Ya desde el inicio se
comienza con una afirmación absolutamente falsa, cuando se describen las
pseudo-ermitas erigidas al Gauchito Gil. En efecto, se dice, faltando a la
verdad, que las pseudo-ermitas del Gauchito Gil son “capillitas enmarcadas en
banderas rojas, que se van convirtiendo en verdaderos espacios de recreación,
rodeadas de bancos y hasta con alguna parrilla, y que se encuentran llamativamente
preservadas del vandalismo”. No son ningún espacio de recreación, o al
menos de recreación inocente, puesto que es conocido por todos que en dichas
pseudo-ermitas los devotos del Gauchito Gil se juntan a beber alcohol, a fumar
y probablemente a drogarse. Y además, no es que “estén preservadas del
vandalismo”: al contrario, son fuente de vandalismo, porque cuando uno se
acerca, pueden observarse imágenes católicas vandalizadas (imágenes de la
Virgen decapitadas, crucifijos quemados y quebrados, etc.), lo cual hace
suponer que parte de la “devoción” al Gauchito Gil es atentar contra la
imagenología católica. Esto es así en la mayoría de los casos, aunque también
es cierto que no se observa dicha vandalización de imágenes católicas en todas
los lugares de culto al Gauchito.
La
afirmación “Dios actúa en el pueblo para ofrecer
incansablemente caminos de salvación (cfr. Evangelii Gaudium 112-114)” debe
interpretarse en el marco del concepto de que la salvación eterna de cada alma
humana es posible exclusivamente por el Sacrificio Redentor de Cristo; no puede
haber ningún “camino de salvación” que no sea la Cruz de Cristo y Cristo en la Cruz;
es necesario hacer esta aclaración, porque la totalidad del artículo se orienta
a ensalzar la figura del Gauchito Gil como un pseudo-redentor para-cristiano.
A
la siguiente afirmación: “el tipo de abordaje que
proponemos requiere del lector un cierto deseo de conversión afectiva al
pueblo, o –en palabras de Francisco- del “gusto espiritual de ser pueblo”
(Evangelii Gaudium 268). Quien no pueda superar el prejuicio de considerar como
romántica toda reflexión que haga centro en la vida del pueblo poco fruto
sacará de estas páginas”, se le debe hacer la siguiente observación:
si el “gusto espiritual del pueblo” es la devoción al Diablo, por ejemplo, ¿se
debe “respetar” este “gusto espiritual”? ¿Se debe hacer una “conversión
afectiva” al pueblo que acuda a la iglesia satánica del lugar? Es obvio que no
y por eso, este principio –la “conversión afectiva” o la “reflexión romántica”
no puede ser aplicado bajo ningún punto de vista por parte del sacerdote
católico.
El
análisis del siguiente hecho histórico es falso:
“2. El relato legendario y su riqueza salvífica No deja de ser llamativa la
naturalidad con la que este gran teólogo alemán puede incorporar a su vida de
fe y a su ministerio episcopal un relato legendario como el del oso bávaro. A
alguien que ha sido uno de los grandes intelectuales del siglo XX no puede
escapársele que semejante historia repugna a la sensibilidad moderna sobre la
verdad de la historia. Hay una especie de “sentido común” moderno que nos dice
que sólo es verdad lo empíricamente comprobable. Análogamente, en la lectura de
los hechos históricos hay una tendencia a pretender que hayan sido tal como se
los relata “literalmente” para prestarles credibilidad. Eso hace que la
interpretación de los relatos legendarios fluctúe entre dos extremos: o se les
niega todo contenido de verdad refutándolos como históricamente imposibles y
propios de pueblos incultos o se los cree recurriendo forzadamente a la
libertad que tiene Dios de hacer lo que quiera, cayendo en un concordismo
fideísta que poco honor le hace a la racionalidad humana. El hecho de que
alguien como Benedicto XVI eleve ¡nada menos que a su escudo! la historia del
oso, nos hace pensar que tiene que haber un camino intermedio que sepa
descubrir el contenido de verdad de una leyenda sin obligarnos a creer que
“históricamente” Corbiniano llegó a las puertas de Roma con un oso como criado”.
Descartar
este hecho y calificarlo como “leyenda” es subestimar y no tener en cuenta la
acción de la gracia santificante, que actúa a través del ser humano sobre los
seres irracionales y es también descalificar el hecho de que los ángeles de
Dios guían a los seres irracionales, como enseña Santo Tomás de Aquino y como
bien puede haber sucedido en este caso y esto no es ningún “concordismo
fideísta”.
Todo
el párrafo que sigue es escandalosamente hereje, ya que rebaja los milagros y
la santidad de los santos y la infalibilidad de la Escritura a leyendas,
relatos fantásticos, mistificaciones, propio de una mentalidad
racionalista-luterana –y hasta blasfema, cuando dice que la Biblia está llena
de “novelitas”- y no católica: “Este hecho de que
los relatos legendarios –independientemente de su historicidad- pueden ser un
medio por los que Dios le acerca la salvación a muchos creyentes lo explicaba
el padre Tello en una charla informal en el año 2000: “hay que reconocer que la
Iglesia vivió muchos siglos en base a leyendas. Después vinieron los autores
bolandistas que empezaron a purificar la historia de los santos sacando lo que
es leyenda de lo que es racional. En general toda la escuela bolandista de
origen holandés es útil para la mentalidad del hombre moderno, que quiere saber
la verdad exacta y distinguir, pero durante siglos estaban en lo fundamental
que era ir hacia Dios, hacia la salvación. No estaban errados los hombres que
durante siglos se basaban en las leyendas que eran imitadas por miles de
hombres y eso les servía para ir realmente a Dios. Yo marcaría eso: aunque no
conste 3 históricamente, puede ser útil para la salvación; y eso es el aspecto
fundamental. San Jorge probablemente, Jonás, Tobías, Judit, Ester, Job. La
Biblia está llena de novelitas. El principio fundamental es que mire a la
salvación” (R. Tello, Charla del 12/10/2000). El padre Tello hacía aquí
referencia a aquellos libros de la Sagrada Escritura de los que hoy estamos
convencidos que se tratan de ficciones literarias pero que durante cientos de
años se tomaron como historias reales. Pensemos que incluso el mismo Jesús
apela a la enseñanza de la historia de Jonás, aquel profeta que “estuvo en el
vientre de la ballena tres días y tres noches” (cf. Mt 12,40), y cuya
historicidad en sentido moderno es sumamente débil”. Sostener que Jesús toma como
ejemplo cierto de algo que sucedió en la realidad, la permanencia de Job en el
vientre del cetáceo durante tres días, para su enseñanza y a la vez dudar de
este hecho tratándolo implícitamente de “ficciones literarias”, es atentar
directamente contra la omnisciencia del Hijo de Dios, que es la Sabiduría
Encarnada, es tratar a Jesús de contador de fábulas o, peor aún, de ignorante,
lo cual es una blasfemia. Por otra parte, es verdad que en el origen de algunas
historias referidas a los santos se pueden haber introducidos elementos de
fantasía que no se corresponden con el hecho histórico, pero de ahí, a
considerar que todo hecho milagroso o sobrenatural, de la Biblia o de los
santos, sean “novelitas”, hay un gran paso y el paso termina en la herejía.
La
siguiente afirmación es tendenciosa, en cuanto califica de antemano como
“leyenda religiosa” a los milagros verdaderos, ya sea los realizados por Nuestro
Señor en Persona o bien a través de sus santos:
“en las leyendas religiosas lo principal no es verificar su historicidad sino
buscar los elementos que hacen que el creyente entre en comunión con el
misterio divino”. Por otra parte, se califica como “leyenda religiosa” a los hechos de
las vidas de los santos, tomando como ejemplo lo acaecido con San Jorge.
Dejando de lado este caso particular, no se puede hacer una transpolación y
afirmar lo mismo de todos los milagros de los santos. Hacerlo, es negar la
acción de la gracia santificante, por un lado; por otro, es tildar al pueblo
cristiano de una especie de “pueblo fantasioso” que elabora “leyendas” para
acercarse más a Dios. Inaceptable.
La
siguiente afirmación es sumamente peligrosa para la recta fe católica, si es
que tenemos en cuenta que estamos hablando de una “devoción popular” como la
del Gauchito Gil: “La intensidad con las que
generalmente se viven las devociones populares hace pensar que son el emergente
de fuerzas muy profundas del espíritu humano que están destinadas a la comunión
con lo divino”. Si el Gauchito Gil es una devoción popular, esta estaría
justificada porque “se vive con intensidad” y porque sería el reflejo de
“fuerzas profundas del espíritu humano que se dirigen a la comunión con lo
divino”. Es decir, el criterio para la aprobación de la devoción popular al
Gauchito Gil no serían ni la Tradición, ni el Magisterio, ni el contenido de la
devoción en sí, que puede ser –y de hecho lo es- contrario a la verdad y profundamente
anti-cristiano: el criterio para aprobar esta devoción popular consistiría en
la intensidad con la que el “pueblo” la vive y estaría justificada la devoción
porque surge “de lo profundo del ser humano”, sin tener en cuenta que el ser
humano, a causa del pecado original, necesita de la Revelación divina para
saber quién es el Verdadero Dios. Sin esta Revelación, dada en anticipo al
Pueblo Elegido primero y dada en su plenitud en la auto-revelación del
Hombre-Dios Jesucristo, el hombre por sí mismo termina adorando ídolos y no al
Dios Verdadero.
La
totalidad del punto tres: “De Munich y Capadocia a las pampas argentinas” es
una lectura falsificada y tendenciosa del Martín Fierro, en la que se incluyen
ataques solapados a la Autoridad y a la propiedad privada, citando astutamente
párrafos del poema de Hernández y sacándolos de contexto. Otra astucia sutil es
la de equiparar la figura del Martín Fierro con la de Antonio Gil, lo cual es
inaceptable.
En
el punto cuatro: “La historia del Gaucho Antonio Gil”, curiosamente, no se duda
ni por un instante del supuesto “milagro” que habría producido Gil luego de su
muerte; no se duda de su intercesión ante Dios; no se duda de la veracidad de
los hechos relacionados con Gil, aunque expresamente diga que “probablemente”
sea esa “la situación del Gaucho Gil”, todo lo cual es sumamente llamativo, por
cuanto implica un giro rotundo en la perspectiva del autor del artículo: cuando
se trata de santos de la Iglesia Católica y sus milagros, se debe dudar de todo
y nunca se habla de “milagros”, sino de “leyendas”, pero cuando se trata de
narrar lo sucedido con Gil, el autor cambia la perspectiva y no duda ni por un
instante lo que se tiene por verdadera leyenda. Es decir, se duda de lo que
afirma la Tradición y el Magisterio católico –milagros, santidad probada,
etc.-, pero se aprueba a ojos cerrados y con entusiasmo lo que es verdadera
leyenda, esto es, la vida y el supuesto “milagro” de Gil. Una verdadera
perversión literaria, una verdadera distorsión de los conceptos y de los
hechos, para inclinar al lector hacia una lectura benévola del Gauchito Gil,
llamándolo incluso, sin ninguna vergüenza, “querido Caucho Gil”.
Por
otra parte, si Antonio Gil fuera realmente “santo”, como pretende la
canonización “in pectore” del autor, ¿actuaría un santo provocándole desgracias
sin número a su devoto, al que trasladó sus restos y luego tuvo que
regresarlos, al interpretar las desgracias como una señal de que Gil quería,
desde el más allá, que sus restos regresaran al lugar original? ¿Qué clase de
“santo” obra de esta manera? De ser cierto que le sucedieron estas desgracias a
quien trasladó sin consentimiento los restos de Gil, ¿no es esto un criterio
suficiente para afirmar que quien provoca las desgracias es un ángel caído que
actúa con ocasión de la manipulación de los restos mortales de Antonio Gil? Y
si es cierto esto, confirma lo que la
Escritura afirma: “Los ídolos de los gentiles son demonios”.
La
siguiente afirmación es falsa, pues la referencia al Evangelio y el hecho de
que la historia de Gil “cale tan hondo en el corazón de un pueblo que ha
recibido el Evangelio”, es solo una expresión de deseos del autor, puesto que
no se da ni lo uno ni lo otro: “Cuando una historia
cala tan hondo en el corazón de un pueblo que ha recibido el Evangelio es
porque en ella hay valores que la conectan con el sentido profundo de lo
cristiano”.
La
siguiente frase es un atentado directo a la Sabiduría de la Iglesia, encarnada
en la Tradición, el Magisterio, las enseñanzas de los Padres de la Iglesia,
porque califica, implícitamente, a los santos y a los milagros –e incluso al
mismo Hombre-Dios Jesucristo- como “relatos legendarios en la Tradición de la
Iglesia”, lo cual es absolutamente inaceptable:
“…hemos intentado presentar un marco de interpretación dentro de la tradición
eclesial y la historia de nuestro país. Para ello hemos hecho referencia al
valor evangelizador que han tenido otros relatos legendarios en la tradición de
la Iglesia”.
El
punto uno de la segunda parte constituye, por una parte, una apología del robo,
siempre y cuando el robo sea mirado “desde el pueblo” y así lo da a entender el
autor: el robo se justifica si “se mira con los ojos del pueblo”. Además, no
hay precisión histórica alguna, según se desprende de las afirmaciones
inseguras y tendenciosas del autor, que trata de “limpiar” la condición de
ladrón de Antonio Gil: “Antonio Gil bien pudo haber sido; “pudo haberse
convertido en un bandido rural”; “pudo haber sido de algún modo un caudillo en
su región”. Además, la cita que se hace de la amistad del Cura Brochero con
Santos Guayama –a quien se lo nombra como “montonero”-, no tiene relación con
el caso de Antonio Gil y solo sirve de pretexto para colocar y asociar la palabra
“montonero” con los adjetivos calificativos “manso cordero” y “muy buen amigo”;
en síntesis, es un intento solapado, astuto y sutil de presentar a la guerrilla
montonera como “buena” porque, como el Gaucho Gil y como Martín Fierro, se
resistían al “nuevo orden social”: “Un testimonio de esta distinta vara con la
que el pueblo medía a los “bandidos rurales” puede ser la amistad entre el cura
Brochero y el montonero Santos Guayama. Dice el santo cura en una carta: “de
Guayama se decía que era muy malo; pero para mí era un manso cordero y muy buen
amigo”. La totalidad del párrafo conduce a colocar a Antonio Gil, sobre la base
de meras suposiciones, en la categoría de héroe popular, montonero, querido por
el pueblo. Lo que pretende el autor es, además de ensalzar la figura de un
ladrón, hacer una crítica solapada al “nuevo orden social” –la civilización
cristiana- e introducir la figura del “montonero”, del subversivo apátrida,
como alguien “bueno”, lo cual es absolutamente falso.
En
el punto dos -“No quería pelear entre hermanos”- se equipara falsa y
sacrílegamente la entrega martirial de Cristo con la supuesta entrega “pacífica”
de Antonio Gil, de lo cual no hay registros históricos, por otra parte: “Paradoja
profundamente cristiana: Jesús es plenamente libre y nos libera entregándose a
sus enemigos y perdonándolos. El Gauchito se entrega y perdona a su verdugo. Y
eso el pueblo lo admira”. ¿Qué importa que “el pueblo admire” la supuesta
entrega pacífica de un personaje sindicado como ladrón y como prófugo de la
justicia? ¿Eso lo convierte en “santo”? Nos encontramos aquí con una grave
perversión e inversión del criterio de santidad, por parte del autor. Luego,
algo más grave: se descalifica falsamente al martirio del Bautista al sostener
erróneamente que no muere por Cristo, cuando en realidad sí lo hace, porque
muere por la santidad del matrimonio en Cristo, matrimonio santificado por
Cristo y no por la infidelidad en sí misma, al mismo tiempo que se eleva a
rango de martirio falso, falsificando la idea misma de mártir: el neo-mártir
progresista-populista ya no es el que da la vida por Cristo –el autor lo afirma
explícitamente, sin sonrojarse-, sino aquel que “da la vida por el prójimo”, lo
cual es una falsedad absoluta, sin fundamentos en ningún momento de la
Tradición y del Magisterio de la Iglesia: “El que da su
vida, no por Cristo, sino por amor al prójimo, la da por una verdad enseñada
por Cristo. A éste la Iglesia no lo reconoce como mártir. Pero muere de una
forma similar al martirio”.
El
punto tres, “Murió perdonando al matador”, es un burdo intento de asimilar la
muerte de Antonio Gil, que ejerce una “misericordia para-cristiana”, si se
puede decir, con la muerte martirial de Cristo: “el personaje encarna –como
Cristo- la virtud más rara y más necesaria: la misericordia”. Esta analogía con
Cristo es de una ligereza y banalidad tal, que no puede ser aceptada bajo
ningún punto de vista. Quien sí muere perdonando a sus verdugos, es decir
nosotros, puesto que los autores espirituales de la muerte de Cristo somos
nosotros en cuanto pecadores, es Cristo Dios, pero equiparar el perdón del Corazón
Misericordioso de Cristo con el supuesto perdón de Antonio Gil con sus
supuestos ejecutores, es delirar con los ojos abiertos. Lo que intenta hacer el
autor es “canonizar in pectore” a Antonio Gil, por el solo hecho de que un
fantasmagórico “pueblo” –que no es el Pueblo de Dios, los bautizados en la
Iglesia Católica- lo considera “santo”, lo cual constituye un peligrosísimo
paso en falso que, de ser aprobado, daría lugar a posteriores “canonizaciones
populares” –por ejemplo, Difunta Correa, San La Muerte-, solo por el hecho de
que “el pueblo” así lo determina. La autoridad vertical del Magisterio, de
origen divino –Cristo es el Supremo Maestro en cuanto Sabiduría de Dios Encarnada-
es reemplazada y sustituida por una autoridad “horizontal”, de origen humano y
no divino, el tan mentado y fantasmagórico “pueblo”, supuestamente cristiano.
En
el punto cuatro se intentan refutar -sin éxito- dos de las objeciones más
frecuentes en relación a la devoción del Gauchito Gil: que “es una devoción
pagana y que “no es santo de la Iglesia Católica”.
Es
inaceptable el siguiente argumento, así como la cita al Obispo de Roma, Francisco:
“Hay quienes
desconfían de las devociones que no han sido propuestas por la jerarquía de la
Iglesia y las consideran devociones “paganas”. Generalmente, estas objeciones
no tienen en cuenta que se trata de creencias que nacen en el seno de un pueblo
cristiano, con una cultura fraguada en varios siglos de cristianismo y que es
mayormente bautizado. Como enseña el Papa Francisco en Evangelii Gaudium
(110-129) no hay que pensar “lo cristiano” como algo rígido que deba vivirse
según un único modo cultural”. Por un
lado, se debe tener en cuenta que una devoción pagana, aun cuando nazca en un “pueblo
cristiano”, no es un criterio para aceptar dicha devoción, por tratarse
precisamente de una devoción pagana. La condición de “cristiano” de un pueblo,
no asegura que esa devoción pagana sea, precisamente, cristiana, justamente
porque es pagana. Además, hay que tener en cuenta la situación
intelectual-espiritual del noventa y nueve por ciento del “pueblo cristiano” –católico-,
que es la de un desconocimiento prácticamente total de las verdades más
elementales de la fe cristiana-católica, lo cual lo hace un pueblo neo-pagano
que ha caído en el paganismo por su apostasía. Por otra parte, la cita de Bergoglio
tampoco justifica la aprobación de una devoción pagana, entre otras cosas,
porque “lo cristiano” debe vivirse como “católico” y esto no implica ningún “rigidismo”
el cual rigidismo, dicho sea de paso, parece ser usado por Bergoglio para
desacreditar lo que es verdaderamente católico y así dar paso a lo “nuevo” que,
en realidad, es el viejo paganismo.
En
el siguiente párrafo también se afirma una media verdad, para introducir una
falsedad: es verdad que el cristianismo-catolicismo encarna en diversas
culturas, pero eso no significa que la “encarnación en la cultura” introduzca
elementos paganos en la doctrina católica, como es el caso del Gauchito Gil.
La
siguiente afirmación desacredita, de un plumazo, la autoridad de la Iglesia, de
su Magisterio y de su Tradición: “Creemos que desde
este marco teológico debe interpretarse el fenómeno de la devoción al Gaucho
Gil. Se trata de un suceso que nace espontáneamente en el seno de un pueblo
pobre que vive el cristianismo según su cultura popular. Es una más de tantas
devociones populares que no han sido propuestas por la jerarquía de la Iglesia
sino que nacieron directamente del pueblo”. El hecho de que “haya nacido del
pueblo” no la convierte inmediatamente en “buena” ni “provechosa” para la
eterna salvación del alma; precisamente, la Iglesia debe vigilar y censurar
toda aquella devoción popular pagana o neo-pagana que sea contraria a su Magisterio
o que se erija en devoción popular por medio de una especie de “para-magisterio
popular”.
En
el siguiente párrafo se sostiene que la devoción al Gauchito Gil debe concedérsele
una “legítima autonomía”: “En la devoción al
Gaucho Gil puede verse cómo un pueblo reza de un modo propio, con algunos
elementos tomados de la cultura guaraní y otros de la primera evangelización,
pero conjugándolos con creatividad y expresando “su legítima autonomía” (EG
115). Sus devotos piden favores ofreciendo oraciones, velas, banderas rojas,
cintas rojas, cigarrillos, bebidas, bailes y todo tipo de objetos. Estas
ofrendas generalmente están vinculadas a promesas o pedidos muy concretos,
cosas que tienen que ver con necesidades profundamente vitales: trabajo, salud,
casa, auto, etc. Algunas de estas ofrendas tienen sus raíces en los ancestros
guaraníes. Para ellos era común dejar sobre la tumba los alimentos y la bebida
preferida del difunto. Los primeros misioneros les enseñaban que esa ofrenda
podía consumirla cualquiera que rece por el alma del difunto. Las velas
encendidas siempre han sido un modo de oración de los sencillos. También la
bandera roja flameando se vuelve profesión de fe y oración. La cinta que tocó la
imagen del santo y se lleva sobre el cuerpo tal vez esté emparentada con el uso
de los escapularios”. En la descripción que se hace del culto al Gauchito Gil, se deja de
lado el hecho de que lo que se le pide son cosas puramente materiales –dinero, éxito
mundano, bienes materiales, salud meramente corporal-, dejando de lado el hecho
de que no se le pide NADA relativo a la eterna salvación del alma; por otra
parte, los beberajes y las ofrendas –alcohol, cigarrillos, dinero, droga, etc.-
no tienen, en absoluto, nada de cristiano. La comparación de la cinta roja,
característica de la superstición del Gauchito Gil, de ninguna manera puede
compararse al sacramental católico llamado escapulario, porque en el primer
caso se lo usa para evitar la “envidia”, el “mal de ojo”, o para pedir “protección
corporal” al Gauchito Gil y no para evitar el Infierno, como es el caso del Escapulario
de la Virgen. La comparación con el Escapulario católico es un deshonesto
intento pseudo-intelectual de asemejar un elemento eminentemente católico –el Escapulario-
con un elemento eminentemente neo-pagano y anti-cristiano –la cinta roja-.
En
la siguiente afirmación se da por descontado que el Gauchito Gil es un santo
católico, aunque no cuenta con las condiciones necesarias para ser santo católico:
“Encontrar un hombre como ellos, que está junto a Dios y que vivió con la
cultura de ellos, es un camino enormemente fecundo para entrar en comunión con
el Dios que necesitan para vivir”. Entonces, ¿debemos suponer que el Gauchito Gil
está junto a Dios? Es una afirmación temeraria, sino sacrílega. Por el solo
hecho de que “el pueblo” considere que el “santo neo-pagano” esté con Dios, no
significa que lo esté, hace falta la afirmación de la Iglesia, a través de su Magisterio.
No se puede canonizar a una devoción neo-pagana, solo por el hecho de que un
pueblo excristiano, que nunca vivió su fe católica, considere que este
personaje de leyenda –el Gauchito Gil- esté con Dios, es una falta de respeto y
de consideración hacia la sabiduría bimilenaria de la Iglesia Católica.
El
siguiente párrafo, además de confirmar lo que un sacerdote de a pie constata
diariamente en su tarea sacerdotal –que la devoción al Gauchito Gil está íntimamente
ligada a la devoción a otro ídolo demoníaco, llamado en Argentina “San La Muerte”
y en México “Santa Muerte”-, es un increíble intento de justificar lo malo por
el solo hecho de provenir de un “microclima” como la cárcel, para hacerlo pasar
por “bueno”: “Hay también quienes desconfían de la
devoción al Gaucho Gil porque al parecer es muy popular entre los delincuentes
y porque algunos lo relacionan con el culto a “San La Muerte”. Esto merecería
un estudio sociológico que nos ayude a entenderlo mejor desde sus causas. Lo
que podemos decir aquí es que no podemos sorprendernos de que los malhechores,
a pesar del género de vida que llevan, tengan su fe. Dios, aun en el peor
asesino ve un hijo amado, y le ofrece caminos para que vuelva. En el ambiente
forzosamente cerrado de las cárceles, desde el flagelo que allí se vive, se
genera una subcultura –que algunos llaman tumbera- que tiene sus elementos
religiosos. Devociones como las de San Jorge, el Gauchito o San La Muerte
pueden ser usadas en ese microclima tanto para el bien como para el mal”. No se
puede ser tan ingenuo o tan malintencionado: ¿cómo se puede justificar,
siquiera mínimamente, la devoción a un ídolo demoníaco como es “San La Muerte”?
No hay nada más diabólico, satánico y anti-cristiano que esta devoción a San La
Muerte, ¿y se la justifica porque viene del “microclima” de la cárcel? ¿Qué hay
de bueno en el culto al Diablo? La honestidad intelectual nos lleva a decir que
absolutamente NADA BUENO hay en la devoción a los ídolos neo-paganos y demoníacos
Gauchito Gil y San La Muerte, los cuales deben ser combatidos y rechazados si
es que se quiere conservar una fe católica en su pureza, inherente a esta misma
fe.
En
la respuesta a la objeción 2, “el Gauchito Gil no es santo de la Iglesia”, se
continúa con la ambigüedad de los conceptos y de las afirmaciones, para
justificar lo injustificable: “En los primeros
siglos de cristianismo era la piedad del pueblo cristiano quien decidía a quien
se veneraba. Los elementos que se conjugaban para que un santo sea elevado a
los altares eran: su martirio, sus milagros y la veneración que le daban”. Se omite
decir que, por un lado, si se toma el criterio de los primeros siglos del
cristianismo para la canonización y se deja de lado el actual, eso significa un
retroceso espiritual-intelectual de casi quince siglos. Por otra parte, se
omite decir que la devoción de los cristianos, que conducía a una persona
concreta de la historia a los altares, es el hecho de que toda su vida estaba
orientada al Hombre-Dios Jesucristo. Y si consideramos los milagros, no está
atestiguado ningún milagro por parte de Antonio Gil, porque toda su historia se
basa en leyendas.
El
ejemplo que se toma de la canonización de Santa Hildegarda de Bingen, en vez de
confirmar la falsa hipótesis de la “canonización popular”, la demuele, desde el
momento en que demuestra lo que afirmamos anteriormente: la vida y los milagros
de los santos conducen al Hombre-Dios Jesucristo, algo que no sucede de ninguna
manera en el Gauchito Gil.
En
la siguiente frase, en la que se dice que “no es forzado” pensar que algunos
santos del catolicismo surgieron como el caso de Antonio Gil, debemos decir lo
contrario: es absolutamente forzado y fuera de contexto equiparar los
verdaderos santos católicos con la devoción neo-pagana del Gauchito Gil:
“no es forzado suponer que, en el caso de algunos santos de los primeros siglos
del cristianismo que aún veneramos, su devoción pudo haber nacido de un modo
similar al que se da hoy en día en torno al Gaucho Gil”.
En
el siguiente párrafo se admite la dificultad –seria y grave- de demostrar la
historicidad, la autenticidad, la veracidad y –lo más importante- su relación
con el misterio salvífico del Hombre-Dios Jesucristo, lo cual tira por tierra
todo intento de “canonización popular” de esta devoción neo-pagana:
“También hay que decir que en este caso serían muchas las dificultades que
tendría que atravesar un hipotético proceso de canonización. Una de las
primeras sería demostrar su historicidad. En la primera parte de este artículo
intentábamos explicar que una creencia popular puede ser un medio por el que
Dios santifica al pueblo más allá de la veracidad de los orígenes históricos
del relato. Aun así, en la historia que nos toca, si bien puede haber elementos
legendarios, no es descabellado pensar que tiene algún sustento de historicidad”.
Entonces,
¿pretendemos canonizar a una leyenda, por el solo supuesto hecho de que existió
y de que probablemente realizó algún milagro y que no está conectada con el
misterio salvífico de Cristo? ¿Qué clase de “santo” sería este? La respuesta es
obvia: no sería, de ninguna manera, un santo, sino un demonio.
La
Conclusión, al final, comienza, paradójicamente, con una afirmación falsa:
“Como vimos, en esta devoción popular son muchos los elementos genuinamente
cristianos”. Al revés de lo que dice esta afirmación, es casi imposible encontrar “elementos
genuinamente cristianos”. La presencia de la cruz no justifica la devoción ni
su conexión de la persona histórica de Antonio Gil –si es que existió- con el
misterio de Cristo Jesús: si se colocó una cruz en el lugar en el que
supuestamente murió, es porque, desde Cristo, se colocan cruces en las
sepulturas, pero esto no asegura la santidad de quien está sepultado en el
lugar donde se colocó la cruz. Por otra parte, en la imagenología del Gauchito Gil,
este, lejos de arrodillarse ante la Cruz de Cristo, le da la espalda. Así como
el Demonio da la espalda a la gracia santificante que proviene de la Santa Cruz.
Todo
lo que sigue no es más que mera imaginación del autor del artículo:
“Es una historia de libertad, martirio y perdón que está calando cada vez más
hondo en el corazón de nuestro pueblo, especialmente entre los pobres y
marginados. Son muchos los que a través de esta devoción sienten cada día sus
vidas envueltas por el amor misericordioso de Dios. Es de una intensidad
difícil de describir la confianza que muchos de sus devotos tienen en el poder
de intercesión de Antonio Gil. Quien se decida a poner un oído en el pueblo
devoto de este “santo popular”, escuchará historias de fe hecha vida pocas
veces oídas con santos más tradicionales”. No es una historia, es una leyenda; no hay
libertad, porque no hay relación con Cristo, Verdad Suprema y Absoluta del Padre
y el Único que concede la verdadera libertad –“La Verdad os hará libres”-, ni
martirio –no muere en nombre de Cristo ni confesando la fe en Cristo-, ni perdón
–las supuestas palabras dirigidas a su verdugo son solo eso, supuestas
palabras, en las que no hay un perdón cristiano, es decir, un perdón en nombre
de Cristo, el único perdón válido. Y la verdad es que, quien escucha las
historias relacionadas con este “santo popular”, encuentra de todo, menos a Dios;
encuentra oscuridad espiritual, ignorancia de la fe católica, rechazo de Cristo
y su Evangelio.
La
siguiente cita de Francisco pretende legitimar la leyenda del ídolo neo-pagano Gauchito
Gil, al considerar implícitamente, a quien cree en los santos verdaderamente
católicos, como personas “encerradas y cómodas en sus propias seguridades”, al
tiempo que da por válido el creer en leyendas supersticiosas, solo porque es la
contraparte de quienes desean vivir una fe católica segura y no contaminar su fe
católica con devociones neo-paganas: “Digamos para
terminar, que ofrecemos estas breves reflexiones a la luz del llamado que nos
hace el Papa Francisco en Evangelii Gaudium de emprender un camino de
conversión pastoral en la Iglesia. Nos invita a salir sin miedos que nos
paralicen: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la
calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de
aferrarse a las propias seguridades” (EG 49). Preferimos el riesgo de
equivocarnos en la valoración de este fenómeno a permanecer indiferentes ante
un hecho de fe con el que se siente identificado gran parte de nuestro pueblo
pobre y sufrido”. ¿Acaso el que sale a misionar, casa por casa, con santos aprobados por
la Iglesia, está “encerrado”? La frase citada de Evangelii Gaudium, tiene la
intención de atribuir malicia –comodidad, pereza, inacción- a quien quiere
vivir la auténtica fe católica, mientras que, al mismo tiempo, exalta y ensalza
a quien “se arriesga” a creer en una leyenda supersticiosa, sin elemento católico
alguno.
Para
finalizar, también es desacertada la siguiente cita de Francisco:
“La actitud con la que intentamos acercarnos a esta expresión de fe popular
bien puede ser la que describe el Papa cuando dice: “para entender esta realidad
hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar
sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos
apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos,
especialmente en sus pobres” (Evangelii Gaudium 125)”. No hay que olvidar que el Buen Pastor
es también el Juez Supremo que SÍ JUZGA y su juicio es irrevocable, tanto en el
Juicio Particular, como en el Juicio del Día Final, cuando apartará a los que
se salven ,de los que se condenen: “Venid a Mí, benditos de mi Padre (…) Apartaos
de Mí, malditos, al fuego eterno” (Mt 25, 41-46)-. Por último, ¿se puede tener “connaturalidad
afectiva” con el culto a una leyenda –el Gauchito Gil- y con el culto al Demonio
–la Santa Muerte? Es obvio que no.
Padre
Álvaro Sánchez Rueda
03
de Junio de 2022
Memoria
de San Carlos Lwanga y compañeros mártires.
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