Recep Tayyip Erdogan ha firmado esta tarde el retorno al culto musulmán de la antigua basílica de Santa Sofía. Lo ha hecho apenas una hora después del dictamen judicial que anulaba su conversión en museo, en 1934. Ahora, el sueño de muchos musulmanes turcos, de volver a prostrarse en dirección a La Meca en el interior de Santa Sofía, está a la vuelta de la esquina. La pesadilla de muchos griegos, también.
El Consejo de Estado, órgano judicial de última instancia en Turquía, anulaba a las cuatro de la tarde la transformación en museo del monumento, impulsada por Kemal Atatürk, cuando llevaba 480 años funcionando como mezquita, tras haber sido levantada como basílica cristiana por el emperador Justiniano, hace casi 1500 años.
Los magistrados recogen la petición de una asociación privada, aunque lo que subyace es la promesa electoral de los islamodemócratas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de devolver el templo al culto musulmán. El Consejo de Estado abona su punto de vista de que el edificio es una mezquita “por derecho de conquista de Mehmet II, que la legó al estado como tal”.
El dictamen ha dejado la pelota en el tejado del gobierno turco y hoy mismo, a las 20.53 –en una aparente alusión al año de la Caída de Estambul, 1453- se espera una declaración solemne del presidente, Recep Tayyip Erdogan, justificando la cesión del templo a Diyanet, la fundación religiosa estatal a la que está sometido el islam turco. La decisión levantará ampollas en Grecia –que habla de “provocación”- y en el resto del mundo cristiano, singularmente entre los rusos y otros ortodoxos. No por casualidad, la decisión se toma cuando las relaciones con Grecia y la República de Chipre atraviesan un pésimo momento, al hilo de las exploraciones turcas de gas en aguas chipriotas. Asimismo, Turquía y Rusia están en trincheras opuestas en Siria y Libia. Y la UE parece cada vez más lejana.
Ayer mismo, un debate sobre Turquía en el Europarlamento llevó al jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, a afear a algunos diputados que parecía que “en cualquier momento iba a aparecer el Papa V. Yo no soy Chamberlain (en alusión al apaciguamiento de Hitler), pero tampoco esperen que sea Juan de Austria”, dijo en referencia a la Batalla de Lepanto. En Turquía, en cambio, la historia otomana es todavía un instrumento de movilización política.
En realidad, cientos de iglesias griegas y armenias de Estambul han sido transformadas en mezquitas o han desaparecido desde el siglo XV. Actualmente, pueden contarse con los dedos de una mano las iglesias ortodoxas abiertas en la ciudad que sigue siendo sede del Patriarcado Griego. Erdogan ya creó un precedente, al devolver al culto musulmán el museo de Nicea que había sido basílica de uno de los primeros concilios cristianos. Pero volver a alfombrar el que fuera mayor templo de la cristiandad durante casi mil años es otra cosa.
Aunque sería erróneo pensar que solo los turcos religiosos celebran la reconversión. Los parlamentarios del gobierno han irrumpido hoy en aplausos. Pero la oposición laicista nunca ha dicho esta boca es mía. Algunos esperan poder rezar y mucho más poder entrar gratis. Mientras que el estado perderá decenas de millones de euros en entradas.
La conversión en museo permitió en su día, al levantar las alfombras, descubrir uno de los mayores atractivos del templo. Su fastuoso pavimento de mármoles policromados, a menudo procedente de templos áun más antiguos de todo el Imperio Bizantino. En segundo lugar, descubrir también toda la imaginería cristiana que había sobrevivido en forma de mosaicos y murales. Dicha representanción de figuras humanas –divinas o no- está absolutamente prohibida en el islam, como en el judaísmo.
Por todo ello, la UNESCO ha advertido al gobierno turco contra cualquier movimiento precipitado, horas antes del dictamen. La organización cultural de las Naciones Unidas ha recordado a Ankara la obligación de ser notificada sobre cualquier cambio que afecte al monumento, patrimonio de la humanidad.
Erdogan creció en el barrio modesto de Kasimpasha, al otro lado del cuerno de oro, divisando las cúpulas de Santa Sofía y de las grandes mezquitas otomanas. Desde hace seis años, su campaña sobre Santa Sofía ha ido ganando tono y ya ha habido alguna recitación del Corán en su interior y llamamientos a la oración desde sus alminares otomanos. Hoy, cree haber asegurado su lugar en la historia.
El gobierno turco repite por active y por pasiva que el uso de Santa Sofía solo compete a su soberanía. Algo que a medio plazo podría debilitar sus propias exigencia acerca de los lugares sagrados del islam en Jerusalén, otro de los caballos de batalla preferidos de Erdogan. Sin embargo, en mitad de la devastación económica producto de la pandemia, las satisfacciones simbólicas son, si no lo único, si lo más barato que puede ofrecer a sus votantes. El precio internacional a pagar, está por ver. Aunque si un gesto puede simbolizar un adios a Europa, es este.
Por ultimo, el bizantinista Daniel Duran Duelt aporta el punto de quien es “conservacionista pero ateo”. “No me preocupa que revierta al culto, en este caso islámico, sino lo que puede suponer para su conservación. El museo permitía la convivencia de elementos cristianos y musulmanes y una lectura a lo largo de los siglos. Me preocupa que este discurso museográfico sea sustituido por un delirio historiográfico y su uso como arma política, de falsa “reotomanización, que en realidad es creación de historia de Turquía”.
https://www.lavanguardia.com/interna...-mezquita.html
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