Rudy Gonsior, un ex francotirador estadounidense de las Fuerzas Especiales, tenía una apariencia fantasmal la mañana en que llegó al retiro selvático para ver si una infusión psicodélica que induce el vómito podía reparar el daño que los años de combate habían infligido en su mente. Retraído y de mirada perdida, hablaba apenas por encima de un susurro y era mucho más callado que los otros seis veteranos que habían venido a ventilar los recuerdos dolorosos de sus camaradas caídos en batalla, los pensamientos suicidas y la cicatriz que deja en la psique el acto de quitarle la vida a otra persona. Así comienza el reportaje que ha escrito Ernesto Londoño en The New York Times.
“He atravesado continentes para venir a consumir psicodélicos en la selva”, se admiró Gonsior, quien durante toda su vida se había mantenido alejado de las drogas. “Supongo que es lo que podría considerarse como una jugada desesperada”. Los veteranos habían viajado hasta el oeste de Costa Rica para probar la ayahuasca, una sustancia que los pueblos de la selva amazónica han bebido durante siglos. Algunas comunidades indígenas consideran que la infusión, que contiene el alucinógeno DMT, es una poderosa medicina que mantiene la resiliencia del espíritu y la armonía con el mundo natural.
El alojamiento que los estadounidenses visitaron a finales del año pasado estaba a años luz de eso: tenía una refulgente piscina y una extensa cubierta donde se anclaban unas cabañas bien equipadas con espléndidas vistas al océano. Con tarifas que oscilan entre 3.050 y 7.075 dólares por persona para retiros de una semana, ese alojamiento está entre las novedades más costosas de un boyante sector de la curación alternativa. Hasta hace relativamente poco tiempo, sólo unos cuantos botánicos, jipis y exploradores espirituales habían tenido acceso al mundo del chamanismo amazónico, que fue empujado a la clandestinidad en gran parte de la cuenca del Amazonas por los misioneros que pretendían convertir a los grupos indígenas al cristianismo.
Pero ahora miles de personas de todo el mundo peregrinan cada año a más de 140 centros de retiro de ayahuasca en América Latina donde el uso de la sustancia en contextos ceremoniales es legal o, como en Costa Rica, no está prohibido explícitamente. Además de las ceremonias psicodélicas, que suelen ser agotadoras física y mentalmente, los organizadores de los retiros ofrecen sesiones de terapia grupal, clases de yoga, arteterapia, círculos de meditación y baños tibios de flores. En conjunto, estos centros constituyen un mercado de la salud mental sin autorizaciones ni regulaciones para quienes buscan alternativas a los antidepresivos y otros fármacos que se recetan ampliamente.
El atractivo de las drogas psicodélicas ha aumentado en medio de un creciente cuerpo de investigaciones científicas que se basa en los prometedores estudios realizados en Estados Unidos y Europa durante las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado. Muchas de esas primeras investigaciones fueron canceladas después de que las sustancias psicoactivas quedaron proscritas tras la guerra de Vietnam, en respuesta a la preocupación por el uso extendido de las drogas en los campus de las universidades.
Pero en los últimos años, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA por su sigla en inglés), ha denominado a la psilocibina, el componente psicodélico presente en los llamados “hongos mágicos” y a la MDMA, conocida habitualmente como éxtasis, como “terapias innovadoras”. Esta rara denominación permite que los científicos aceleren estudios más numerosos que podrían allanar el camino para poder administrar las sustancias psicodélicas como medicamentos.
Beber ayahuasca puede ser peligroso, especialmente si se están ingiriendo ciertos fármacos como los antidepresivos y los medicamentos para la hipertensión. También puede desencadenar episodios psicóticos en las personas con condiciones mentales serias, como la esquizofrenia. Y aunque ciertos retiros cuentan con reglas y protocolos estrictos desarrollados con la asesoría de profesionales médicos, la bonanza de la ayahuasca a veces ha sido aprovechada por charlatanes y estafadores y ha sido objeto de escrutinio por casos de agresión sexual a participantes vulnerables o incapacitados, lo que incluye unos casos sucedidos en Perú.
“Tienes que admitir que hay un elemento del Viejo Oeste” en los retiros de ayahuasca, dijo Matthew Johnson, un profesor de psiquiatría y ciencias conductuales de la Universidad Johns Hopkins que ha estudiado los psicodélicos desde 2004.Johnson afirma que darle rienda suelta al cerebro en un ambiente controlado puede ayudar a que los pacientes con traumas reprimidos alcancen nuevas revelaciones. Así que el sistema médico, antes muy escéptico sobre el potencial terapéutico de los psicodélicos, ha aceptado “lo que, en esencia, es una nueva área de la medicina”, añadió.
Pero al experto le preocupa que en general los retiros psicodélicos no estén preparados para detectar a las personas que pueden correr peligro con esos viajes. En casos extremos, hay personas que intentaron suicidarse bajo los efectos de los psicodélicos o que han experimentado episodios psicóticos que requieren hospitalización. “Estas son herramientas poderosas, muy poderosas, y pueden llevar a las personas a un sitio muy vulnerable”, dijo Johnson. “Eso no debe subestimarse”.
No obstante, el creciente interés en la sanación asistida por psicodélicos, que escritores, celebridades y conductores influyentes de podcasts, han ayudado a que lugares como el Centro de Sanación Soltara, adonde fueron los veteranos, se encuentre en la avanzada del desafío a los cuidados de salud mental convencionales. Melissa Stangl, una de las fundadoras de Soltara, sostiene que los centros de ayahuasca, manejados de manera responsables podían ser semilla de una transformación. “Estamos en la cúspide de lograr llevar las medicinas psicoactivas a la cultura dominante del sistema de cuidado de salud”, dijo. “Cuando la ciencia realmente se ponga al día con lo efectivo que resulta para las personas que no se benefician del sistema médico actual, podremos ser aliados”.
Antes de su primera ceremonia de ayahuasca, cada uno de los veteranos se reunió con dos maestros o curanderos de la comunidad shipibo de la Amazonía de Perú. “Sus corazones eran duros”, dijo Teobaldo Ochavano, que ayuda a organizar las ceremonias nocturnas junto con su esposa Marina Sinti. “No sentían nada de amor, de alegría”. Sinti dijo que años de interacción con los extranjeros en los retiros le había dejado dolorosamente claro por qué había tanta demanda para estos rituales. “Los europeos y los de Estados Unidos, las personas están muy desconectadas”, dijo. “Entre ellos y con la Madre Tierra”.
‘Culto a la muerte’
Como muchos soldados de su generación, Gonsior dijo que se alistó en el cuerpo de marines para vengarse por los ataques del 11 de septiembre, que sucedieron cuando él estaba en secundaria. En 2006 fue destacado a Irak occidental en la primera de varias misiones de combate. Él y sus hombres a menudo eran emboscados por potentes bombas al borde de la carretera y recibían disparos de francotiradores, dijo. También dijo que 17 soldados con los que estuvo desplegado volvieron a casa en bolsas de plástico. La experiencia, dijo Gonsior, lo convirtió en un guerrero despiadado.
“Mi única meta era sobrevivir”, dijo. “Hice muchas cosas de las que no estoy especialmente orgulloso”. En vez de sentirse aliviado por sobrevivir, sentía una culpa aplastante. “Fue por pura suerte que no me dispararon y reventaron”, dijo. “Al punto de que, estadísticamente, ahora debería estar muerto o seriamente herido”. Gonsior dice que en 2007 se unió a las Fuerzas Armadas Especiales como francotirador. Eso le dejó la sensación de que se había unido a “un culto a la muerte”, dijo. “Los últimos 17 años de mi vida, de un modo o de otro, mi trabajo giraba en torno a la muerte”, dijo. “Al envejecer, eso pesa mucho”.
Matar se volvió trivial. Pero una vida que tomó en Afganistán, en 2012, lo atormentó durante años. Durante una operación de rutina, Gonsior abrió fuego sobre un hombre en motocicleta, al creer que se trataba de un insurgente. Poco después, se enteró de que había matado a una fuente afgana de inteligencia que trabajaba con su unidad. Gonsior contó que no se permitió afligirse por esa muerte ni procesó la culpa hasta años más tarde, cuando estaba dominado por la depresión y los arranques de ira que, en ocasiones, eran desencadenados por cosas triviales que hacían sus hijos.
Al final, los pensamientos abstractos de suicidio empezaron a volverse más específicos de una manera escalofriante, dijo. En el hospital de veteranos donde buscó ayuda, Gonsior, de 35 años, dijo que lo instaron a tomar antidepresivos. Afirma que se negó, en parte porque había visto los efectos secundarios que sufren sus camaradas. El año pasado, después de escuchar en la radio un reportaje sobre la ayahuasca y el trauma, se quedó fascinado con la idea de que sanar heridas profundas requiriera forcejear con sus raíces. “Hay muchas ruinas emocionales, naufragios que están por ahí debajo”, dijo.
Para cuando él y los otros veteranos ingresaron a la maloca o cuarto ceremonial, con las ventanas cubiertas de mosquiteros y el techo en forma cónica, habían firmado un extenso acuerdo de exoneración. El documento advertía del “poco probable caso de un episodio psicótico”, el peligro de beber ayahuasca al tomar antidepresivos y que los viajes psicodélicos a veces dejan a las personas con una sensación “mental, física y emocionalmente” peor.
Ataviados con sus vestimentas tradicionales, los maestros peruanos soplaron humo de tabaco en la maloca iluminada por velas. Los participantes se sentaron en catres dispuestos en un círculo y se pusieron de pie para tragar un shot de la infusión marrón y fangosa de ayahuasca. Chris Sutherland, un soldado canadiense de 36 años que hace poco se jubiló con pensión de discapacidad completa debido al síndrome de estrés postraumático, había llegado hasta ahí luego de años de ataques de pánico, excesos alcohólicos y de etapas de tomar antidepresivos que lo dejaban sintiendo que “ya no era humano”.
David Radband, un ex soldado de las fuerzas especiales británicas, dijo que había ido a la selva con la esperanza de ahogar la ira que había consumido su vida después de salir del ejército. Dijo que esa rabia le había costado la custodia de sus hijos, lo había mandado a la cárcel por agresión y lo había empujado a intentar matarse en dos ocasiones, una colgándose y otra apuñalándose el estómago. “Estaba bloqueando las emociones con enojo” dijo Radband, de 34 años. “Estaba levantando un muro todo el tiempo”.
Juliana Mercer, de 38 años, veterana de los marines, dijo que desarrolló una condición llamada fatiga del cuidador después de pasar cuatro años cuidando de soldados heridos en San Diego. Cuando la enviaron a Afganistán en 2010 dijo que experimentaba un temor incapacitante cada vez que veía que los marinos jóvenes y saludables salían de la base. “Estaba tan desesperada por mantenerlos a salvo”.
Cuando los maestros apagaron las velas, el silencio reinaba en el salón salvo por el suave batir de las olas de la playa cercana. Pero el silencio duró poco. Cuando empezó a hacer efecto la ayahuasca, los peruanos empezaron a recorrer el salón lentamente mientras entonaban icaros, agudos cantos que los shipibo consideran el punto crucial de su proceso de sanación. En ocasiones, su ritmo y cadencia pueden resultar relajantes e hipnóticos, como una canción de cuna. Pero las notas más agudas y los ritmos rápidos pueden sentirse burlones o exasperantes.
Cuando las ceremonias alcanzan un crescendo, el lugar a menudo se siente como un estado de pandemonio controlado. Arrebatos de vómito interrumpen los cánticos. A veces se escuchan llantos en una esquina y risas extasiadas en otro rincón. Al acercarse el amanecer, y cuando la ayahuasca empieza a desvanecerse, los participantes abandonan la maloca con un aspecto demacrado y confundido mientras sus mentes intentan recuperar el control.
“Estas experiencias son una manera de sacar a las personas de las rutinas mentales en las que están atrapadas y que miren conjuntos más amplios de posibilidades”, dijo Johnson, de Johns Hopkins, una de las universidades que llevan a cabo ensayos clínicos. A diferencia de los antidepresivos, que cuando son efectivos adormecen los síntomas de angustia, los psicodélicos parecen impulsar el tipo de proceso de curación que resulta de la psicoterapia, agregó.
Pero él y otros expertos que citan las promesas psiquiátricas de los psicodélicos se preocupan por su uso en los retiros u otros ambientes sin los controles adecuados. “El espacio para el error se encuentra en no contar con apoyo médico adecuado” en las raras ocasiones en que las personas sufren serios efectos negativos, dijo Collin Reiff, psiquiatra en la Universidad de Nueva York.
Aun así, Jesse Gould, un ranger retirado del Ejército estadounidense que llevó a los veteranos a Soltara, aseguró que los beneficios del retiro en la selva superan a los riesgos. Gould creó el Proyecto Corazones Heroicos, una asociación sin fines de lucro que recauda fondos para enviar a los veteranos a retiros psicodélicos, luego de tocar fondo en sus vidas. Después de dejar el ejército y viajar un poco, Gould dice que consiguió un trabajo cómodo en el mundo de las finanzas que lo llevó a beber en exceso y lo dejó “atemorizado frente a todo”.
Cuando buscó ayuda en el Departamento de Asuntos de los Veteranos en Tampa, donde vive, Gould dice que le recomendaron tomar antidepresivos, lo que no le gustó. En 2016, renunció a su trabajo e hizo una reserva en un centro psicodélico en Perú. La decisión de Gould, de 33 años, no se correspondía para nada con su carácter: un exmiembro del ejército, puritano, que había evitado las drogas durante toda su vida. “Crecí como parte de la generación D.A.R.E”, señaló, en referencia a una campaña contra las drogas que empezó en los años 80. “Mi lema era ‘dile no a las drogas’”.
Sus primeras ceremonias en Perú fueron brutales, explicó Gould. “Una guerra sin cuartel” en la que vomitó hasta veinte veces en una noche y sintió que forzaba “su cordura hasta el límite”. Pero afirma que en los meses siguientes su depresión fue menguando, la incapacitante ansiedad social que lo acosaba cesó y sus violentos cambios de humor, que sentía como “una lucha en el cerebro”, se detuvieron. “Parecía que me había recableado el cerebro”, dijo Gould.
Desde entonces, Gould y su equipo han recaudado 250.000 dólares destinados a pagar “becas” en los retiros psicodélicos para docenas de veteranos. Y han contribuido al movimiento para despenalizar los psicodélicos con testimonios que contradicen el estereotipo de fumones New Age. “La gente piensa de inmediato en un jipi”, dijo. “Pero, gracias al servicio que realizamos, mucha gente que se encuentra en un grupo demográfico distinto tiende a escuchar”.
‘Un nuevo nivel de entendimiento’
Mientras el retiro, que duraba una semana, se acercaba al final, Radband, el soldado británico, dijo que las ceremonias le habían devuelto las ganas de vivir. “Sabes, intenté matarme un par de veces, pero no estoy listo para morir”, dijo. “Tengo mucho más para dar”. Por su parte, Sutherland, el canadiense, dijo que una de las ceremonias había sido “la noche más terrorífica de mi vida, peor que cualquier combate en el que haya estado”. Pero, en conjunto, los viajes lo habían ayudado a sobreponerse a un miedo que había sentido durante toda su vida. “No soy un sociópata”, dijo. “Siempre he tenido miedo de ser maligno, pero he descubierto donde se encuentra mi sentido de la compasión”, explicó.
Gonsior, el francotirador estadounidense, comparó la experiencia con una “rendición definitiva”, extenuante y dolorosa pero fortalecedora. “Tienes tantas experiencias distintas, que cubren toda la gama: desde el terror absoluto a la pura alegría”, dijo. “Te das cuenta de que hay un nuevo nivel de entendimiento”. El último día, mientras Gonsior lanzaba un discurso poético sobre el universo y cómo todos los seres vivos están conectados, Gould no pudo resistir la tentación de burlarse un poco. “Dentro de todo veterano hay un jipi”, dijo.
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