Unas pocas palabras de Alberto F. definieron la ideología y el método que ese partido-religión profesa desde su nacimiento
Por Alfredo Serra
6 de noviembre de 2019
Especial para Infobae
El festejo de la fórmula presidencial electa el 27 de octubre
El señor Alberto F. (la sobreabundancia de Fernández antes, hoy y mañana obligan a la mera inicial) acaba de definir al peronismo de toda época, sesgo y color: “No fueron contra Cristina porque tenía el peronismo detrás”. Advertencia: no fue un acto fallido, fue dicho “a conciencia pura”, como reza cierto tango. Y como los antibióticos, esas nueve palabras tienen amplio espectro. Significan, ni más ni menos: “El peronismo hace lo que quiere”, “Los peronistas hacemos lo que queremos”. Y ese amplio espectro engloba la palmaria realidad de sus muchas décadas en el poder: desde aquél Banco Central donde (dicho por Juan Domingo Perón) los pasillos están llenos de lingotes de oro, hasta el cadáver económico que entregaron en 2015, lapso en el cual la leyenda de “país riquísimo” pasó a un puesto en el ranking de naciones…, que avergüenza y si padece de las peores maneras.
“Hacemos lo que queremos”. Desde el Perón amenazante del “cinco por uno”, guarismo de muertos prometidos: por un “compañero”, cinco “contreras”. Desde “al enemigo ni justicia”. Eva Perón vociferando “no voy a parar hasta que en este país no quede un solo ladrillo que no sea peronista”, y su desprecio a todo lo que no fuera “descamisado” o “grasita”: bastaba un señor de traje y corbata, acaso empleado de banco a sueldo mínimo, que no fuera embadurnado con el bleque de “oligarca, cipayo, vendepatria”, y otros epítetos…
Y en tiempos modernos –los últimos doce años de gobierno K–, el peronismo extremo le dio sobrada razón al dicho de Alberto F. Esa fuerza omnipresente demostró que hizo (¿y hará?) lo que quiere decenas de veces. Moreno dibujando el Indec, empresarios que dicen haberse reunido con él mientras ostentaba un revólver sobre la mesa. El uso y abrumador abuso de las cadenas nacionales by la señora Cristina Kirchner. Los homenajes constantes a dictaduras brutales: Chávez, los Castro, Maduro, aplastando, por repetición y prepotencia, al ciudadano que se atreviera a manifestar lo contrario. El humillante e infructuoso comercio con Angola y otros países sin peso ni relevancia. El constante tufillo a odio hacia los Estados Unidos (infaltable desde los idiotas y sus pancartas “Yankis go home”). El desprecio por la prensa libre y las múltiples zancadillas que le tendieron. La lluvia de dólares para los artistas K de la farándula, y ni un cobre para quien se atreviera a disentir. El Congreso convertido en un ministerio de obedientes de cabeza gacha que firmaban y sellaban cualquier ley-tropelía. La expulsión de periodistas “desobedientes” (Pepe Eliaschev, entre tantos), y sueldos opulentos para 6-7-8 con sus libretos ordenados por el poder…
Inútil seguir. Hay diez millones de votantes de Cambiemos. Eso define al respeto por la democracia y el rechazo a toda forma totalitaria. Al “Hacemos lo que queremos porque somos peronistas”…
Pero este tema lleva a otro sobre el que valen la pena ciertas aclaraciones que el periodismo no tomó en cuenta en su verdadera dimensión: la “clase magistral” de Alberto F. sobre los dibujos animados. Inspirada en un absurdo libro del sociólogo argentino-chileno Ariel Dorfman (“Para leer al Pato Donald"), ni el autor ni su vocero presidente electo entendieron una pepa. Era mejor plegarse al sesgo izquierdista que al análisis racional…
Veamos a qué lleva este último camino. El Pato Donald está muy lejos de penetrar culturalmente en la mente de niños y adultos…, porque no es un capitalista sino una víctima del capitalismo salvaje. Vive en una casa modesta, no tiene un dólar, su auto es una chatarra con ruedas, sus cuatro sobrinos lo atormentan, y para sobrevivir debe inclinarse ante el verdadero “malo” de la tira: el cruel, malvado, avaro, Tío Patilludo, dueño de una fortuna colosal que empareja con una motoniveladora mientras le niega un centavo a su sobrino. Es decir que el personaje demonizado por Alberto F. es una víctima del capitalismo. No es difícil inferir que el señor Disney, con su creación, más criticó al multimillonario que al pobretón. Pero cuando se lee lo que quiere leerse y con el cristal rojo, se tropieza fiero…
Es más. No es aventurado deducir que esta cuestión de Alberto F. y el pato fue una cortesía hacia algo que curiosamente todo el periodismo olvidó: la señora de Kirchner, en una de sus últimas cadenas, dijo con énfasis digno de mejor causa:
–¡Ya no nos pueden meter al Pato Donald! ¡Ahora tenemos a Samba!
Una verdadera cuestión de Estado…, aunque algo tardía y a manos de Samba, un muñeco creado ad hoc en las usinas K, y derrotado de antemano. Sin gracia desde el dibujo y obvio hasta lo abrumador desde el discurso, el fallido muñeco nacionalista de izquierda (o algo así), murió sin pena ni gloria…
Porque hablemos claro: el ridículo verso de la “penetración cultural” a través del arte (mayor o menor) es más viejo que Stalin. El público elige esos “venenos” porque suelen ser maravillosos. Y quien piense que, por caso, Los Beatles fueron un intento de colonización del Imperio Británico, y Elvis un invento del Departamento de Estado del Tío Sam, es un alma perdida…
(https://www.infobae.com/opinion/2019/11/06/por-fin-la-verdad-los-peronistas-hacemos-lo-que-queremos/?fbclid=IwAR3aTU7poi-3bc400vZ6PZ2CLroNPOxGCq-ezxoxIh38Mv6ym4j0dSSPa_c)
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