Tablero del juego gnóstico hindú llamado "Lilah":
su práctica es incompatible con la profesión de fe católica.
En
nuestros días se está popularizando un método hindú llamado “Lilah”, el cual es
presentado como un “juego”, cuyo propósito es “ayudarte a obtener la habilidad
para despegarte de tus identificaciones y ver cómo puedes llegar a ser un mejor
jugador de la vida”[1].
(¿¿??) Centrado en el aspecto psicológico y espiritual del ser humano, Lilah
adopta un lenguaje, una filosofía y una cosmovisión de la vida y de la
divinidad totalmente ajenas al lenguaje, la filosofía y las categorías
teológicas del catolicismo, lo cual hace que “Lilah” sea incompatible con la
profesión de fe católica.
Esta
incompatibilidad se debe al hecho de que no se puede “jugar” a Lilah sin
comprometer seriamente la fe en Dios Uno y Trino y en el misterio pascual de
Muerte y Resurrección del Hombre-Dios Jesucristo. En otras palabras, para
“jugar” a Lilah, se debe renunciar a la fe católica, para adoptar sin reservas
la espiritualidad oriental que subyace a este “juego”, de neto corte
neo-pagano.
Según
sus propios cultores y difusores, el método (Lilah) persigue un “conocimiento
de uno mismo (…) es un juego que te permite hacer un viaje interior por tus
estados de conciencia. Es un mapa que puede mostrar la geografía y estado de tu
alma”[2].
El problema es que el conocimiento de uno mismo, según el método de Lilah, conduce
a descubrir que “uno mismo” no sólo está inmerso en una energía cósmica, sino
que es “parte” de dicha energía; lo que hace el método Lilah es “ayudar a
descubrir” en qué momento evolutivo de la unión con la energía cósmica
impersonal se encuentra el alma: “Lilah es la energía cósmica puesta en
movimiento, que fluyendo sin cesar va generando formas, universos, realidades,
seres. Es la danza cósmica, y toda la realidad en la que nos encontramos inmersos
es una manifestación, un “juego” de Brahmán o Energía”[3].
En otras palabras, todos estamos envueltos y somos parte de “Lilah”, esa
“energía cósmica en movimiento que fluye y genera formas, universos,
realidades”. Es decir, el “juego Lilah” ayuda a descubrir esa energía cósmica
impersonal, de la cual somos parte integrante, lo cual es un absurdo
incompatible con la Verdad Revelada por Nuestro Señor Jesucristo y custodiada y
defendida por el Magisterio de la Iglesia, Verdad que nos enseña que hay una distinción
radical entre Dios, que es Uno y Trino y nosotros, sus creaturas; distinción
que se hace todavía más radical cuando se habla del universo, ya que lejos de
ser parte de esa “energía”, el universo es una creatura creada –valga la
redundancia- por Dios Trino.
Por
otra parte, en este “juego” se habla de “estados evolutivos del alma”, concepto
que no existe en la espiritualidad católica, al menos no en el sentido en el
que se lo toma aquí. Efectivamente, el sitio mencionado dice así: “El alma y
sus distintos estados evolutivos son las estaciones de este juego de
posibilidades que, según lo indique el dado, cada jugador va atravesando” [4].
La “evolución del alma”, según esta espiritualidad oriental, es hacia la adquisición
de la conciencia de que uno mismo es parte de la “energía cósmica”, lo cual no
se puede sostener sino se cree en un dios impersonal, reducido a una “masa
energética” de alcance universal. Nada de esto es cristiano, ni se desprende de
la Revelación de Nuestro Señor Jesucristo, ni puede ser creído sin colocarse,
voluntariamente, en las antípodas de la Fe, del Credo y del Catecismo de la
Iglesia católica.
El
método posee una clara tendencia panteísta, desde el momento en que el objetivo
del “conocimiento de uno mismo” se alcanza cuando, a través del “juego”, se
toma conciencia de que el “Ser del jugador” forma parte de ese “Conocimiento
Divino”: “El Lilah es el Juego del Conocimiento Divino, la profundización y
expresión del Ser del Jugador”. Claramente, se identifica “Conocimiento Divino”
con “Ser del Jugador”, lo cual es un concepto panteísta absolutamente extraño
al cristianismo. En este sentido, el conocimiento de los “estadios evolutivos
del alma” no se refiere a otra cosa que a “manifestaciones del Espíritu” (con
mayúscula, porque es la “energía cósmica” que se manifiesta a través del alma
de quien “juega”): “Una oportunidad de
manifestación para el Espíritu, así como de integración con las formas
que adquiere, la mente, las emociones, el Ego en suma, ya que las vemos
intervenir en las acciones que se toman sobre el tablero”. En otras palabras,
el “Espíritu” –la energía cósmica impersonal- se “manifiesta” a través de los “estadios
evolutivos2 del alma de quien juega a Lilah, lo cual es un delirar con los ojos
abiertos.
Todo
esto es falso y producto de meras elucubraciones de la fantasía, desde el
momento en que el verdadero conocimiento de uno mismo solo es posible a la luz
de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, que es la que lleva a saber para qué
estamos en este mundo. Según afirma San Ignacio de Loyola, en el Principio y
Fundamento de los Ejercicios Espirituales Ignacianos, estamos en esta vida para
conocer, amar y servir a Dios Uno y Trino y así salvar el alma: “El hombre es
criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante
esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas
para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es
criado”. Esto quiere decir que hemos sido creados para: alabar, (es decir,
amar, adorar, glorificar, bendecir), hacer reverencia (temor de Dios) y servir
a Dios nuestro Señor (Dios Uno y Trino, el Único Dios verdadero, encarnado en
la Persona del Hijo, por voluntad del Padre y por obra del Espíritu Santo). El
cumplimiento de los fines para los cuales hemos sido creados, será para
nosotros motivo de gran alegría, en esta tierra y en la eternidad: Adorar a
Dios Trino, Y obrar como sus servidores, Nos otorgará la “salvación del alma”,
lo cual a su vez es la causa por la cual estamos en esta tierra y en esta vida.
Por lo tanto, conocernos a nosotros mismos por medio de la luz de la gracia,
lejos de llevarnos a creer que somos parte del “Espíritu” o “energía cósmica
universal”, nos permite desentrañar nuestro interior, con el fin de no solo mejorar
como personas, sino ante todo, de servir, adorar, hacer reverencia a Dios
Nuestro Señor y así lograr nuestra salvación -mediante la conservación y el
acrecentamiento de la gracia santificante- y la de nuestros hermanos. Éste es
el verdadero y único “conocimiento de sí mismo”, el que nos proporciona
Jesucristo con su gracia, y no el que se obtiene a través de Lilah.
Una
vez más, es necesario recalcar la idea de que el “conocimiento (cristiano) de
uno mismo”, NO SE DA en el mismo sentido del conocimiento de sí mismo que se
persigue en las doctrinas gnósticas de la Nueva Era –entre ellas, el método
Lilah-. Aún más, no hay nada más peligroso para la vida espiritual del
cristiano, que el error de la gnosis de la Nueva Era, porque este error
descarta de plano la necesidad de un Redentor: si yo soy dios, no tengo
necesidad de salvación, ni de Salvador, ni de sacramentos, ni de iglesia. El
conocimiento gnóstico de sí mismo conduce al error de creer que no necesitamos
a Jesús, el Hombre-Dios, ni su Iglesia, ni sus sacramentos, para salvarnos.
La
realidad es que somos simplemente creaturas y NO SOMOS Dios y por lo tanto, nos
diferenciamos radicalmente de Dios. Esa diferencia entre Dios y nosotros, entre
la esencia divina y la esencia humana, entre el Acto de Ser divino, subsistente
en sí mismo y nuestro acto de ser participado, es infinita.
La
New Age, por medio de las escuelas o
cursos de “Metafísica” gnóstica o esotérica (hay una metafísica “buena”, que es
el estudio de la filosofía del ser), puede hablarnos de conocimiento de sí mismos,
pero de ninguna manera hablará de la necesidad del arrepentimiento, ni de la
vida de la gracia, ni de sacerdotes, ni de templos, ni de un Redentor: sólo
necesitamos “conocernos a nosotros mismos”: “¿Cómo hemos de lograr esta
autorrealización? Ciertamente no a través de libros, ni de rituales, ni de
sacerdotes, ni de templos. Solamente se obtiene a través del recto
conocimiento, del esfuerzo constante que significa el conocimiento de uno mismo”.
Y nosotros agregamos: del conocimiento gnóstico, panteísta y esotérico de uno
mismo, tal como lo proporciona “Lilah”. Según estas doctrinas paganas y
esotéricas, el conocimiento de uno mismo nos lleva a descubrir la “chispa de
divinidad” que todos poseemos. La profundización de este error gnóstico, es
creer que somos dios y que lo único que hace falta, es simplemente “descubrir”
que somos dios, a través de la gnosis.
Lejos
de hacernos creer la fantasía de que somos “energía divina”, como pretende
Lilah, el conocernos a nosotros mismos, por la luz de la gracia, nos provoca “horror”
ante la vista de nuestra “gran miseria”, tal como le dice Jesús a Sor Faustina,
aunque esta miseria que somos es al mismo tiempo la causa de nuestra más grande
felicidad, porque es lo que nos hace merecedores del Amor Misericordioso de
Dios. Es esto lo que le dice Jesús a Santa Faustina: “Después de la Santa
Comunión oí estas palabras: Ves lo que eres por ti misma, pero no te asustes de
eso. Si te revelara toda la miseria que eres, morirías del horror. Has de
saber, sin embargo, lo que eres. Por ser tú una miseria tan grande, te he
revelado todo el Mar de mi Misericordia. Busco y deseo tales almas como la
tuya, pero son pocas; tu gran confianza en Mí Me obliga a concederte gracias
continuamente. Tienes grandes e inexpresables derechos sobre Mi Corazón, porque
eres una hija de plena confianza. No soportarías la inmensidad de Mi amor que
tengo por ti, si te lo revelara aquí en la tierra en toda su plenitud. A menudo
levanto un poco el velo para ti, pero debes saber que es solamente Mi gracia
excepcional. Mi amor y Mi misericordia no conocen límites”. (Santa Faustina
Kowalska, Diario 718)”.
Entonces,
además de hacernos saber quién es Dios –Uno y Trino-, el conocimiento cristiano
de sí mismo dado por la gracia y la luz de Cristo, por el contrario, nos lleva
a sabernos que somos “nada más pecado”, pero también nos lleva a saber que Jesucristo
es Nuestro Redentor, nos lleva a arrepentirnos de nuestros pecados, a pedir
perdón por ellos en el Sacramento de la Penitencia, para recibir al mismo Dios
que nos perdona desde la cruz, Jesús en la Eucaristía y este proceso se llama
“conversión”. LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN ES EL FRUTO DEL CONOCIMIENTO DE UNO
MISMO, OBTENIDO POR LA LUZ DE CRISTO. LA CONVERSIÓN SE PRODUCE POR LA
ILUMINACIÓN DEL ROSTRO DE CRISTO SOBRE EL ALMA.
El
rumbo nuevo que implica la conversión, brota de una luz nueva, una luz que
muestra lo que el alma no veía antes, pero esa luz viene de lo alto, de
Jesucristo, no de nosotros mismos. Sin la luz de Jesucristo, se vuelven
imposibles tanto el verdadero conocimiento de sí, como de la necesidad
imperiosa de la conversión (que es la fase sucesiva del proceso). Ejemplo de
conversión cristiana, que ilumina las tinieblas del alma y la conduce a la luz
de Cristo, es San Pablo, en su camino a Damasco (cfr. Hech 9ss). Encontrarse verdaderamente con Cristo y llegar a
conocerse, vienen por lo tanto a ser sinónimos (otros ejemplos evangélicos,
además del de San Pablo, son el de la mujer samaritana del capítulo cuarto del
Evangelio de Juan, o la conversión de Zaqueo).
Resumiendo:
el conocimiento de sí mismo sin Cristo, -que es el conocimiento gnóstico de la
Nueva Era y es el conocimiento que proporciona Lilah-, conduce a la
desesperación. El conocimiento de sí mismo con Cristo y su luz, conduce a la conversión.
Como
vemos, el conocimiento de uno mismo sí es necesario, pero NO según el método
panteísta y neo-pagano que propone “Lilah” –y, con él, la Nueva Era-, sino
según la gracia de Cristo Jesús, que ilumina al alma –que sin Él es sólo
tinieblas- y que, al concederle la gracia, le concede la conversión al mismo
tiempo, tal como le sucedió a San Pablo, camino de Damasco.
Solo hay que recordar que Dios es amor, no es miedo ni odio
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