"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Los riesgos ocultos de la dieta macrobiótica

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Una de las características de las dietas fraudulentas (también llamadas “dietas milagro”) es que o bien aseguran nacer de un reciente descubrimiento científico o bien afirman basarse en planteamientos milenarios. Aunque la dieta macrobiótica pertenece a este último supuesto, lo cierto es que fue en 1961 cuando su creador, George Ohsawa, dio a conocer este planteamiento. Es decir, esta dieta no es ni reciente ni milenaria. Así comienza el artículo que ha escrito Julio Basulto Marset, dietista-nutricionista, en el diario español El País.

Pero antes de hablar de la macrobiótica es conveniente empezar mencionando a la dieta mediterránea. Porque uno de los dos motivos por los que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas en inglés) no permite acompañar a este patrón dietético con declaraciones de salud, como por ejemplo “puede prevenir eventos cardiovasculares”, es que no queda claro cuál es su composición. En las investigaciones científicas disponibles existe una gran variedad de definiciones del concepto dieta mediterránea, lo que lleva a la EFSA a declarar lo siguiente: “La dieta mediterránea […] no está suficientemente caracterizada”. El segundo motivo por el que la EFSA no tolera que la dieta mediterránea se acompañe de declaraciones de salud es la presencia de vino en su definición.

Tiene toda la lógica si tenemos en cuenta que el consumo de alcohol supone la segunda causa de mortalidad prevenible en España y que, incluso en bajas dosis, aumenta el riesgo de padecer algunos tipos de cáncer. ¿Qué tiene que ver lo expuesto sobre la dieta mediterránea con la macrobiótica? Pues que tampoco tenemos claro cuál es su composición y además existen en ella componentes que pueden poner en riesgo la salud, como veremos más adelante.

¿Qué es?

Es difícil concretar en qué consiste la dieta macrobiótica. Como hemos visto, ni siquiera la EFSA consigue encontrar una definición consensuada de la dieta mediterránea (hay quien llega considerar que no es más que un constructo intelectual), qué no sucederá con la desacreditada “dieta macrobiótica”. En 2010 indiqué, en el libro No más dieta, que la falta de rigor científico de esta dieta comienza en sus cimientos, dado que se fundamenta en la división de los alimentos según un parámetro invisible: su energía interior (yin y yang).

George Ohsawa, clasificó las dietas macrobióticas en diez niveles, eliminando en cada nivel un grupo de alimentos. En el nivel superior solo podremos comer arroz integral. Hay varios casos descritos de fallecimientos por intentar alcanzar este nivel. Por eso el Departamento de Alimentos y Nutrición de la Asociación Americana de Medicina condenó abiertamente este método en 1971. Afortunadamente, pocas personas siguen a rajatabla las pautas propuestas por esta dieta.

En todo caso, si nos adentramos en la literatura científica encontraremos que Cunningham y Marcason indicaron que podemos destacar las siguientes características de esta dieta: Una presencia prioritaria de granos integrales. Una presencia elevada de hortalizas, aunque no tan grande como la de granos integrales. Existe un porcentaje de un 5 % al 10 % de sopas. La presencia de legumbres y algas es también de un 5 % al 10 %.

Este último detalle, la presencia de algas, la convierte en arriesgada, sobre todo en personas con problemas de tiroides o con riesgo de padecerlos, dado el elevadísimo contenido de yodo en numerosas algas marinas. Sin olvidar que el contenido en arsénico en muchas algas comestibles es también considerable.

En su texto, Cunningham y Marcason enumeraron los siguientes riesgos potenciales de seguir una dieta macrobiótica: Deficiencia de proteínas, vitamina B12 y calcio. Riesgo de deshidratación. Fuerte carga emocional sobre el individuo y la familia. En 2008, otra publicación añadió que conviene que toda persona que siga una dieta macrobiótica, aunque se encuentre bien, sea visitada por un profesional sanitario que esté alerta ante posibles deficiencias nutricionales.

Razones en contra

Es por todo lo anterior que en el libro Más vegetales, menos animales, publicado en 2016, Juanjo Cáceres y yo desaconsejamos la dieta macrobiótica, sobre todo en niños. Pero no solo por posibles deficiencias nutricionales o por la peligrosidad de la inclusión de algas en la dieta, sino, también, porque:

- Sus fundamentos (la división de los alimentos en yin y yang o la creencia que hay alimentos que “dan frío” o que “dan calor”) son un sinsentido sin ninguna clase de explicación racional ni sustento alguno en investigaciones serias, algo que puede generar una confusión de impredecibles consecuencias.

- Los promotores de esta dieta suelen desacreditar a la medicina y niegan avances científicos que han logrado aumentar nuestra calidad y esperanza de vida.

- Las quiméricas atribuciones o incumplibles promesas que suelen promover quienes defienden las bondades de esta dieta, además de crear falsas esperanzas, pueden generar culpabilidad en las personas que la siguen o, peor aún, desconfianza en tratamientos médicos de eficacia probada, lo que pondrá en riesgo su salud.

Hoy añadiríamos dos motivos más para desaconsejarla: la posibilidad de contraer una infección alimentaria a causa del rechazo a la utilización de conservantes y que seguir esta dieta puede resultar carísimo, comprometiendo la capacidad adquisitiva del individuo. Pero el peor de los riesgos de seguir la dieta macrobiótica es la muerte a causa de una malnutrición severa, algo que puede ocurrir si se sigue esta dieta de forma estricta.

¿Cuáles son sus riesgos?

Es momento de mencionar que investigaciones publicadas en 2003, 2013 y 2016 han revelado que la dieta macrobiótica es una de las más seguidas, por desgracia, por las personas que padecen alguna clase de cáncer. No hay pruebas que nos hagan pensar que esta propuesta pueda prevenir de forma efectiva el cáncer, ni tampoco las hay de que permita curarlo o contribuir a su curación. Sin embargo, sí tenemos motivos para detallar unos cuantos riesgos a los que se expone cualquier paciente con cáncer que siga una dieta macrobiótica:

- Puede demorar la aplicación de un tratamiento médico del que puede depender la vida del paciente, como sucedió en el caso de Steve Jobs, fundador de Apple.

- Puede deteriorar el estado psicológico del paciente debido a las limitaciones sociales que tiene seguir este patrón dietético, complicadísimo de combinar con cualquier comida familiar o cualquier evento social.

- Las severas deficiencias nutricionales de quien sigue esta dieta de forma estricta pueden empeorar seriamente el pronóstico del paciente con cáncer.

- Al formar parte de las llamadas “terapias alternativas”, el paciente se expone a un mayor riesgo de mortalidad, tal y como han mostrado diversas investigaciones.

Pautas de actuación

¿Qué debemos hacer los profesionales sanitarios cuando acude a nuestra consulta un paciente que sigue una dieta macrobiótica? Para responder a esta pregunta, nada mejor que recurrir a la magistral ponencia “La relación en la consulta médica con el paciente que utiliza terapias alternativas”, que impartió el doctor Vicente Baos en el Hospital de La Paz de Madrid el 18 de febrero de 2017. Su intervención se enmarcó en el evento de divulgación científica Terapias peligrosas: parasitando la salud, organizado por ARP, Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, y Fisioterapia sin Red.

En su ponencia, el doctor Baos deja claro que es imprescindible escuchar con amabilidad, con empatía, con comprensión, sin juzgar, sin prepotencia y sin rechazo, siendo en todo momento conscientes de que el paciente no es más que una víctima. Que debemos fomentar la confianza mutua, intentar acercar distancias siempre mostrando interés por la salud del paciente para conseguir establecer un canal de comunicación y ayuda. Que resulta necesario atender a las razones que argumenta el paciente y comprenderlas para, a continuación, aproximar nuestros conocimientos y consejos sin imposición alguna, teniendo en cuenta que es poco probable, e incluso ilusorio o irreal, que el paciente cambie en unos pocos minutos sus creencias o su escala de valores.

Es el paciente quien debe reconsiderar, en función de nuestros consejos, si la vía que ha escogido es la correcta, tras exponerle otras opciones que, eso sí, deben estar bien argumentadas y sustentadas en los mejores conocimientos disponibles hasta la fecha. Y, por supuesto, si existen elementos reales en la terapia que pueden poner en grave peligro la salud del paciente (algo que puede llegar a suceder en el caso de la dieta macrobiótica, como hemos visto), nuestra posición debe ser muy clara y debemos alertarle sin titubeos de los riesgos existentes.

El doctor Vicente Baos concluyó su ponencia alentando a toda la sociedad a que, en legítima defensa:

- Denuncie, desde todos los ámbitos posibles, a quienes promueven terapias peligrosas o a quienes se benefician económicamente de ellas.

- Fomente el desprestigio de dichas terapias mostrando públicamente su irracionalidad.

- Luche para que exista una legislación que controle su difusión.

Para finalizar, insistir en que toda persona que escuche hablar de la dieta macrobiótica debe ser consciente de que sus fundamentos ofenden a cualquier conocimiento científico de la nutrición o de la biología humana. Podemos afirmar que es un “sofisma nutricional”, un concepto que podríamos definir como: planteamiento nutricional falso o capcioso que se pretende hacer pasar por verdadero. Un sofisma que, además, puede poner en riesgo nuestra salud.
(infories.com)

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