Luis Santamaría, el 25.01.17
Miguel Perlado lleva más de 16 años trabajando con víctimas de las sectas. Desde el Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña coordina el Grupo de Trabajo sobre Derivas Sectarias que persigue difundir los conocimientos existentes en este ámbito y denunciar la manipulación y el abuso psicológico que practican. Lo cuenta Ana Soteras en este reportaje publicado por Efe Salud.
Perlado también tienen otro objetivo claro: formar a psicólogos, educadores, pedagogos, abogados… para que logren identificar y atender a los afectados por las sectas en España, donde existe un “agujero” legal y jurídico por el que pueden escapar los que llegan a ser denunciados y los que continúan impunes.
Una realidad, bajo diferentes prismas, que se abordará en el III Encuentro Nacional de Profesionales, Familiares y Ex Miembros de Sectas que se celebrará del 3 al 4 de marzo en Marbella (Málaga).
¿A quiénes buscan las sectas?
Con un fin didáctico y preventivo, en 2014 se realizó el documental “Sectas”, realizado por Estudios Molécula, y a iniciativa del Grupo de Derivas Sectarias y la Asociación Iberoamericana para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP), y que cuenta la experiencia de seis personas ex miembros de diferentes grupos sectarios.
Algunos son ejemplos de adeptos que responden a los perfiles que hoy son carne de cañón:
- Jóvenes idealistas, universitarios, con inteligencia por encima de la media, con tendencias algo obsesivas, perseverantes y con un componente de insatisfacción que les lleva a buscar algo diferente. Son productivos, no unos locos. Los que más interesan a las sectas.
- Personas entre 30 y 40 años con antecedentes de alguna adicción a tóxicos o dependencias afectivas o emocionales y aquellos que sufren la crisis de la mitad de la vida y que buscan nuevos caminos.
- Y los que están continuamente buscando: hoy con un chamán, mañana con una terapia revolucionaria, y pasado, orando en el monte, retrata el psicólogo.
La secta en el siglo XXI
El Grupo de Derivas Sectarias tiene localizadas unas 200 sectas activas en España y calcula que 600.000 personas están afectadas. Estos grupos saben cómo adaptarse a los nuevos tiempos dejando atrás la imagen de una comuna liderado por un gurú de túnica blanca. En pleno siglo XXI existe una amplia diversidad de sectas, un cajón de sastre que dificulta su identificación y su verdadero cometido.
Dentro de la multitud de ofertas de terapias alternativas “hay grupos que se adueñan de determinadas prácticas (chamanes, constelaciones familiares, conexiones con los ángeles…) que, precisamente por su nivel de indefinición, puede tener más calado sobre la persona”, señala el experto. Pero, en general, utilizan tácticas mundanas de influencia social pero llevadas al extremo.
Las sectas han cambiado sus estilos doctrinales: “Si antes esperaban platillos voladores, ahora siguen nuevas pseudoterapias, se adaptan al tiempo actual en aquellos temas que mayor penetración social tienen”, indica el psicólogo.
Y han variado las estrategias de captación: “Ya no practican el proselitismo callejero, ahora funciona el boca a oreja, a través de amigos, conocidos o compañeros de trabajo que te proponen ir a una charla, a una reunión…”, añade.
También se suben al carro de las nuevas tecnologías haciendo un uso expansivo de las redes sociales y exhibiendo presentaciones multimedia, “atractivas y seductoras, mientras ocultan su verdadera naturaleza”.
Y es que mientras estos grupos ofrecen, por un lado, algo distinto y atrayente, por otro necesitan legitimar sus prácticas y se parapetan detrás de registros como asociaciones, ONG, grupos de ayuda y grupos religiosos.
El abuso psicológico
Miguel Perlado define a la secta como “aquel grupo o movimiento que exige una dedicación o devoción hacia una persona, idea u objeto y que para la consecución de sus fines emplean mecanismos de control de la personalidad o de manipulación”.
“Puede ser –añade– un producto, un sistema aparentemente comercial, una dinámica que despliega grados de dependencia patológica con consecuencias como la restricción de miras, pensamiento monotemático, incapacidad critica, negación del problema, fanatización y radicalización de la mente”.
Encabezando la lista figura el terrorismo, el yihadismo o ETA son dos ejemplos de sectas radicalizadas mencionadas por el especialista. Y a medio camino hay grupos que no se consideran sectas pero sí comparten la mecánica. Se trata de bandas juveniles violentas, fanáticos deportivos, equipos deportivos de élite…
Detrás de los movimientos sectarios hay una clave: el abuso psicológico que practican a través del miedo y la generación de un sentimiento de culpa, además de vejaciones con el fin de doblegar al adepto.
In crescendo
“El maestro gritaba y se comportaba de una forma muy violenta, sin violencia física pero sí verbal”, relata en el documental un joven informático que se introdujo en un grupo budista atraído por terapias alternativas tipo reiki.
Pero la captación de una persona vulnerable empieza siendo una seducción suave: “te ayudaremos, aquí nos apoyamos entre todos, no comentes lo que hacemos porque los demás no lo entenderán”… Una estrategia sibilina que te va enredando hasta que te convierte en un adicto, en un dependiente.
“Entramos buscando ayuda de pareja y al final nos ofrecieron participar en un grupo espiritual que reforzaría la terapia”, relata un ingeniero de caminos, mientras que una maestra, por su parte, reconoce que estaba pasando por una depresión y que una falsa psicóloga la fue introduciendo en el grupo.
Se les exige un compromiso creciente y el objetivo final es controlar a la persona para obtener un beneficio económico y en ocasiones sexual. Personas que buscaban cierta espiritualidad para superar sus vacíos han acabado participando en prácticas sexuales colectivas.
“Nos teníamos que desnudar en grupo y participar de ritos iniciáticos, eran los momentos de más presión”, recuerda el ingeniero, quien asegura que a las parejas las acababan separando.
El dinero suele estar también en el horizonte. Los miembros empiezan contribuyendo con cantidades de dinero de forma sistemática y algunos acaban perdiendo hasta sus propiedades.
“Lo que había empezado de forma voluntaria se convirtió en exigencia. Habíamos perdido todos nuestros ahorros, habíamos hipotecada nuestra casa y seguíamos haciendo esfuerzos” para seguir asistiendo a los cursos y pagando, manifiesta en el vídeo un realizador audiovisual que entró al grupo animado por su esposa que ya formaba parte.
¿Cómo se puede llegar hasta ese punto?
El psicólogo Miguel Perlado considera que el poder y el control que ejerce el grupo sobre la persona hace que se llegue a esos extremos.
“Cuando todo un grupo va al unísono en una dirección, ilusionado y que replica lo mismo que el líder, eso te va envolviendo. Un día entras en una sala y te quitas los zapatos porque todos están descalzos y el día que te quitas todo dices que lo haces por la evolución espiritual”, explica.
Y recuerda el caso de una paciente que entró en un grupo de yoga para mejorar el dolor de espalda y al cabo de un año se dedicaba a limpiar el centro argumentando que así trabajaba el desapego y purificaba el karma. “Hubo un proceso de trasformación de la personalidad sostenido por la influencia del grupo”, apunta el especialista.
Reconstruir una personalidad dañada
A veces la cuerda se rompe de tanto tensar y el individuo acaba abandonando la secta o la intervención de los familiares, por ejemplo, acaba logrando arrancar al adepto de las garras del grupo. “La salida –subraya Perlado– puede tardar años porque uno no se da cuenta y acaba justificando su propia explotación”.
Cuando lo consiguen el paso más adecuado es buscar ayuda psicológica, “de lo contrario el riesgo de recaída y de entrar en otra relación de abuso se incrementa a medida que pasa el tiempo”, señala el profesional.
La víctima se sienta frente al psicólogo con sentimiento de culpa, con miedo y con vergüenza, además de temer represalias del grupo, lo que dificulta el principal objetivo: reconstruir la identidad anulada.
“Los primeros seis meses son críticos porque tienen problemas de autoestima, de confianza en los demás, de concentración, de ansiedad, pesadillas… Dudan si han hecho lo correcto al irse o si el grupo tenía razón. En torno al año empiezan a estabilizarse (ya sé dónde estoy y lo que me ha pasado) y a partir de ahí la reconstrucción”, precisa el psicólogo.
Pero quedan las secuelas, a veces muy hondas: distorsión de la visión de uno mismo y de los demás, dificultades a la hora de relacionarse fuera del grupo, daño económico, daño emocional, la culpa, la sensación de ser un bicho raro y de estar loco.
Los casos más difíciles son los de aquellos niños que crecieron y fueron educados por sus padres en una secta. Cuando piden ayuda ya de adultos sufren un choque brutal con la realidad porque no han tenido otro referente que el grupo.
Pero el panorama es diverso y se producen todo tipo de situaciones con un factor común: “La persona entra en un proceso de transformación sin controlar las consecuencias, aun creyendo que las controla. Ese es el punto de riesgo para la salud mental”, concluye Miguel Perlado.
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