"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

jueves, 5 de diciembre de 2019

Un relato periodístico de Magic, una feria esotérica en España.

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FUENTE: Código Nuevo





Recogemos a continuación el artículo que ha publicado el medio digital español Código Nuevo, que, titulado “Magufos, almas desesperadas y billetes de 50” y firmado por Marina R. Colas, contiene el relato desenfadado de la redactora al pasar una tarde retratando a la gente que se deja la pasta (el dinero) buscando respuestas en Magic, la mayor feria de esoterismo de España.

“Tienes que cantar, ¿sabes por qué? Eres un alma vieja, has vivido muchas vidas y siempre te han asesinado por el cuello: te han degollado, ahorcado y te has suicidado. Canta para curarte”. Me he matado rajándome el cuello, ya me vale. ¿Por amor, por joder, porque me veía vieja, porque no podía tener hijos, porque tenía la peste? No se lo pregunto, pero lo pienso.

Una vidente y médium me acaba de dar esa sentencia y ya siento las amígdalas inflamadas. “Es que siempre me enfermo del cuello”, le contesto un poco impresionada. “Claro, tu cuello es tu punto débil. Te callas mucho”. Me despido de Diana con un abrazo y voy repasando su web en el móvil mientras me sigo dando una vuelta por Magic, una feria de paraciencia, astrología, espiritualidad y esoterismo.

Diana puede hacerte una limpieza del aura vía Skype, ayudarte a seguir a tu guía de luz o enseñarte por Youtube más sobre tu misión en la vida. Médium de nuestros tiempos, estoy con ella. Me ha caído bien. Lo obvio es moverse por la feria con cara de escéptico y escuchar con una sonrisa cínica lo que te cuentan de tu alma. Nihilismo, indolencia y recelo. A mí ahora sólo me apetece comprarme piedras, amuletos brillantes e incienso, de los que están exhibidos sobre telas de satén. Así que antes de entrar a la charla de la médium Marilyn Rossner apunto en las notas del móvil: “Lo q mola es qedarte con lo qe t apetece de cda cosa. Como cdo lees el horóscopo o t miras a ti sola en el selfi q te hacs cn tus amigs”.

La sala de conferencias es enorme y está iluminada por flexos blancos, aunque yo quería velas y luces tenues, lo que se corresponde con mi imaginario romántico sobre la espiritualidad. Me aguanto y me aburro un poco durante la charla, hasta que por fin Marilyn dice algo que llama mi atención. “Cuando mueres, ves los pensamientos de todas las personas que conociste durante tu vida. Y puedes contactar con esa gente. Como cuando te vas de viaje y avisas a tus amigas o padres de que has llegado bien. Puedes comunicarte apagando y encendiendo luces o haciendo ruidos”.

Me fascina la idea de esa comunicación práctica entre los dos mundos y también saber qué primer pensamiento se ha cruzado en la mente de todas las personas a las que he conocido. Desde mi madre cuando me vio asomar el cráneo por su vagina hasta el tipo de Correos que me trae las multas de Hacienda en unos sobres con un recuadro negro, como censurándome mis faltas pudorosamente. “En el mundo de los espíritus te reúnes con mascotas, extraterrestres, hadas y almas perdidas”, prosigue Rossner. Me lo imagino como una gran fiesta imaginada por mi yo de 6 años, siempre ávida por descubrir un hada debajo de un Robellón cuando iba a ir a buscar setas en época de lluvia y siempre quejumbrosa y llorona porque mis padres no querían un perro o un gato en casa. En el mundo de los espíritus lo tendría todo.

“¿Quién cree en la vida después de la muerte?”, nos interpela en un momento Marilyn. Giro el cuello. Muchos brazos levantados, excepto el mío y el de alguien despistado con su móvil. La azafata se pasea entre los asistentes con un micro y siento que me mira con desconfianza al pasar por mi lado, así que levanto también mi mano tímidamente, como cuando en el colegio alzaba el brazo porque tenía una duda pero me daba vergüenza, por si mi pregunta era demasiado estúpida. En ese momento —y juro que no me lo invento— estalla el sistema de audio de la sala reventándonos los tímpanos a todos los asistentes. Todos damos un pequeño bote en la silla.

Miro inquisidoramente a Marilyn. Está en paz. Incluso casi creo entrever en su cara una ligera sonrisa mientras que, como un ratoncillo en un laberinto de laboratorio, se mueve entre las sillas con la velocidad pasmosa, parándose de vez en cuando delante de alguien. “Tienes miedo a morir y un problema en los riñones”, le dice a un señor con cara de agotado. “Llevas a un cura detrás de ti”. “Tu padre está aquí y dice que hay un secreto en tu familia”. “Dice tu madre que recuerda cómo te gustaba su tortilla de patatas”. La médium se mueve en el terreno de la espiritualidad, la prensa rosa y la cotidianidad de una forma tan orgánica que me es imposible juzgarla.

Aun así, la charla dura mucho y me han entrado ganas de volver a escuchar algo sobre mí. Sí, estoy totalmente enganchada a la espiritualidad por un narcisismo generacional. No hay nada que nos dé más morbo que nos hablen de nosotros, egocéntricos por naturaleza y con cierta angustia social ligada a la necesidad de sentirnos constantemente valorados, admirados o deseados. Así que me escapo para visitar a otra vidente.

“Acabo de conocer a alguien, ¿cómo nos va a ir?”. “Veo una R.” Que ve una erre. No me coincide. Ni Rodrigo, ni Ramón ni Raquel ni Rubén. “Tienes una conexión en vidas anteriores con él, pero tiene que entender que necesitas tu espacio y que no te puede cortar las alas”. Le doy las gracias y siento la necesidad imperiosa de contrastar la información con otro medio, como por ejemplo el Tarot con otra vidente. “Las cartas te dirán cómo hacer de eso una relación duradera”, me dice la última pitonisa, mientras pregunto por el mismo tipo en cuestión.

Se da por hecho que quiero una relación para toda la vida y me reafirma en mi recelo del amor romántico. Pronto aparece la carta del mago. “Tienes que aprender a no huir y sobre todo, a no hacerle pagar por tus fracasos del pasado. “Eso duele, señora, yo tampoco los llamaría fracasos. Por suerte la carta del Ángel aparece y me dice que haga acuerdos con él, que haga pactos. Que hay esperanza.

No me ha quedado muy claro qué hacer con toda esa información, pero escucho respiraciones en la sala de Marilyn, así que decido volver para relajarme. Todos tienen los ojos cerrados. La mujer guía ahora una especie de meditación, mientras mira el reloj de vez en cuando. Un pequeño gesto, tan cotidiano y tan humano, que revienta el misticismo como la aguja un globo lleno de confeti.

Los asistentes vuelven a abrir los ojos y Marilyn se despide con una buena noticia. “Para que os quedéis tranquilos, no va a haber una tercera guerra mundial. Eso sí, habrá un colapso tecnológico y el mundo se quedará a oscuras durante 3 días. Tres días de oscuridad”. De repente, tengo mucho miedo de que se vaya la luz. Pero es más bien ese pequeño terror de cuando se apagan las luces en mi cumpleaños y sé que va a aparecer el pastel, los cánticos descoordinados de los amigos achispados y el nefasto momento en el que te dicen que pidas un deseo.

Toda esa presión sobre tus hombros ante tantos ojos fijos sobre ti y las cada vez más incontables velas. Y tan poco tiempo para decidir. De repente todo tu próximo año depende de esas putas velas. Voy a cantar el cumpleaños feliz con ellos para darme un poco de tiempo para decidir qué quiero yo realmente. Cantar. Sí, eso me va a salvar. Me lo dijo la médium.

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