Mientras el Occidente progre se rasga las vestiduras por el reality show en el Capitolio, China se prepara para dar el sorpasso a EEUU e imponer su capitalismo rojo. Todos distraídos, con la marcha de Trump, o la nevada del siglo, mientras Xi Jinping, el Hitler amarillo, mueve sus fichas en el ajedrez internacional. 2021 puede ser su año.
Por Alfonso Basallo -11/01/2021
Xi Jingping ha ganado la guerra del Covid… y ahora se prepara para la carrera por el podio mundial. Todo indica que 2021 va a ser el año de China, la potencia que está aprovechando la crisis de Occidente en general y de Estados Unidos en particular, para alzarse con la hegemonía económica y quizá algo más. Hay, al menos, siete razones para temer al gigante amarillo.
1.- Es el gran beneficiado de la pandemia
La economía de China crecerá en 2021 un 8’2%, frente al 5,2% de la Eurozona o el 2,8% de EEUU, según el Fondo Monetario Internacional. Y en 2025, el PIB chino estará incrementándose a un ritmo del 5,5%, mientras que el de EEUU será del 2,2%.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Sin entrar a juzgar si el origen de la gran crisis fue o no un virus chino -nada es descartable-, está claro que el gigante asiático ha sido el gran beneficiado de la pandemia. Las exportaciones chinas a EE.UU. han alcanzado niveles récord a pesar de los altos aranceles impuestos por Trump.
Y diversos analistas creen que, con este espaldarazo, la República Popular podría superar a Norteamérica como la economía más grande del mundo en 2030, y no en 2040 o en 2050, como se viene prediciendo.
Eso no significa hegemonía militar ni cultural. Los grandes imperios se definen no sólo por el dinero sino, sobre todo, por los valores ideológicos y culturales. Roma uniformizó el mundo conocido por los acueductos y las legiones, pero también por el latín. Y los dos últimos imperios que hemos tenido (el británico y el estadounidense) lo son, en buena medida, porque han impuesto su estilo de vida, comenzando por la lengua -el inglés- y siguiendo por el deporte -fútbol-, la comida -hamburguesas-, y el ocio -Hollywood-.
No parece que China vaya a señorear culturalmente el mundo. Será por tanto solo un imperio económico y quizá no en solitario. El politólogo Fareed Zakaria comparaba el escenario internacional con una cancha de tenis, en su ensayo El futuro de la libertad, y sostenía que en el siglo XXI habrá no uno sino varios jugadores, a diferencia de épocas pasadas.
2.- El peligro y la eficacia del capitalismo rojo
El pragmatismo se impuso en los años 80 cuando el dirigente Deng Xiao Ping aplicó el viejo proverbio «Gato blanco o gato negro, da igual; lo importante es que cace ratones«‘. El marxismo chino no le hacía asco al mercado, y el propio Deng proclamó que “enriquecerse es glorioso”. Treinta años después, el PIB de la República Popular ha crecido hasta los 13,7 billones de dólares y la renta per cápita se ha situado en los 9.800 dólares. En ese tiempo, ha multiplicado ambos indicadores por 38 y por 30, respectivamente.
Todo ello, por supuesto, bajo férreo control político. No es nuestro capitalismo, sino un modelo mixto de «capitalismo de Estado» dentro de un sistema de partido único, con un tejido económico fuertemente intervenido. El Partido Comunista limita el poder de las grandes empresas privadas a través de regulaciones restrictivas que afectan tanto a su tamaño como a sus actividades.
Eso significa que conviven en un mismo país los millonarios de Shanghai y los campesinos que pasan hambre en los arrozales. Las desigualdades persisten, aunque la pobreza extrema se ha reducido en las últimas décadas. China tiene actualmente 113 zonas urbanas de más de un millón de habitantes, frente a 114 zonas de EEUU y la UE, tomadas de forma conjunta.
Ese sistema que deslumbra ahora al declinante Occidente y que atrae inversores se basa en un poder central eficaz por indiscutido; en una mano de obra numerosa y barata -es decir, esclava-; y en la ausencia de contrapesos políticos. Conviene recordarlo.
3.- Xi Jinping, el Mao del siglo XXI
Xi Jinping, presidente de la República Popular desde 2013, pretende aprovecharse del cóctel (capitalismo y rojo) para gobernar como Mao y desempolvar el culto a la personalidad, al estilo del Gran Timonel. Lo cuenta Julio Aramberri en el libro La China de Xi Jingpin. Señala que tras la matanza de Tiananmen (1989) los comunistas establecieron «un sangriento contrato de adhesión por el cual una mayoría de chinos consentía el monopolio gubernamental del PCC a cambio de un aumento progresivo de su nivel de vida».
Y eso es lo que hace Xi: impulso económico y férreo control. Le obsesiona -apunta Aramberri- pasar a la historia como Gorbachov, un blandito ideológico. Y no quiere para la China del siglo XXI, lo que le ocurrió a la URSS de 1989.
Eso explica que haya extremado su perfil totalitario.
La República Popular ejecuta al año a más personas que todos los demás países del mundo juntos
4.- Ejecuciones masivas, campos de reeducación
Se suele olvidar en Occidente que la República Popular ejecuta al año a más personas que todos los demás países del mundo juntos. Unas dos mil personas, según la Fundación Dui Hua. Naturalmente los tribunales están en manos de quienes están y su Código Penal incluye en la pena de muerte hasta 46 delitos.
China es, además, el país del mundo con el mayor número de presos políticos: 42.947. Se incluye la práctica de la religión: muchos cristianos acaban en la cárcel o en campos de reeducación similares a los de la Revolución Cultural de Mao. Si eres cristiano o te unes a la Iglesia Patriótica -controlada por el Partido- o te arriesgas al calabozo.
Por no hablar de la persecución contra las poblaciones uigur, kazaja, tibetana o de etnia musulmana.
5.- Inteligencia artificial para cazar disidentes
China sigue siendo tan dictadura como antes. La muerte civil (e incluso física) del disidente no es muy diferente de la del maoísmo; y la censura sigue siendo moneda corriente, reforzada ahora por el Big Brother tecnológico.
Según The Atlantic Xi Jinping quiere usar inteligencia artificial para construir un sistema digital de control social, patrullado por algoritmos precognitivos que identifican a los disidentes en tiempo real. Le ha venido de perillas la crisis del Covid. El sistema procesará millones de datos asociados a la imagen recogida por las cámaras, recopilando información sobre los ciudadanos, de forma que podrá detectar a cualquier sospechoso de pensar algo distinto de lo que el Partido disponga.
Por descontado que no existe prensa libre en China, pero además Facebook, Google y Twitter están también bajo el yugo de la censura. Y en su índice de libros prohibidos figuran, no por casualidad, 1984 y Rebelión en la granja, de George Orwell.
Actualmente se gradúan en sus universidades ocho millones de estudiantes, cifra que duplica la de EEUU
6.- Dos armas de futuro: demografía y educación
El gran activo de China son… los chinos. Nada menos que 1.400 millones de habitantes. Es verdad que ha comenzado un declive demográfico al descender el número de hijos, pero todavía supera a la India en 100 millones de habitantes -y a Africa en 200 millones-, por lo que sigue siendo el país más poblado del mundo.
Y Xi Jinping aspira a competir con Occidente con la apuesta por la educación. Anualmente se gradúan en sus universidades ocho millones de estudiantes, cifra que duplica la de EEUU y multiplica casi por diez la de China en 1997. Es cuestión de tiempo que Pekín termine encabezando el número de graduados en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, y Matemáticas) del mundo, según The Economist Intelligence Unit. Una apuesta por el talento en un sector estratégico como el tecnológico.
Pekín ha hecho, además, una gran inversión en universidades de élite, fichando a miles de profesores extranjeros. Está empeñado en librar una batalla decisiva: la batalla de las tesis doctorales y de los proyectos de investigación. Lo que a la larga significa no solo prestigio académico, sino también competitividad frente a Occidente.
7.- Colonialismo del imperio amarillo
Mientras las series de televisión echan pestes del colonialismo europeo, el #Blacklivesmatter derriba estatuas de descubridores y los gobernantes occidentales piden perdón por haber llevado la civilización al Tercer Mundo, Pekín se dispone a tomar el relevo de los imperios británico, francés o soviético -con sus colonias en Europa del Este-. Usa las ayudas económicas como caballo de Troya para infiltrarse en áreas estratégicas de Iberoamérica o África y por supuesto Asia-Pacífico. Lleva décadas trabajando en este sentido. En África, tiene invertidos más de 300.000 millones de dólares. Y es el mayor socio comercial de 124 países, 57 de los cuales pertenecen al Asian Infrastructure Investment Bank, desde donde se prepara la Nueva Ruta de la Seda: el gran proyecto de Pekín para el siglo XXI.
Además, ha logrado esquivar el bloqueo tecnológico de Norteamérica, invirtiendo cuantiosas sumas en compañías tecnológicas europeas (la inversión directa china en Europa ha crecido un 2.200% en seis años).
Cuenta para extender su imperio con un arma poderosa: las reservas monetarias. Dispone de un superávit de comercio exterior que le confiere una gran capacidad de maniobra. Le ha permitido, por poner un ejemplo significativo, sellar un importante tratado comercial con Irán con el que Pekín se hace con toda la infraestructura político-militar del país de los ayatolás en Oriente Medio. Eso significa influencia en un teatro de operaciones que necesita inversiones financieras, con zonas tan golosas como Siria.
(https://www.actuall.com/democracia/siete-razones-por-las-que-debemos-temer-a-la-china-de-xi-jinping/?fbclid=IwAR2SK4cjmFdgWI-MrhlIuwjciGShChnIi0bb46KFmbxsHX_kYWHsrmXvRAE)
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