"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

jueves, 18 de abril de 2013

Secta mormona: la ¿revelación? "celestial" continúa y se adapta a los nuevos tiempos y a las conveniencias del momento



Reproducimos un artículo reflexivo del sacerdote Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y que ha publicado en el blog que tiene esta institución alojado en el portal InfoCatólica.

Hace unos días la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD), cuyos integrantes son conocidos como mormones, ha celebrado su 183ª Conferencia General. No conocía este evento, y me ha sorprendido ver el despliegue de medios de un acontecimiento central para la vida de esta secta de origen cristiano, que desde que fue fundada en el siglo XIX por el visionario norteamericano Joseph Smith ha hecho de estas Conferencias Generales un momento fundamental en su desarrollo doctrinal. Además de miles de personas que asistieron durante dos días al inmenso auditorio de Salt Lake City (Utah, EE.UU.) en el que tuvo lugar, otros muchos la siguieron en directo vía satélite en los principales centros mormones de más de 85 países y a través de Internet. Como acaban de hacer público, cuentan con casi 15 millones de miembros y miles de misioneros en todo el mundo.

No es una simple asamblea a lo grande de un grupo religioso. Hay algo que ha llamado poderosamente mi atención, al ver algunos vídeos de la Conferencia General mormona y leer algunos de sus textos. Y es la concepción totalmente abierta de la revelación que tienen. La presentación del evento en su página de Internet, que servía para invitar a los miembros a prepararlo bien, no dejaba lugar a dudas: “la Conferencia General tiene por objeto ser una experiencia en la que se reciba revelación a medida que los participantes aprendan de los profetas y apóstoles vivientes mediante el poder y la influencia del Espíritu Santo”. El lector no mormón puede sorprenderse al leer esto. ¿Profetas y apóstoles? No deben de ser los del Antiguo y Nuevo Testamento respectivamente… ¿Entonces?

En la jerarquía de la IJSUD encontramos esta nomenclatura para referirse a sus máximas autoridades. Detengámonos en su “eclesiología” para entender algo mejor todo esto. Para los mormones hay dos órdenes ministeriales principales: el “sacerdocio de Melquisedec” (o sacerdocio mayor) y el “sacerdocio de Aarón” (menor). Al primero, que es el que nos interesa, perteneció Adán, y a partir de él los grandes patriarcas del Antiguo Testamento, aunque le fue quitado al pueblo de Israel en los días de Moisés. Jesús restauró y ejerció este sacerdocio, ordenando a los apóstoles en él, pero tras la muerte del colegio de los Doce se perdió. Es lo que los mormones han llamado “la Gran Apostasía”, el período comprendido entre los tiempos de Jesús y –¡oh casualidad!– la aparición de Joseph Smith en escena y la fundación de la secta. Durante todos esos siglos, no hubo Iglesia de Cristo ni Evangelio verdadero sobre la tierra, según los mormones. La comunidad iniciada por Jesús da un salto increíble del siglo I al siglo XIX.

Sigo, para no perdernos. En 1829 tuvo lugar la restauración del sacerdocio de Melquisedec. ¿Cómo? Pues con la ordenación de Joseph Smith y su compañero Oliver Cowdery. ¿Y quiénes los ordenaron? Nada menos que los apóstoles preferidos del Señor –Pedro, Santiago y Juan–, bajados del cielo para la ocasión. Está muy difundido entre los mormones un cuadro que muestra la escena, con los apóstoles imponiéndole las manos al fundador de la IJSUD. El año siguiente tuvo lugar la fundación de la secta. Y entonces, con la Iglesia y la verdad evangélica restauradas sobre la tierra, volvió a haber profetas, hombres escogido por Dios para guiar y dirigir a su pueblo, comenzando por el mismo Smith. Además de su función magisterial y de interpretación de la Palabra de Dios, el profeta “recibe revelaciones y direcciones del Señor para el beneficio de todo el género humano”.

¿Algún profeta contemporáneo? Por supuesto que sí: el presidente de la IJSUD, “creen que posee el derecho de recibir revelación para toda la Iglesia. Ninguna persona, excepto el profeta escogido y presidente de la Iglesia, puede ser el receptor de la voluntad de Dios con respecto a los miembros de la Iglesia, éstos a su vez siguen fielmente los consejos de éste su líder y le guardan un gran amor y respeto”. El actual tiene nombre y apellido: se llama Thomas S. Monson y desde 2008 es el 16º profeta, contando desde Joseph Smith, el primero de los tiempos modernos. Y ojo a lo que afirman en su biografía: “él es un profeta, vidente y revelador, lo cual significa que recibe guía específica para dirigir la Iglesia en la tierra en nuestros días de parte del Señor. Esas instrucciones son para todo ser humano que habita la tierra y no sólo para los miembros de la Iglesia”. Ahí queda eso.

El profeta no está solo en la dirección de la IJSUD, ya que cuenta con el Quórum de la Primera Presidencia (formada por él mismo y sus dos consejeros) y, por debajo, el Quórum de los Doce Apóstoles. Este último, cómo no, son la restauración del grupo apostólico del mismo Jesús después de la ya citada “Gran Apostasía”, y lo han dejado todo para anunciar el Evangelio. Al igual que el profeta, estos doce también son “profetas, videntes y reveladores para la Iglesia”. ¿Cuál es el procedimiento para entrar a formar parte de este comité directivo de la secta tan restringido? Simplemente, en caso de vacancia de una de sus sillas, la Primera Presidencia escoge al sustituto “por medio de revelación” y, tras ser aprobado por el Quórum de los Doce Apóstoles, es ordenado como apóstol por los otros catorce ministros.

Pero la cosa no queda ahí. Los ordenados en el sacerdocio de Melquisedec van más allá, descendiendo en el orden jerárquico de la IJSUD. Tras la Primera Presidencia y los Doce Apóstoles encontramos a los Setenta, siguiendo la terminología bíblica de los enviados por Jesús. Ayudan a los apóstoles a regir la secta, pero no son profetas, ni videntes ni reveladores. En la historia mormona ha habido un momento, en 1989, en el que por el crecimiento y desarrollo del movimiento tuvieron que erigir otro Quórum de los Setenta. Precisamente en la reciente Conferencia General han nombrado a unos cuantos integrantes de estos grupos. Hasta aquí, todos estos integran las “autoridades generales”, debajo de las cuales se encuentran otras jerarquías menores que ahora no nos interesan.

Toda esta “jerarcología” es importante para entender a quiénes les llega la revelación de Dios en la IJSUD: directamente a las quince primeras autoridades (Primera Presidencia y Doce Apóstoles), e indirectamente a los demás dirigentes. Representantes de Jesucristo en la tierra, “son capaces de recibir revelación de Él sobre cómo dirigir su Iglesia”. Pero todo lo que supuestamente les dice el Señor no se limita a asuntos organizativos y eclesiásticos, sino que abarca los dogmas sostenidos por la secta, y que se apartan del cristianismo en cuestiones centrales como el misterio de Dios y la persona de Cristo (las personas de la Trinidad son seres diferentes, y al final su dogmática se convierte en un politeísmo), la escatología (con diversos niveles de gloria), la identidad de los ritos que llevan a cabo (ordenanzas), etc.

¿De dónde viene todo esto? De su concepción abierta de la revelación. Consultando los textos oficiales de la secta y lo que se habla en las Conferencias Generales de la IJSUD, encontramos declaraciones que muestran claramente esta idea mormona. Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, explica que “la divina obra de los profetas y de los apóstoles nunca cesa. En el período entre conferencias generales, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles siguen enseñando y ministrando al mundo. Los profetas y apóstoles nos hablan hoy”. Y de una forma totalmente personalizada, según parece, ya que como expresa el mismo Uchtdorf, “los miembros de la Iglesia tienen derecho a recibir revelación personal al escuchar y estudiar las palabras inspiradas que se pronuncian en la conferencia general”. Jeffrey R. Holland, uno de los Doce Apóstoles actuales, decía en una conferencia que “si enseñamos por el Espíritu y ustedes escuchan por el Espíritu, uno de nosotros se referirá a las circunstancias de ustedes y enviará una epístola profética personal sólo para ustedes”. Así se aseguran la atención de los adeptos en estos eventos centrales para el movimiento.

El problema, en el fondo, de la IJSUD y de otras sectas que nacieron en el mismo contexto de “reavivamiento” protestante, es la lectura libre de la Sagrada Escritura por parte de cada uno con la ayuda directa del Espíritu Santo y, por tanto, sin necesidad de una autoridad o magisterio que vele por la correcta lectura e interpretación de la Palabra de Dios. Ya sea por visiones, sueños, ángeles, visita directa de la Divinidad, inspiración… los líderes mormones pueden ampliar de forma constante el depósito de verdades reveladas por Dios. Contando con que, desde el inicio, la secta propone junto con la Biblia otra Escritura “complementaria”, pero igualmente importante –o más– que el Antiguo y el Nuevo Testamento: El Libro de Mormón. Completado, a su vez, por otros textos fundacionales revelados que se agrupan en Doctrina y convenios y La perla de gran precio.

La más genuina tradición cristiana sostiene que la revelación divina concluyó con la muerte del último apóstol. Este momento crucial en la historia de la Iglesia, en el que entró en juego la sucesión apostólica, no es el inicio de la “Gran Apostasía” como decía Joseph Smith, con ese salto eclesiológico hasta el siglo XIX. Es el momento en el que cobra su importancia la Tradición de la Iglesia, que incluye el magisterio, la lectura patrística, el sensus fidei del pueblo de Dios… Por un lado, hay que tener en cuenta, como escribía el místico castellano San Juan de la Cruz, que Dios “en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”. ¿Un Dios mudo, entonces? No, nada de eso, porque por otro lado hay que tener en cuenta la acción del Espíritu Santo iluminando y dando vida a su Iglesia, constituyendo así la Tradición viva del pueblo de Dios.

Dios no puede contradecirse a sí mismo. La Iglesia no puede estar constantemente pendiente de “nuevas revelaciones”, y menos cuando niegan aspectos centrales de la salvación realizada por Jesucristo. Volvamos a escuchar las palabras de San Pablo defendiendo la verdad de la fe cristiana frente a otras propuestas falsificadoras. Él hablaba de la buena noticia de Jesús y prevenía ante los “otros evangelios”, no porque la suya fuera una revelación particular o una inspiración especial hecha en su experiencia singular del camino a Damasco o en cualquier otro momento, sino porque era lo transmitido por los apóstoles, testigos oculares de Cristo, y que coincidía con su experiencia de encuentro. Sus palabras son duras y directas: “algunos os desconciertan intentando deformar el mensaje evangélico de Cristo. Pero sea quien sea –yo mismo o incluso un ángel venido del cielo– el que os anuncie un mensaje diferente del que yo os anuncié, ¡caiga sobre él la maldición!” (Gal 1, 7-8). Versículo, por cierto, que podemos leer en inglés a la derecha del altar de la Catedral católica de Salt Lake City, en la cuna del mormonismo. No es una crítica católica a la IJSUD, como han dicho algunos. Son palabras de la Sagrada Escritura.

(extraído de: infories.com)

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