración carismáticos” que trataron de hacerse con “el 10 % de su salario”. “Usted es libre de ir y venir como desee, la religión antoinista no pide dinero, no hace proselitismo y no aparta a las personas de sus familias”, dice este hombre que comenzó por un proceso de doble curación.
“Mi esposa tuvo un cáncer de hueso de mandíbula, se le dio un pronóstico sombrío desde el principio, pero de esto hace ya veinticinco años. Yo tengo cáncer de pulmón y, gracias a la secta, no tengo la impresión de dar la imagen de un hombre agonizante”. Si bien admite que el movimiento puede dar al principio un aspecto inquietante, Marcel se muestra muy agradecido a los antoinistas: “No sé si creo en todo esto, pero después de nuestras dos curaciones, me reservo el derecho a abrir la boca y dar testimonio”.
Fluidos y “pensamientos positivos”
“Aquí no hacemos milagros, sólo oraciones y pensamientos positivos”, defiende la hermana Whart, de 82 años, una sanadora de la calle Vergniaud. “Hago llegar a ellos el fluido que el Padre nos envía. Se siente un calor que sube y sube”, dice, exaltada, antes de recordar que la secta no permite ningún engaño: “No somos un centro de videncia, sino de clarividencia”.
Pero, ¿qué es el fluido en realidad? “El fluido no es fácil de explicar”, reconoce claramente el hermano Coulon, el capellán del templo de la calle del Pré Saint-Gervais, antes de continuar: “En suma, se trata de una energía que cada uno de nosotros libera en su manera de hablar y de comportarse; es como una emanación del aura o del karma en el budismo. El propósito de los oficios antoinistas sería invertir los fluidos nocivos por “pensamientos positivos”, ya que, según el principio del Padre, “las heridas del cuerpo no son sino las heridas del alma”.
Acusación de secta
Aunque estas intenciones pueden parecer loables, lo cierto es que la secta antoinista vive momentos difíciles. “El informe Guyard, que nos identificó como una secta, nos perjudicó mucho”. Sentado en su oficina, con un mobiliario básico, el hermano Madeleine, el representante del Padre en Francia, no encaja este golpe injusto hacia los antoinistas, a pesar de ser reconocidos desde 1934 como asociación religiosa por el Consejo de Estado.
“Pero además de este informe, en general, casi todo lo que se dice sobre nosotros es falso. No practicamos el vegetarianismo y, lo más importante, nunca desaconsejamos el uso de medicamentos. Nosotros creemos solamente que la fe aumenta su eficiencia”. “Yo voy al médico sin problemas, confirma el hermano Jean-Luc, de Vergniaud. Y lo que hago es pedir para que el doctor sea inspirado y me encuentre un buen tratamiento”.
En realidad, “la gente siempre trata de destruir lo que no entiende”, dice la hermana Astrid, que oficia en el templo de Ternes. “Nuestra religión se basa en la experiencia, la imparcialidad y el respeto a las personas; no me explico esta desconfianza”. “Antes de hablar de nosotros como secta, deberían venir a conocernos”, añade la hermana Maryvonne, que está al frente de la junta administrativa: “Cada cuatro años presento las cuentas, todo es transparente, vivimos sólo de voluntariado, donaciones y legados. El informe Guyard nos tiene catalogados. Es muy desagradable. Cuando las personas se convencen de una cosa, es muy difícil hacerles cambiar de opinión”.
Debido a la trascendencia del informe, la duda ha calado en el espíritu de algunos adeptos, que a pesar de todo permanecen fieles a la secta. Es el caso de Corinne, una caribeña de 46 años inscrita en Pré Saint-Gervais: “No puedo decir si es una secta o no. Estoy en ella desde hace 20 años y, por ahora, no me hago preguntas. Me dejé llevar por el ambiente familiar”. Un ambiente y una acogida reconocidos unánimemente, que alivian a las personas a menudo enfrentas a pesadas cargas: “Aquí hay algo que recoge el sufrimiento de la gente, algo que no se encuentra en la parroquia frecuentada por personas con un nivel de vida más confortable. Este es un lugar donde podemos hablar y ser escuchados, mejor sin duda que en la Iglesia Católica”.
Todos lo reconocen: el antoinismo “cambia la forma de ver la vida”. Amar a sus enemigos, pensar en su reencarnación, pagar el precio de sus vidas pasadas o recibir según su mérito, son conceptos que dibujan una corriente de pensamiento joven e iconoclasta, realmente original y difícil de alcanzar. Si, después de un comienzo prometedor, la secta está actualmente “en lo hondo de la indecisión”, la hermana Maryvonne no desespera de verla revitalizada en el futuro. “Aunque sólo seamos una gota en el océano, hay que seguir. Estoy convencida de que esto es algo tan hermoso que un día seremos comprendidos”.

 

Antoinismo: la situación en Francia de una secta belga (y 2)

A las 2:49 PM, por Luis Santamaría
Categorías : General
Reproducimos aquí la segunda parte (ver aquí la primera) de la información sobre los templos franceses de la única secta belga exportada, contenida en el reportaje que firma Christophe Gleizes en el medio frances Ragemag, y que ha traducido la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES).
Una breve historia de la secta
Fundada en 1910 por el valón Louis-Joseph Antoine (1846-1912), el antoinismo es un movimiento religioso sanador nacido en Jemeppe-sur-Meuse. Educado en la fe católica, el Padre Antoine trabaja primero como minero y luego como metalúrgico, antes de interesarse por el espiritismo.
En 1893, la muerte repentina de su hijo marca su ruptura con la Iglesia católica. En 1896 explica sus opiniones espiritistas en un libro y, de repente, descubre “poderes curativos” que le permiten reunir a muchos discípulos. En 1906 rompe con el espiritismo y comienza su propia “religión”, el antoinismo.
Después de su muerte en 1912, su esposa Catherine toma las riendas de la secta y establece nuevas reglas en la organización. Convertido en un auténtico fenómeno social en Bélgica, donde se registran más de 300.000 adeptos en la década de 1920, el antoinismo se exporta al extranjero, especialmente a Francia, donde se levantan templos rápidamente.
Principalmente activo en Francia hoy, este movimiento religioso se caracteriza por una estructura descentralizada y ritos simples, envueltos en una discreción absoluta y en una tolerancia vis-à-vis con las otras creencias. Reconocida como fundación de utilidad pública en Bélgica y asociación de culto en Francia, el antoinismo cuenta con un total de 64 templos, más de 40 salas de lectura en el mundo y miles de miembros. Sigue siendo la única confesión religiosa nacida en Bélgica cuya fama y éxito han traspasado las fronteras del país.
El culto y la doctrina
Los servicios religiosos son muy simples: primero la lectura, diaria, de los 10 principios establecidos por el Padre Antoine, y la Sanación, cinco veces a la semana, que dura unos quince minutos en presencia de un público muy numeroso. La ceremonia se distingue por su sencillez y pobreza.
“La religión no son ritos, sino un grado de elevación”, dice el hermano Coulon. Hay que decir que los textos legados por el Padre Antoine deben ser meditados mucho. Según la opinión de los adeptos, el estilo que se contonea y el dialecto franco-belga utilizado hacen difícil la comprensión de la Enseñanza en el primer intento.
“Es cierto que la Enseñanza, nuestro libro sagrado, está escrito de manera complicada. Hay algunos giros un poco anticuados”, admite la hermana Maryvonne, que trata de desentrañar los misterios del lenguaje franco-belga junto a algunas hermanas con hábito negro y sonrisa desdentada. “Entiendo perfectamente que se sea escéptico en entrar aquí, pero el antoinismo no se explica, se practica”.
Si la principal enseñanza del Padre es la superioridad de la conciencia sobre la inteligencia, el antoinismo se distingue sobre todo por un amor infinito hacia su prójimo, como lo explica el frontón del fondo de cada templo: “No amar a sus enemigos es no amar a Dios; porque es el amor que tenemos a nuestros enemigos lo que nos hace dignos de servirle”. Por lo tanto, no hay que ver el mal en nadie, dice la hermana Maryvonne, porque “Dios no es una entidad independiente, cada uno tiene una pequeña parte dentro de él”.
De inspiración católica, la religión combina además elementos de curación y una creencia evidente en la reencarnación. Como indican las paredes pintadas en verde pastel, un antoinista convencido no muere, sino que, sin cuerpo, su alma pasa entonces a otro cuerpo humano.
El líder de la secta en Francia
“Representante del Padre en Francia”, nada menos. Ésta es la función de Norbert Madeleine, de 89 años de edad, con las piernas cansadas pero con la fuerza intelectual intacta. “Es la religión la que la mantiene”, dice sonriendo. Introvertido, quiere ser un líder discreto y rechaza la etiqueta de “gurú": “no lo hay entre nosotros; no somos una secta, sino un culto reconocido como religión desde 1934 por el Consejo de Estado”.
Sonriente y conciliador, este hombre de mirada penetrante ha escalado uno a uno los peldaños de la jerarquía espiritual antoinista durante casi 60 años de culto. Si se define principalmente por “lo espiritual”, hacer el retrato de Norbert es como hacerlo de una doble vida: la de un anciano sin hijos, antes técnico de farmacia, y la de un hombre que conoció “sus propias pruebas”, con la muerte de sus dos mujeres y un cáncer de pulmón en 1972 del que se ha curado “gracias a la fe”.
Nacido en Prouai, una pequeña aldea en Eure-et-Loir, Norbert vive una infancia feliz cuando la guerra estalla. En 1944, con tan sólo 20 años, se une a las filas de los FFI, y participa en la defensa de Estrasburgo, donde mueren 34 de sus compañeros. Traumatizado por el recuerdo de “la sangre que se mezcla con la nieve”, y buscando la salvación, Norbert Madeleine encuentra, en los consejos de su mujer, una respuesta en la religión antoinista.
A partir de 1949, empieza a frecuentar los templos y se queda regularmente a las lecturas. “En el templo encontré algo tranquilizador y reconfortante, una calma que me sedujo”. Finalmente decidió vestir los hábitos en 1951. Comienza su carrera espiritual.
Al vestir los hábitos, Norbert se convierte en el hermano Madeleine. Se dedica a su “obra moral” en Mantes y Rouen, antes de regresar a París, donde es nombrado capellán en 1994. Hace sólo seis meses fue elegido “responsable moral”, “representante del Padre” y “delegado del culto” por el colegio de los capellanes en Francia; un reconocimiento tardío que nunca buscó.
Arremete contra un mundo “donde el alejamiento de la religión se ha generalizado”, y dice con amargura: “mi principal problema es la falta de seguidores en la región, y tengo dificultades para nombrar capellanes. También hay menos salas de lectura que antes e intento arreglarlo”. Tarea difícil, sin embargo, debido a la falta de recursos y la regla sagrada de no proselitismo en la religión antoinista. “Antes, nuestros adeptos venían a través del boca a boca; el carnicero o la panadera les hablaban del culto. Sin embargo, ahora es difícil porque las personas apenas contactan y no abundan las relaciones humanas”.
Nostálgico de la época en que el Padre Antoine sabía catalizar el movimiento en torno a sus poderes de curación –“Vi en una foto una multitud de 15.000 personas durante su funeral en Jemeppe-sur-Meuse en 1912; fue increíble”– el hermano Madeleine espera no morir con la secta. “Me gustaría ver a jóvenes en mi lugar; hace falta el relevo. Pero sigo siendo optimista: cuando la marea está baja hay que esperar que suba. El movimiento se está ahogando, pero las pruebas que nos esperan traerán de vuelta a la gente a la religión”.
Suspira y se despide para atender las consultas, que marcan jornadas dedicadas principalmente a la oración, en la que a veces confiesa “sentirse un poco solo”. Antes de irse se recupera, la sonrisa un poco forzada pero amable: “Mi familia está aquí ahora. Mis hijos, son mis seguidores”.

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