"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

lunes, 28 de septiembre de 2020

Dominico italiano explica la vinculación de las élites del poder con el esoterismo

 Cada vez más personas consideran que una minoría que se siente por encima del bien y del mal pretende dirigir el mundo y someter a la humanidad entera a su dictado. ¿De dónde le proviene a esa élite semejante pretensión de superioridad sobre los demás? ¿Qué tentación suponen el poder y el dinero para su designio? ¿Puede hacerse una lectura teológica de esas aspiraciones? El padre Antonio Olmi, dominico italiano de 62 años, profesor de filosofía antes de ingresar en la Orden de Predicadores, teólogo experto en la doctrina de la salvación y en los caminos que conducen a ella o nos desvían de la meta, parece la persona idónea a quien plantear estas preguntas. Así lo ha hecho Lorenzo Bertocchi en una reciente entrevista en el mensual de apologética Il Timone, que ha traducido al español el portal Religión en Libertad.


El padre Antonio Olmi es un sacerdote dominico, docente de Teología dogmática y director de la revista de teología sistemática (Sacra doctrina(. Nos ponemos en contacto con él para intentar comprender cómo debemos interpretar este mundo esotérico y elitista que parece ser el sustrato del poder. Me deja atónito porque me recibe con una pregunta: “¿Ha visto la película de Stanley Kubrick Eyes Wide Shut?”. Respondo que sí y entonces yo le pregunto si realmente existe esa realidad “paralela” y elitista, o es sólo material para el cine.


“Bueno”, responde el padre Olmi, “siempre me ha causado estupor que el director decidiera, para las escenas de exterior, ambientar un ritual esotérico en una mansión inglesa que había pertenecido a los Rothschild, una de las familias más importantes y elitistas del mundo. Probablemente el director quiso, con ello, hacer una referencia que resaltara el vínculo entre poder y esoterismo, y que la historia ha manifestado en varias ocasiones”.


- ¿Entonces no es una fantasía?


- Mire, ciertamente podemos decir, citando al célebre teólogo Romano Guardini y el final de su obra El ocaso de la edad moderna, publicada en la fecha nada sospechosa de 1950, que la modernidad nace con una apostasía. El mundo de la Edad Media tenía en Dios su centro; ahora lo tiene en el hombre. Podemos hablar también de una “repaganización” del mundo occidental, que ha salido en busca de lo sagrado mitológico, mientras el hombre intenta llegar al Cielo por sí solo. Por todo ello, creo que hay que considerar una realidad la existencia de una atracción entre la élite del mundo –pienso en especial en el mundo anglosajón– y este mundo “paganizante”.


- ¿Cuál es la naturaleza de esta élite?


- La pertenencia, ya sea cultural, económica, social o política, a veces lleva consigo la presunción de una superioridad radical: el hombre no quiere sobresalir sólo en un sector o en una actividad determinada, sino que está convencido de haber sido dotado con una excelencia “ontológica”, de que es una persona esencialmente distinta de las demás, por lo que puede obtener resultados fuera de lo común precisamente en virtud de su pertenencia a una categoría distinta de la humana ordinaria.


- Hasta aquí me da la sensación de que sólo hay un gran ejercicio de autoestima...


- El hecho es que dicha conciencia de sí mismo, que se adquiere como un “despertar” y tiene las características de una experiencia de lo sagrado, se enmarca en un sistema simbólico de conocimientos y ritos: sistema obviamente “esotérico” porque los hombres comunes no tienen acceso a él y es la clave de acceso a dimensiones superiores de la realidad.


- Pero, ¿cuáles serían las consecuencias mensurables para los mortales comunes?


- Bueno, los iniciados en estas dimensiones comparten al menos dos certezas: la primera, es la de estar más allá del bien y del mal, por lo menos como se entiende de manera general y, por tanto, también más allá de las leyes del Estado; la segunda, es la de estar convencidos de que pueden y deben guiar el destino de la humanidad, dirigiéndola hacia objetivos inalcanzables, y obligatoriamente incomprensibles, para los hombres comunes.


- Según muchas crónicas y estudios, a menudo los “titiriteros” de estas élites dedicadas al esoterismo no son en absoluto personas conocidas, sino que son prácticamente desconocidas. ¿Qué significa?


- El éxito obtenido en los más variados ámbitos de la existencia humana puede llevar a creer que uno es una persona “ontológicamente” extraordinaria, pero es el “despertar” iniciático lo que da la certeza de dicha condición. Cuanto más arriba se esté en la escala de la iniciación, más se libera uno de los apegos propios de la existencia humana ordinaria y menos se desea estar directamente implicado en esas actividades que conllevan comprometerse con los hombres comunes.


- O sea, que los “elegidos” se consideran tan superiores que ven el éxito y la mundanidad como un modo de ensuciarse las manos...


- Sí, serán los iniciados de grado inferior, a los que el mundo considera “excelentes” pero que están sólo en los primeros niveles del camino de la “perfección” esotérica, los que se ocuparán directamente de la cultura, la economía, la política, puesto que están guiados por quienes están en el nivel más alto de la jerarquía iniciática, dirigida a su vez por esos “superiores desconocidos” que solo la perspectiva cristiana permite identificar con certeza: los ángeles caídos.


- Ahora deberíamos sacar a relucir el Evangelio: ¿cómo puede ayudarnos a interpretar estas realidades?


- El Evangelio es lo opuesto a cualquier esoterismo –lo opuesto geométrico, podríamos decir–, porque admite la naturaleza jerárquica de la realidad, pero la considera como una participación en la perfección de Dios. “La gloria de aquel que lo mueve todo penetra por los ámbitos del Universo, y resplandece en una parte más, y en otra menos”: así empieza el Paraíso de Dante; es la búsqueda de la excelencia que nos lleva siempre más arriba en la escala de la perfección hasta llegar al Bien supremo, origen de todos los bienes.


Sin embargo, el problema de las élites esotéricas es que se toman trágicamente en serio la tentación de la antigua Serpiente; es decir, creen que la divinización del hombre se obtiene desobedeciendo a Dios, ocupando Su lugar en la determinación del bien y del mal y, por ende, “escalando” hacia el Cielo para “apropiarse” de los niveles ascendentes de perfección.


- ¿Cuál es, en cambio, el camino justo?


- El contrario: ese por el que solo la gracia santificadora que Dios misericordiosamente nos da nos lleva a gozar de la bienaventuranza suprema, a compartir la vida de la Santísima Trinidad. Utilizando las palabras de San Atanasio: “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios”.


- ¿También el que no cree tiende a pensar que el poder y el dinero son los instrumentos del mal?


- La “divinización” que intentan los iniciados puede ser, como mucho, una “angelización”, como Satanás le dice a Jesús: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras” (Mt 4,9). Y el bien supremo que el demonio puede prometer al hombre consiste, no en la participación en su naturaleza angélica (sólo Dios puede concederla), sino en una cierta compartición de los poderes que de ella se derivan.


El poder más grande, y más deseable, que los ángeles caídos pueden compartir con los seres humanos es el del conocimiento: los relatos del “ciclo de Randolph Carter” de H.P. Lovecraft describen muy bien la fascinación que ejerce la ampliación inaudita de los horizontes cognoscitivos que los “superiores” conceden a los hombres que los eligen como guías.


Sin embargo, no todos los hombres están tan evolucionados como para poner el hecho de adquirir el saber en primer lugar; no todos afirman, con el Ulises de Dante, “que no habéis sido hechos para vivir como los brutos, sino para adquirir virtud y ciencia” (Infierno, Canto XVIII). Y así, el demonio, en su afán de alejar a las criaturas humanas del Creador, promete a los hombres otros dones: el poder y las riquezas, que tienen un poder de seducción inmediato y consiguen corromper con gran facilidad a los más débiles.


- Los conquista con medios fáciles...


- Sí, pero Satanás alcanza su verdadero objetivo cuando el hombre llega a considerar el poder y las riquezas no como algo que le es concedido, ya sea por intervención del demonio, sino como un tributo a su superioridad sobre los demás, a la propia “excepcionalidad”: porque así, el vicio de la soberbia lo corrompe totalmente y el “buscador de la autodivinización” se encuentra en el lugar opuesto respecto a Dios.


- Padre Olmi, ¿no cree que la Iglesia ha abandonado este tipo de estudio y de vigilancia? ¿Qué se puede hacer para recuperarlos?


- El problema es complejo, las personas de las que hablamos no son “pecadores corrientes”: son seres humanos muy dotados, cuyo enorme deseo de excelencia, si está rectamente encaminado, podría llevarlos a la santidad, pero que en cambio han elegido, de manera libre y deliberada, recorrer el camino del antiguo Adversario.


Es inevitable que su oposición radical a Dios, consecuente con su deseo de “autodivinización”, les lleve a oponerse con igual radicalidad a Cristo y a la Iglesia; su batalla anticrística utiliza las estrategias más sutiles de “los hijos de este mundo” que son “más astutos [...] que los hijos de la luz” (Lc 16,8), además de estar guiados por inspiraciones que proceden de sus “superiores desconocidos”. La Iglesia ha caído en más de una ocasión en la trampa que estos le han tendido: basta pensar en el caso de Léo Taxil en la Francia de finales del siglo XIX y sus falsas denuncias contra la masonería, una falacia sabiamente orquestada que desprestigió muchísimo a la Iglesia, eliminando los cimientos de muchas (y verdaderas) acusaciones contra la masonería.


- ¿Quiere con esto decir que la Iglesia hace bien en dejarlo correr?


- No. Quiero decir que, por parte de la Iglesia, es prudente no entrar en batallas abiertas contra las élites iniciáticas, porque con sus solas fuerzas humanas no puede sostenerlas; es necesario, en cambio, aumentar la fe en Jesucristo, Rey del Universo, y la confianza en María que aplasta la cabeza de la serpiente, mientras sigue promoviendo una conciencia inteligente –alejada de cualquier optimismo fatuo y buenismo estúpido– de la existencia y modalidades de funcionamiento de las élites que anticipan, en el curso de la historia, la llegada apocalíptica del Anticristo.


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