Lejos de ser un héroe, Fidel Castro y sus cómplices demostraron prontamente lo que eran: una banda de criminales sectarios que habría de tomar a la isla de Cuba y a sus habitantes de rehenes, apropiándose de sus vidas y bienes. Todo, en nombre del comunismo ateo.
60 años de la Revolución Cubana y el legado más aciago de la historia
La grosera opulencia que contrasta con la miseria de sus gobernados —de sus oprimidos, más bien—. Es también su legado, el de la Revolución, el sometimiento de otros pueblos.
Por Orlando Avendaño Actualizado Ene 1, 2019
David venció a Goliat. Luego de ese primero de enero, de 1959, el periodista Herbert Matthews escribió en The New York Times: “El más duro, el más fuerte, el más brutal de los dictadores modernos de América Latina, el general Fulgencio Batista, tuvo su merecido esta semana”.
Y, justiciero, entonces héroe entregado a la tierra por el mismísimo Dios, Fidel Castro, fue quien le dio su merecido. Guardián de la justicia, osado, valiente y necesario, se alzó contra el principal emisario del, para ellos, funesto imperio americano en el Caribe. Y entonces, en enero de 1959, el mismo Herbert Matthews, cronista de las hazañas de los barbudos en Sierra Maestra, lo decretó al titular su artículo sobre la victoria de Fidel Castro: “Cuba: el primer paso hacia una nueva era”.
Lo que no sabía Matthews —y lo que nadie supo en ese momento, porque todos, absolutamente todos, andaban embelesados por un fenómeno inédito, indescriptible y peligroso—, era que esa nueva era jamás acabaría. Que sería eterna y que, aunque se añejaría con arrolladora rapidez, no mermaría. Andaría arrastrando sus pies, como ánima decrépita empecinada en no descansar, llevándose consigo lo que se atravesara.
Y tampoco mermaría el embrujo. Porque a todos les fascinó las hazañas de un grupo de hombres, barbudos, que se atrevía a desafiar desde una montaña, y con pocos recursos, a la mayor nación del mundo. “La reprobación por lo que Fidel ha hecho en la práctica con sus poderes dictatoriales, no podrá extirpar del corazón de los latinoamericanos la emoción de haber visto desafiado, ¡desde Cuba!, el poder imperial norteamericano”, escribió el pensador y periodista venezolano, Carlos Rangel.
Como Cuba “sufría más que ninguna otra nación latinoamericana, en su orgullo, en su dignidad (…) la humillación de ser y no ser americano“, precisó Rangel, los barbudos que alzaban los banderines de la Revolución encontraron un terreno fértil para, con el respaldo de un pueblo que aplaudió los gestos autoritarios, imponer esa nueva era que llegaría con la sangre de los disidentes y la sumisión de los más débiles.
Muerte. Terror. Éxodo. No podía empezar peor la Revolución que se imponía. Señales fuertes demostraban desde entonces, el último año de la década de los cincuenta y los primeros de los sesenta, que la “nueva era” a la que hacía referencia Herbert Matthews estaría caracterizada por lo peor de la miseria humana. Que la violencia y el terror serían desgastadas herramientas. Que no habría disidencia y el objetivo sería la ruina entera de una isla, otrora la más próspera del Caribe.
Y, entonces, el hechizo fue desvaneciéndose. Muchos de los cautivados dejaron de estarlo. Desapareció la ceguera y los espejismos se diluyeron. Entonces, se reveló la verdad: Fidel Castro no era ningún héroe ni semidiós de hazañas homéricas. Bocazas, carismático, atractivo, viril e insolente, se había hecho con el poder, rodeado de agresivos y sanguinarios lamebotas, para no soltarlo y someter a todo aquel que estuviera dispuesto a desafiarlo.
(https://es.panampost.com/orlando-avendano/2019/01/01/revolucion-cubana/?fbclid=IwAR0ZW82yggYouwa_sR6d2ssWxpfHPspbYkIWru_XE1ri0BnXypx1g38y_Ao)
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