2. Discrepancia del Cristianismo con la nueva era del Acuario
Autor: William Molina
Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos que son su Ley, para que con ellos los hombres guiaran su transito vital y vivieran en su gracia. Los demonios soliviantaron a los hijos de Israel liberados del cautiverio egipcio, para que construyeran el becerro de oro y lo adoraran como deidad. Ese metal precioso significa para la Era de Acuario las riquezas materiales del mundo, a las que se le sigue rindiendo el culto milenario de aquella época.
Los Mandamientos no son invención humana; guían el camino a la salvación del alma, ya que con ellos se concertó la alianza con Dios, la cual no cambiará jamás, ni con las intentonas perturbadoras de la Era de Acuario. La Iglesia, en el catecismo lo corrobora: “El don de los Mandamientos es un don de Dios y de su Santa Voluntad, dándola a conocer, Dios se revela a su pueblo. Los Diez Mandamientos anuncian las exigencias del amor a Dios y al prójimo. Los tres primeros se refieran más al amor a Dios y los otro siete, más al amor al prójimo”. Los demonios humanos agrupados en la New Age, diseminados por el mundo, los quebrantan utilizando fraudes virulentos y sutiles, con los cuales descarriaron a quienes son presas de sus señuelos.
“Amar a Dios por sobre todas las cosas”, es el principio y el fin de todo. Dios nos hizo de la nada y nos colocó en el mundo para que hiciéramos su Santa Voluntad. Esa primicia significa fidelidad a las virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad. Cuando colocamos a Dios por encima de todo, objetamos a quienes lo desestiman.
La Era de Acuario contradice a Dios, con la patraña de que los hombres somos producto de la evolución de la especie y de las leyes del cosmos. Construyeron ídolos y ante ellos se rinden buscando prosperidad material y placer sensual. A los iniciados en sus ignominias, los adiestran para desechar a Jesucristo como Mesías. La repulsión al Padre Eterno que practican los acuarianos, se patentiza en su errada teoría del tribunal Kármico integrado por imaginarios dioses y las leyes cósmicas, con las que mancillan la creación. Vocean que el amor es la identificación con ellos mismos, con la naturaleza y con el espacio interplanetario.
La devoción a Dios se afirma en las palabras de Jesucristo: “buscad primero el Reino de Dios, lo demás vendrá por añadidura”. Esto lo falsean cuando expresan que las necesidades y esperanzas del hombre se solucionan con la indicación astral, la cual mostrará el camino a seguir en el presente y en el futuro. De allí surge la inmensa cantidad de brujos, hechiceros, mentalistas, espiritistas y las demás tretas con las que aprisionan a quienes no tienen fe en el Mesías. Otros plantean la participación de diversas entidades espirituales, con las cuales se remontan por sí mismos a planos superiores. Al lograr ese progreso, pueden controlar sus propias vidas, incluso después de la muerte. Con esa coartada, los descalificados maestros ascendidos alucinan a sus súbditos con la insensata reencarnación.
Todo viene de Dios y la permanencia o fin de las cosas, es decidida por su Santa Voluntad. Esto lo falsearon los acuarianos con la “energía crística” que lacera a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: Cristo no se refiere al nombre de un individuo, sino el de un cargo o función dentro de la jerarquía espiritual de sus mediocres maestros.
La fe revela el poder de Dios y su gloria. Ese poder se manifestó con la creación de lo visible e invisible. La sandez acuariana tergiversó lo anterior, arguyendo que la dirección del mundo la rigen los maestros ascendidos que han guiado la evolución humana en todas las épocas. A Jesucristo lo ubican por debajo de los demonios humanos que se fraguaron como guías. No lo contemplan como el Verbo Encarnado, el Redentor de los hombres. Sólo se refieren a Él como un maestro más: “el maestro Jesús”. Sus blasfemias no tienen límites, cuando quieren destrozar su gloria y Divinidad. Sus infames, cuando utilizan su nombre en nefastos conclaves.
La negación de Dios como Creador, es el “yo soy” insolente y truculento, usado por quienes golpean la Gloria de Jesucristo. Se creen superdotados y capaces de superar cualquier trance. Por eso, para la Era de Acuario el alma, cuerpo, cielo y tierra, son una misma cosa guiada por la energía cósmica.
“Son muchas las razones que nos mueven para amar a Dios: nos sacó de la nada y Él mismo nos gobierna, nos facilita las cosas necesarias para la vida y el sustento” (Catecismo Romano). Se falta a su amor, cuando no se le da culto debido, cuando no se ora o se ora mal, en las dudas contra la fe, si se leen libros o revistas que dañan la fe y la moral, si se practican supersticiones o se siguen doctrinas dañinas
Las fiestas en honor al Altísimo, las programa la Iglesia para honrarlo, y glorificarlo. El satanismo de la Era de Acuario, injuria lo sacrosanto, argumentando no ser esclavos de los Mandamientos y Sacramentos. Para ellos, es más importante la vocinglería endemoniada de sus sesiones, cursos y conferencias, donde se injuria a la Trinidad con impuras teorías y brujerías.
El poder de la Nueva Era, penetró los medios de comunicación donde se desencadenó un desenfreno propagandístico que incita a la disipación. En estos tiempos de ruina espiritual, los días de festividad religiosa se emplean en placeres mundanos. La mente saturada por mensajes estúpidos que homenajean al mundo y a la carne, rechaza la conmemoración de lo Sacrosanto. La mayoría se ocupa de los placeres mundanos y no tiene tiempo para honrar a Dios. Dicen creer en Él, pero acomodándolo a sus frívolos intereses. El diablo también cree en Dios, pero acciona para destruir todo lo que fundó.
Un precepto cristiano, es el matrimonio eclesiástico. Para la Era de Acuario el pecado no existe y por eso disuaden a las parejas para que lo descarten. Actualmente, la mayoría cohabita amancebada. En la familia, hay la sublevación de los hijos hacia los padres, se incrementan los divorcios, los deberes cristianos de los padres y los hijos han mermado. Unos y otros hacen lo que les da la gana y no hay el respeto mutuo de otros tiempos. Del seno de muchos hogares se sacó a Dios y no se reza, pues lo primordial son los oropeles de sus vidas vacías. La Nueva Era con sus manipulaciones sutiles, logró que millones de personas se entreguen a las pasiones frívolas que adormecen la conciencia. No pueden identificar la maldad para enfrentarla y a ella ceden displicentemente su existencia.
La eutanasia, es otro método escogido por los fieros amparadores de la Nueva Era, para segar la vida de las personas. La ingeniaría social no acepta seres en estado Terminal y hay que salir de ellos. Los agentes de la Era de Acuario lograron que importantes políticos en naciones desarrolladas, aprobaran leyes que facultan a médicos y familiares para eliminar a quienes padecen enfermedades incurables. Así los asesinan legalmente y nada ocurre, pues la humanidad ha sido cubierta con un celaje aterrador que le impide diferenciar lo bueno de lo malo. Las cosas ocurren y no hay discernimiento o reacción, porque todo fue contaminado por los agentes del mal que actúan sin complicaciones, debido a la deshonestidad de los amos del poder político y económico, quines actúan en connivencia con ellos.
Otra intervención de la maldad acuariana contra la vida, es la incitación al suicidio. Esto parece imposible, pues en algunas agrupaciones de la Nueva Era predomina lo sutil y no se nota la maldad encaminada a destruir la vida.
Hay sectas tuteladas por la Era de Acuario, donde sus miembros son deslumbrados con la posibilidad de ir a otros mundos en naves extraterrestres que los transportarán a lo inimaginable. Es alarmante el número de jóvenes que se suicidan con la ilusión de hallar un ser superior que los espera para entregarles el universo cósmico.
En esta cultura del robo, los dueños de la riqueza idearon cómo esquilmar a los que quieren obtener dinero fácilmente. Inventaron los juegos y las apuestas de azar, con las cuales arrebatan el dinero a los soñadores que creen se volverán ricos por esa vía. En todo el mundo hay instalados casinos, loterías, apuestas en los deportes y otros tugurios para saquear a los ingenuos apostadores.
“No temáis a los que dañan el cuerpo, sino a los que pueden precipitar cuerpo y alma al infierno”. (Mateo 10, 28)
La Era de Acuario alteró el concepto de libertad que Dios otorgó desde la Creación y que reguló con los Diez mandamientos. El libre albedrío lo sustituyeron por el libertinaje que originó los pecados inventados por los demonios y practicados por los hombres. La alteración de la verdad se refleja en la conducta perversa que destruye la esencia moral de cada Mandamiento.
El libertinaje es la indecencia sensualista manifestada en la mala conducta, el irrespeto a los semejantes, a la familia y a la Iglesia. Se pierden las virtudes cristianas y el hombre se somete a los inventos acuarianos, creados para deleitar sus deseos eróticos. En ese estado de miseria espiritual, se aceptan como buenas las maldades.
El libertinaje propaga la lujuria, la cual desborda las pasiones carnales reprimidas en el subconsciente. La Era de Acuario con sus medios informativos, las sectas y demás maldades, exalta las relaciones sexuales sin barreras. Esto lacera el amor de Jesucristo y por eso la sexualidad impúdica prolifera por doquier. Las películas, revistas y tiendas pornográficas, los desfiles de modas, homosexuales, lesbianas y travestís, exaltan las inclinaciones lascivas de quienes se dejan llevar por la trilogía concupiscente: mundo demonio y carne. Quienes negocian con estos vicios, acumulan inmensas fortunas y algunos financian las escuelas, sectas y talleres donde se idolatra a la Nueva Era. Apocalipsis 21, 8 dice: “los que se dedicaron a la impureza irán al lago de fuego y azufre y esa será su muerte segunda”.
El libre albedrío que viene de Dios, lo trastorna la Era de Acuario para que la gente actúe sin restricciones morales. Los fanáticos acuarianos, se impregnan sin comedimiento de los pecados capitales que causan males espirituales y materiales. La soberbia del “yo soy”, se antepone a la humildad de los piadosos que obvian el mal. El “yo soy” altanero, excluye la vigencia perenne del Creador y por creerse superiores, contradicen las palabras de Jesús: “los primeros, serán los últimos”.
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