“El apocalipsis que no será”. Así se titula el artículo que ha publicado estos días en italiano el célebre diario de la Ciudad del Vaticano,L’Osservatore Romano, escrito por el jesuita argentino José G. Funes, director del Observatorio Vaticano. Por la fecha y el encabezado, cualquier lector puede suponer el asunto que aborda y su propósito: despejar las dudas al personal sobre lo relativo al fin del mundo del próximo 21 de diciembre desde la ciencia en diálogo con la fe.
Un artículo, por cierto, muy interesante, y que a día de hoy no ha sido traducido al castellano (esperaremos a la edición semanal del domingo por si hay suerte). Supongo que el padre Funes no se habrá extrañado al ver los titulares que ha provocado su colaboración en el diario oficioso de la Santa Sede, porque creo que es uno de los empleados vaticanos más “utilizados” por los medios de comunicación para tomar sus declaraciones y presentarlas como la voz oficial de la Iglesia entera, o al menos de la Sede romana. “El Vaticano descarta el fin del mundo” ha sido lo más repetido, junto a otros como “El Vaticano también desmiente…” o “La Iglesia rechaza la profecía…”. Es verdad que siempre hay algún medio que prefiere ser serio y simplemente dice lo que hay: “Astrónomo vaticano descarta…”. Mucho mejor.
¿Y qué dice en ese artículo el bueno del padre Funes? Enmarca la preocupación por el fin del mundo en las grandes cuestiones metafísicas de la humanidad y resume la profecía maya que anuncia para el 21 de diciembre “un alineamiento de los planetas y del sol con el centro de la Vía Láctea y una inversión de los polos magnéticos del campo terrestre”. ¿Y dedica largos y sesudos párrafos a desmentir tal afirmación? No, nada de eso. El jesuita, que une a sus licenciaturas en Filosofía y Teología un doctorado en Astronomía, y que tiene autoridad en el tema, no pierde el tiempo ni malgasta líneas del rotativo vaticano: “No vale la pena discutir el fundamento científico de estas afirmaciones (obviamente falsas)”.
Explica cómo entendían los mayas el espacio y el tiempo, el cosmos y la historia (con carácter cíclico y repetitivo), y señala los enigmas que nos quedan por entender del cosmos, ya que “no conocemos la naturaleza física de la materia oscura ni de la energía oscura”. El sentido de lo que existe, añade, lo da la fe. Y alude al libro del Apocalipsis y a la resurrección final: Cristo es el futuro –bueno, muy bueno– de la humanidad.
La verdad es que en poco espacio José G. Funes ha sido capaz de aclarar las cosas de forma sencilla, con una postura en la que encuentran coherencia el conocimiento científico y el sentido religioso, algo tan necesario en nuestros días. No ha necesitado toda una colección de “fragmentos de apocalipsis”, como uno que me sé yo, para desmontar falsedades y afirmar, de forma propositiva, la verdad de la fe cristiana.
Pero muchos periodistas, en este tema, han perdido una oportunidad. ¿Cuál? La de poder emplear titulares como los que he citado más arriba, pero con propiedad. Y me explico: el pasado 18 de noviembre, en su alocución semanal en la oración del Ángelus, Benedicto XVI comentó –como es su costumbre– el evangelio proclamado en la eucaristía del día, que precisamente era una parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos (Mc 13, 24-32), leído en el penúltimo domingo del año litúrgico.
El Papa dice –y el que avisa no es traidor– que “es probablemente el texto más difícil del Evangelio”. Por su temática (el futuro de la realidad, indeterminado) y por su lenguaje (simbólico y apocalíptico). Que nos lo digan a los curas, que tuvimos que predicar ese domingo sobre un texto supuestamente sombrío y pesimista, que presenta una catástrofe cósmica como señal anunciadora del día final. Sin embargo, subraya el pontífice, en este contexto terrible destaca la figura de Jesucristo como centro de todo lo que existe: “es Él el verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece como el punto firme y estable”. Él es la Palabra de Dios por la que todo ha sido creado, y es el criterio de interpretación de toda la realidad.
Por eso llega un momento de su alocución en el que Benedicto XVI afirma: “Jesús no describe el fin del mundo, y cuando utiliza imágenes apocalípticas, no se comporta como un ‘vidente’. Al contrario, Él quiere apartar a sus discípulos –de toda época– de la curiosidad por las fechas, las previsiones, y desea en cambio darles una clave de lectura profunda, esencial, y sobre todo indicar el sendero justo sobre el cual caminar, hoy y mañana, para entrar en la vida eterna”. ¡Muy bien dicho! Aquí está la clave.
¿Pensaba el Papa en la profecía maya y los 40 millones de entradas de Google que, según el padre Funes, revelan una preocupación social? No lo sé. Más allá de la contingencia y del carácter anecdótico de algo que va a pasar a la historia dentro de escasos días, cuando llegue la fecha esperada, Benedicto XVI ha reafirmado la fe y la esperanza de los cristianos: pasará todo, menos la Palabra que es Cristo. Por eso, junto a la fe y a la esperanza también se encuentra la caridad. Porque ante Jesús “cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados”.
En un mundo relativista e inestable, donde el sufrimiento causado por la naturaleza o por el egoísmo humano sigue enfrentándonos al misterio del mal, el Papa recuerda que “necesitamos también un fundamento estable para nuestra vida y nuestra esperanza”, que es el mismo Cristo, Señor del cosmos y de la historia. Toca final feliz, que no quiere decir algo de película romántica o infantil. Feliz de verdad. Esto no vende tanto para publicarlo en los medios, pero es la respuesta definitiva de la fe a los miedos que, con fundamento o sin él, sigue teniendo el hombre de todos los tiempos. ¿Habrá un fin del mundo? Sí. Porque, como continuaba el título del artículo del director del Observatorio Vaticano –que antes no he copiado en su integridad–, no es el momento del apocalipsis… “al menos por ahora”.
Luis Santamaría del Río
(extraído de infocatolica.com)
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