Stalin, el genocida; Neruda y Alberti, cómplices voluntarios del genocida comunista.
El marxismo lo pervirtió todo. Hasta el arte, poniéndolo al servicio del crimen. ¿Habría ganado Neruda el Nobel si en vez de hacer una loa a Stalin hubiera hecho una oda a Hitler? ¿Y Alberti el Cervantes si en vez de llamar “Padre” a Stalin le hubiera llamado así a Mussolini?
Javier Memba - 01/11/2017
La revolución soviética tuvo lugar cuando las vanguardias artísticas y literarias asistían a su máximo apogeo y el vanguardismo encontró, en Rusia primero y en la URSS después, uno de sus mayores ejemplos.
Las vanguardias eran consideradas la revolución de la estética, algo así como el comunismo a la política. De hecho, habría mucho que hablar sobre la fascinación que el comunismo ejerció entre los surrealistas, los vanguardistas por excelencia. Qué decir de Picasso, maestro del cubismo e infatigable comunista.
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Al punto, a iniciativa del Partido Comunista de la Unión Soviética, se fundó la Unión de Escritores Soviéticos, con Máximo Gorki a la cabeza. Su objetivo era “organizar la literatura y asegurar que el pueblo participaba en ella, amén de disponer las cosas para que la creación artística y literaria también fuesen supervisadas por los organismos del estado y del partido.
El realismo socialista irradió al mundo entero. No sólo a los países sojuzgados por los comunistas, también a aquellos en que sus militantes ocupaban puestos de responsabilidad en el entramado cultural.
Estos, a menudo eran tan ajenos al Kremlin como la España franquista, donde también hubo un tiempo en que para publicar novelas en determinadas editoriales había que ser latinoamericano o comunista y, por supuesto, escribir al dictado del realismo socialista.
La abierta complicidad de poetas y escritores con Stalin les ha salido gratis, al contrario de lo que les pasó a quienes apoyaron a Mussolini
Hubo poetas que, además de practicar el realismo socialista sin titubeos, dedicaron algunos de sus versos más exaltados a Stalin. Su abierta complicidad con uno de los grandes genocidas de la Historia, el par de Hitler ni más ni menos, les ha salido gratis. Por el contrario, quienes pusieron su pluma al servicio de los dictadores fascistas, todavía lo están pagando.
Decía Allen Ginsberg –que era judío- que Ezra Pound, el poeta de la Generación Perdida, se escandalizaba cuando se hablaba del antisemitismo de sus versos. Lo que nunca le causo el más mínimo rubor fue que le reprocharan su fascismo.
Su amor a la cultura italiana le llevó a convertirse en un ardiente admirador de Mussolini, llegando a desempeñar un papel destacado como propagandista de la república de Salo.
Detenido por los partisanos en mayo de 1945, éstos le consideraron un enemigo “sin interés” y le entregaron a las autoridades estadounidenses. Fue necesaria la intervención de Hemingway y otros destacados escritores de aquellos días, para que el autor de los Cantos (1915 y 1970) fuese sacado de la jaula en que estuvo recluso durante varios meses.
Sin oscuridad que le permitiera conciliar el sueño, sufrió ataques de pánico y de histeria. Considerado un demente, fue librado del juicio por traición que le aguardaba en Washington, lo que le hubiera llevado frente al pelotón de fusilamiento, y confinado durante doce años en una institución psiquiátrica donde se dedicó a traducir a Confucio.
Fascistas, antisemitas, nazis, los que afortunadamente perdieron en esta descomunal matanza que registra la Historia, también fueron malditos por agravio comparativo frente a sus enemigos.
Sin llegar a dar por cierta la cifra de sesenta y un millones de personas víctimas del estalinismo que propone Aleksandr Solzhenitsyn –lo que equivaldría a uno de cada tres ciudadanos soviéticos-, sí que hay que rendirse ante la evidencia de esos ocho millones de víctimas que se le atribuyen en las cuentas más objetivas al Zar rojo.
Miguel Hernández da nombre a institutos y calles, a pesar de su oda a Stalin, con cientos de miles de muertos en su haber
Ya se tenía noticia de los primeros cientos de miles muertos a manos del paladín del proletariado cuando Miguel Hernández escribe:
“Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente”.
Esto no es óbice para que hoy, el pastor poeta dé nombre a institutos, calles e incluso a estaciones del metro madrileño. Se le celebra como a un paladín de la libertad olvidándose que fue comisario político del 5º Regimiento. Y lo fue, además, a las órdenes de El Campesino, uno de sus comandantes más sanguinarios.
Miguel Hernández, en una imagen en Jaén del año 1937.
Miguel Hernández, en una imagen en Jaén del año 1937.
Ya se sabía de la matanza llevada a cabo por los comunistas en Estonia, Letonia y Lituania, merced al pacto germano soviético fechado el 23 de agosto de 1939, cuyo montante de víctimas se cifra en casi doscientos mil asesinados.
El mismo Kruschev ya había dicho “Stalin inventó el concepto de enemigo del pueblo, que hizo posible la más cruel represión”.
No hay pues ignorancia que exima de la pena cuando Rafael Alberti apunta:
“José Stalin ha muerto.
Padre y maestro y camarada:
quiero llorar, quiero cantar.
Que el agua clara me ilumine,
que tu alma clara me ilumine
en esta noche que te vas”.
Nadie ha tenido nunca en cuenta estos versos. Al marinero en tierra el estalinismo también le salió gratis. En 1983 se concedió el Premio Cervantes.
Ya había noticias de las limpiezas étnicas entre alemanes, griegos, polacos, tártaros de Crimea, chechenos… cuando Neruda dice que Stalin es el “mediodía, la madurez del hombre y de los pueblos”
Ya había noticias harto elocuentes de las limpiezas étnicas llevadas a cabo por el Zar Rojo entre alemanes, griegos, polacos, tártaros de Crimea, balkarios, chechenos y calmucos, cuando Pablo Neruda, otro estalinista convencido, llega y escribe, tras la noticia de la muerte de aquel asesino de masas lo siguiente:
“¡Ser hombres! Es ésta
la ley staliniana!
Ser comunista es difícil.
Hay que aprender a serlo.
Ser hombres comunistas es aún más difícil,
y hay que aprender de Stalin
su intensidad serena,
su claridad concreta,
su desprecio
al oropel vacío,
a la hueca abstracción editorial.
El fue directamente
desentrañando el nudo
y mostrando la recta
claridad de la línea,
entrando en los problemas
sin las frases que ocultan
el vacío,
derecho al centro débil
que en nuestra lucha
rectificaremos
podando los follajes
y mostrando el designio de los frutos.
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos”.
No pasó nada. Tamaña loa a quien compite con su antiguo aliado Hitler en ser el mayor asesino de la historia de la Humanidad no impidió que Neruda fuese distinguido con el premio Nobel. ¿Se le hubiera concedido a alguien que hubiese loado así a Hitler o Mussolini?
No hay duda de que el canon marxista, que más o menos sutilmente fue el imperante en la cultura occidental desde los años 60 hasta el final del pasado siglo, arraigó profundamente el tejido cultural de nuestras sociedades. Tanto que convirtió en retórica las loas a un asesino de masas de los poetas comunistas.
Javier Memba
Javier Memba (Madrid, 1959) es periodista y escritor con casi cuarenta años de experiencia. Colaborador habitual del "El Mundo ", tanto en este rotativo como en el resto de los medios donde ha publicado sus artículos ha demostrado un decidido interés por el cine. Ha dado a la estampa, entre otros volúmenes, La Nouvelle Vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), la Hammer (2008) o Historia del cine universal (2009).
(https://www.actuall.com/criterio/medios/grandes-aportaciones-del-comunismo-neruda-y-alberti-la-poesia-al-servicio-del-crimen/)
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