Durante la visita del Papa a Turín el domingo pasado habló dos veces sobre la masonería en público. La primera ocasión fue cuando dijo:
“En esta tierra a finales del siglo XIX las condiciones para el crecimiento de los jóvenes eran pésimas: la masonería imperaba, la Iglesia no podía hacer nada, había comecuras, había satanistas… Fue uno de los peores momentos y de los peores lugares de la historia de Italia. Pero en esa época aquí nacieron muchos santos. ¿Por qué? Porque se dieron cuenta de que tenían que ir en contra de esa cultura, de esa forma de vida. La realidad, vivid la realidad. Y si esta realidad es vidrio y no diamante, yo busco la realidad contracorriente y construyo mi realidad, una realidad que sea servicio a los demás”.
La segunda ocasión fue cuando dijo:
En el encuentro con los salesianos, el Papa volvió a recordar que en esa época “esta región de Italia estaba llena de masones, come-curas, anticlericales y demoníacos. Turín era uno de los focos demoníacos… Pero, ¡cuántos santos aparecieron!, ¡Hagan la cuenta!”, exclamó.
A lo largo de los últimos ciento cincuenta años es el Papa que habla así de claro sobre los masones, que es cierto tenían y tienen en Turín una fuerte implantación.
Pero ante esto yo siempre pregunto lo mismo:
Si el sucesor de Pedro es así de expresivo sobre la masonería pasada, ¿por qué no limpia de masones a la propia Iglesia de hoy en su interior, donde existen algunas piezas eclesiásticas adeptas al mandil y el compás?. ¿Por qué estas piezas eclesiásticas están pegadas al poder eclesial como lapas imposibles de extirpar?.
Si negativas fueron las del Piamonte, las de hoy en el interior de la propia Iglesia son peores, porque son polillas que carcomen la estructura de la propia institución eclesial del Señor.
Tomás de la Torre Lendínez
(http://infovaticana.com/blog/el-olivo/el-papa-y-la-masoneria-de-ayer-y-la-de-hoy/)
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