Sergio Ferrer
10.05.2016 – 05:00 H.
Los científicos, a sueldo de oscuras corporaciones farmacéuticas y alimentarias, nos mienten. No existe una verdad universal, por lo que no está de más abrir nuestra mente a terapias alternativas como la homeopatía. Los transgénicos y el wifi son peligrosos y debería primar el principio de precaución. Esta pequeña muestra de paparruchas es sólo un aperitivo de cómo piensa una parte de la izquierda que a menudo horroriza a la otra.
Los ejemplos, por desgracia, son constantes. A finales del mes pasado, Izquierda Unida retomaba en Asturias su intención de regular el wifi en las escuelas. Durante la campaña electoral pudimos ver cómo Ahora Madrid proponía declarar Madrid como zona libre de transgénicos, hasta el punto de que en Teknautas seleccionamos una serie de ideas pseudocientíficas que esperábamos no ver en los programas de los partidos. ¿Qué le pasa a la izquierda con la ciencia?
Un estudio concluía que tanto las personas de derechas como las de izquierdas muestran sesgos contra la ciencia que no coincide con lo que piensan
“Es una de las tragedias de la izquierda”. Son palabras del filósofo de la ciencia Mario Bunge, que en esta entrevista concedida a Sinc lamentaba que ahora la izquierda sea “anticientifista” cuando en sus tiempos era todo lo contrario. La ironía es que esta parte de la sociedad cae, a sabiendas o no, en unas actitudes que ellos mismos considerarían 'pecados' en la derecha.
Pecan de conservadores, al rechazar las nuevas tecnologías aludiendo a la tradición. Los tomates son más sanos y están más buenos si se cultivan como lo hacían nuestros abuelos, sin la malvada biotecnología moderna impulsada desde crueles multinacionales. Pecan de creyentes en lo irracional, al profesar una religión cuyo objetivo es encontrar soluciones imaginarias a problemas reales. Pecan de capitalistas, pues aunque se opongan a empresas farmacéuticas y Monsanto, en ocasiones terminan defendiendo a multinacionales como Boiron y a fundaciones nada trasparentes.
No sé por qué, pero esta postura me recuerda un poco a Sylvester Graham, ministro presbiteriano inventor de las galletas que llevan su nombre. Este nutricionista fue un pionero del veganismo, defensor de la templanza y enemigo de la masturbación —inspiró a los hermanos Kellogg a crear sus famosos cereales para prevenir tan horrible acto, supongo que por puro aburrimiento—. Pero lo importante es que Graham, que ya en el siglo XIX se negaba a usar aditivos químicos en sus productos, era un defensor del cultivo tradicional. Cultivo tradicional que, en esa época, obedecía a la moda 'retro' de usar "suelo virgen sin viciar". Exacto, el hombre era contrario a usar algo tan nocivo... como el estiércol.
Así que Graham se oponía a nuevas tecnologías tan necesarias como el abono, confiaba con credulidad en que el veganismo detuviera la masturbación y, en el fondo, lo único que quería era vender galletas. Un paralelismo curioso si se tiene en cuenta que hablamos de un ministro presbiteriano del siglo XIX.
Es difícil saber cuándo y por qué la izquierda dejó de defender la ciencia para parecerse más a Graham. El divulgador, psicólogo y escéptico Eparquio Delgado lucha desde hace años para que la razón prospere en IU, hasta el punto de lograr que fuera el primer partido en posicionarse a nivel estatal contra las pseudociencias en su programa. Más conocedor del asunto, me explica por teléfono que un posible origen de este anticientifismo se encuentra en las tesis —mal entendidas— de Rousseau.
“Rosseau no planteaba la vuelta a la tribu. Pensaba que la sociedad y el progreso nos corrompe, pero que resulta inviable volver a la tribu. Por eso hace falta un contrato social”, comenta Delgado. En décadas más cercanas, el 'New Age' y los movimientos contraculturales de los 60 se opusieron a una izquierda más antigua que "asumía la ciencia como una herramienta para comprender y transformar el mundo, al servicio de los valores que la izquierda reclama".
Estos movimientos percibían —y perciben— la ciencia y la tecnología como una herramienta de dominación y esclavitud. La gente como Delgado, quien se considera un heredero de la Ilustración, se sitúa al otro extremo. En el camino, la separación de las dos culturas quizá provocó que el conocimiento científico quedara relegado a una parte de la sociedad, en lugar de mantener su estado de saber básico junto a las capitales de Europa y la lectura de El Quijote.
El cambio climático es un hecho científico
Si ha arqueado la ceja al leer esa frase no se preocupe. Huelga decir que el pensamiento anticientífico no es exclusivo de la izquierda. Un estudio publicado en 2015 en la revista 'The Annals of the American Academy of Political and Social Science' concluía que ambas opciones ideológicas muestran sesgos contra aquella parte de la ciencia que no se encuentra en consonancia con lo que piensan.
El coqueteo de la izquierda por la pseudociencia nace con Rousseau y florece con los movimientos contraculturales de los años 60
Tendemos a perder nuestra confianza en la ciencia y su método cuando esta nos dice cosas que no queremos oír. Según el estudio, el cambio climático y la evolución son dos ejemplos de sesgo conservador, mientras que aquellas personas que se alinean en el espectro de la izquierda tienen prejuicios ante el 'fracking' y la energía nuclear.
Esto plantea un dilema para quienes consideramos la ciencia como un factor importante de voto. Algunos nos vemos obligados a escoger entre los que temen al wifi y los que niegan el cambio climático, mientras nos preguntamos por qué la izquierda, que tanto presume de atea, es en ocasiones tan poco racional e ilustrada.
(http://blogs.elconfidencial.com/tecnologia/cartas-al-profesor-farnsworth/2016-05-10/la-pseudociencia-se-ha-convertido-en-la-religion-de-una-parte-de-la-izquierda_1197250/)
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