Una espiritualidad egocéntrica y de menor compromiso.
El decaimiento de las religiones, especialmente la cristiana y católica, no significa que occidente se esté desespiritualizando y volviendo más materialista, por el contrario, están emergiendo formas de espiritualidad más libres y de menos compromiso.
Las manifestaciones espirituales que tienen éxito son las que cumplen con tres requisitos. Primero, relacionarse individualmente con lo divino, ni en grupo ni en comunidad, y referenciarse directamente uno mismo, obviando pedir intercesión por otras personas. Segundo, que el ser espiritual al que uno se refiera no le exija ningún cambio o le pida reformar su vida, o sea un ser que le acepte sus apetitos tal cual son, que no esté dispuesto a castigar si no le hacemos caso, y que nos de abundancia de gracias. Y tercero, aunque no siempre sea necesario, es más atractivo que maneje elementos ocultos, que le den la sensación a la persona que es un iniciado.
Por lo tanto el giro es hacia una espiritualidad flexible dogmáticamente, esotérica, de poco compromiso y básicamente egocéntrica, en la que cada uno parece mezclar los ingredientes que le vienen mejor.
Al respecto ofrecemos comentarios de dos sacerdotes. El uruguayo Miguel Pastorino habla de la New Age como un compendio de religiones orientales con otros ingredientes a gusto de cada consumidor. Y el español Julio de la Vega-Hazas Ramírez nos habla del hinduismo light a la carta, que incluso está creciendo en la India por razones de mercado.
LA NEW AGE: UNA ESPIRITUALIDAD A GUSTO DEL CONSUMIDOR
Cuando la propuesta espiritual no es cristiana, es recibida en las sociedades occidentales con mayor ingenuidad y simpatía. En este contexto nos encontramos con un fuerte deseo de recuperar lo pagano precristiano (celtas en Europa, chamanes en América, etc), mirado con no poca credulidad.
Se hace sentir el atractivo de las religiones orientales, porque parecen más flexibles dogmáticamente, teñidas de aspectos místicos, de profundización, de búsqueda personal, respetuosas del misterio inefable, y favorecedoras de la experiencia interior.
Por otra parte, la mentalidad consumista invade la religión. También “lo divino” es volcado al mercado en útiles envases descartables. Los urgidos clientes, deseosos de refrescantes dosis para el alma, van abrazando sucesivamente una y otra técnica espiritual, o varias a la vez, con la mente y el bolsillo fijos en su eficacia. Un floreciente y múltiple negocio se ha erigido entre nosotros, pródigo en fantasías, donde se multiplican nuevos grupos sectarios y movimientos pseudorreligiosos con apariencia empresarial… ¿O empresas con apariencia religiosa? En lugar de vernos enriquecidos con la diversidad e identidad de cada una de las religiones, en lugar de preservar su historia y tradición, el mercado religioso va demoliéndolas una por una, disolviéndolas y transformándolas en una única espiritualidad cósmica, sin límites ni configuraciones definidas.
En este ambiente ha emergido con mucha fuerza la corriente neognóstica de la que participan miles de autores de novelas y libros pseudoespirituales, conocida como “Nueva Era”, en la que cada cual se siente libre de incorporar a su personal credo aquellas vivencias, prácticas y ofertas que considere convenientes, ya sin yugo, ya sin censores, ya sin instituciones ni mediaciones que se interpongan en el camino. La “Nueva Era” no acepta ninguna verdad que esté fuera del ámbito de la propia experiencia. Una libertad que deriva en el dogmatismo de la pura subjetividad: lo que a mí me gusta, lo que yo siento… porque a mí me gusta, porque yo lo siento así. Mera intimidad de sensaciones placenteras. Una “espiritualidad” que no sólo no une, sino que nos aleja cada vez más a unos de otros, que nos va encerrando a cada cual en un recóndito y esotérico ego, donde ya no hay lugar para el “molesto prójimo”. Una espiritualidad acorde a la mentalidad consumista donde no queda tiempo para mirar al otro, tan solo satisfacer la propia necesidad de bienestar espiritual y psicofísico.
Se multiplican bajo este talante, toda clase de libros y artículos de dudosos autores sobre temas sibilinos y gnósticos, evangelios apócrifos manipulados, conocimientos secretos supuestamente “ocultados” por la Iglesia Católica, adivinación, control mental, piramidología, chamanes, turismo astral, cábala, ufología, radiestesia, etc. Y así se van repletando los anaqueles de librerías y las góndolas de supermercados con toneladas de sus publicaciones.
La práctica del channeling (canalización) forma parte del abigarrado y pintoresco panorama de la Nueva Era. Es una versión moderna del espiritismo en que, por medio de ciertas “técnicas” se invocan espíritus de difuntos, así como también de ángeles, extraterrestres y “seres de luz” (?). Volúmenes de amplia difusión, como Un curso de milagros, o el Libro de Urantia son fruto de locuaces voces del más allá, que peroran desde el otro mundo. ¿Acaso se trata de ediciones postmortem?
Los adeptos a la Nueva Era pretenden abrir sus mentes generosamente a numerosos “maestros espirituales” o “ascendidos”, guías de la humanidad, que les dictarían en su conciencia lo que han de hacer, pensar y sentir, de tal manera que cada uno apela a su “maestro” o “ángel” para justificar sus acciones o decisiones irracionales. Estos “maestros ascendidos”, avatares, son hermanados y yuxtapuestos unos a otros en una perpleja y solidaria enumeración: Enoc, Elías, Moisés, Paracelso, Pitágoras, Confucio, Jesús, Hermes Trismégisto, Buda, Nichiren, Mahoma, Krishna, Melquisedec, Maitreya, El Rey Arturo, Minerva, Nabucodonosor, San Juan Bautista, Eliphas Lévi, Sanat Kumara, El Arcángel Miguel, M. Eckhart, La Virgen de Fátima, El Conde de Saint Germain… y también algún capitán extraterrestre. Todos ellos serían manifestaciones del único “cristo cósmico”.
Como se habrán dado cuenta, en el terreno espiritual de la “New Age” cabe todo tipo de siembra, y cualquiera es sembrador.
El mismo san Pablo advierte a los primeros cristianos: “…Porque vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados por sus propios deseos, se rodearán de multitud de maestros que les dirán palabras halagadoras, apartarán los oídos de la verdad y los desviarán hacia las fábulas”. (2 Tim 4,3-4)
LA MODA DEL HINDUISMO LIGHT A LA CARTA
En los años 60, a raíz de la independencia de la India y la traumática separación de Pakistán, hubo un verdadero revival religioso en la India. La corriente llegó a Occidente, dejando el recuerdo de los llamados Hare Krishna canturreando por las calles, o de carteles de personajes como Maharishi (Meditación Trascendental) o Rajneesh –ahora conocido como Osho– invitando a apuntarse a sus cursos de meditación.
Hoy todo aquello se ha transformado bastante. Los llamados ashrams, que entonces eran unas comunidades semimonásticas donde se vivía –o se pretendía vivir, según los casos– una vida austera de separación del mundo y meditación, se han convertido en acogedores hoteles que dan cursos de meditación y yoga. La oferta puede ser más compleja, incluyendo cosas como masajes y tratamientos médicos que al menos en un caso llegan a la radioterapia. Están repartidos por toda India, y los mejor instalados son parte de la oferta turística del país. Su principal clientela, de todas formas, no son los extranjeros, sino la clase media india que crece con pujanza a causa del desarrollo económico, y que vive con la misma agitación que la occidental. Por supuesto, los grupos más conocidos en Occidente tienen su moderno ashram, y figuran entre los más lujosos: ISKCON (el Hare Krishna) en Vrindavan (el principal, pues tiene varios), Osho en Puna, Meditación Trascendental en Rishikesh, y el más reciente Arte de Vivir del llamado –siempre se trata de pseudónimos laudatorios– Sri Sri Ravi Shankar se ha instalado en las afueras de la ciudad más tecnológica y prometedora de la actual India, Bangalore.
La gran mayoría de la clientela de estos establecimientos busca paz, sosiego interior y claves para resolver sus problemas personales donde se oferta y creen poder hallarla dentro de su tradición religiosa, el hinduismo. Pero el planteamiento mismo ya deja ver que, a pesar del cuidado decorado y la imagen de profesionalidad con que se anuncian, el producto, religiosamente hablando, es una devaluación. El auténtico yoga es un ascetismo que requiere toda una vida para alcanzar su meta, y no una mezcla de gimnasia y relajación física y mental que endereza un espíritu perdido en el stress de la vida moderna. Y la “conciencia cósmica” para un hindú que tome en serio su religión no es algo que se consiga en un cursillo de quince días. Esto es algo que no pasa inadvertido en la India, y no faltan críticas al respecto. Pero da igual, es una cuestión de mercado: también allí hay una fuerte demanda de lo que podríamos llamar religión light o descafeinada, y la oferta no se hace esperar. Claro está que siempre hay alguien que busca algo más auténtico, y también les hace falta a estas organizaciones, pues de ahí reclutan a su personal.
Es importante conocer esto para poder entender su proyección en Occidente. Aquí existe una demanda mayor si cabe de tranquilizantes de conciencia para quienes no quieren comprometerse en serio con una religión. Y esta oferta oriental parece encajar muy bien con sus demandas. Se pueden advertir tres niveles en los que se pone en contacto esta demanda y la correspondiente oferta en nuestro mundo, aunque no deben tomarse como una rígida división, pues la realidad aquí es muy compleja.
Encontramos en primer lugar las organizaciones de corte abiertamente hindú, con su gurú al frente (las principales ya se han mencionado arriba). Sin embargo, salvo para quien lo pida expresamente, aseguran que lo que ofertan no es hinduismo, sino algo compatible con cualquier creencia. Venden el yoga como una mera técnica para sentirse bien y deshacerse del stress –los “cursos de respiración” del Arte de Vivir son en la actualidad el ejemplo más típico–. Se presentan como expertos en psicología –Osho es aquí el mejor ejemplo–, o como oferta de una vaga espiritualidad. El cebo en este caso es fácil de entender: espiritualidad sin religión suena a producto atractivo para quienes buscan, y a ser posible de manera rápida aplicando una técnica, los efectos beneficiosos de la religión –conciencia en paz sobre todo– pero sin religión. En realidad, dentro de esas organizaciones se sabe perfectamente que lo que dan es lo mismo que en la India pero aún más diluido. Dependiendo de la demanda, ahí se queda todo o dan algún paso más; por supuesto, las estancias en sus ashrams indios van siempre incluidas en la oferta.
En el segundo nivel encontramos otras organizaciones, normalmente más modestas e igualmente procedentes de Oriente, cuyo ropaje ha dejado de ser el propio pues se presentan con un aspecto occidentalizado. Ofrecen básicamente lo mismo, pero sin que aparezcan vocablos como “meditación”, “espiritualidad” o “yoga”, aunque entre su parafernalia no falte alguna cita de santones religiosos orientales, mezcladas con otras de distinta procedencia. Aquí el disfraz es más del tipo New Age: Se ofertan cursos “de potencial humano”, se presentan como una especie denaturalismo que promete sacar de lo profundo de uno mismo las claves parael sosiego, la felicidad o el perfecto control de sí mismo y las relaciones con el prójimo. Evidentemente, quienes propagan estas cosas saben de dónde las han sacado. Es posible que ellos mismos contemplen el hinduismo como una religión naturalista, pero es imposible que ignoren que es una religión. Disimularlo no es más que una táctica para abrirse paso en el mercado.
El tercer nivel lo forman personas singulares, la mayoría occidentales. Lo que venden son libros y conferencias (y sus derivados: DVDs, folletos, etc.). Las ideas siguen siendo las mismas, pero la terminología es completamente occidental, pero aquí se presentan sobre todo como sistemas de autoayuda. Puede que busquen la imagen de un sabio académico, o puede que se prefiera la de un genio independiente –la primera da más autoridad, la segunda casa mejor con la autoayuda–, pero en todo caso no pasan de ser una especie de nuevo gnosticismo con ideas prestadas, por mucho que se quiera ocultar esto último.
Es fácil comprobar que conforme hemos ido bajando de nivel, aumenta el grado de disfraz. Lo cierto es que tampoco importa demasiado, porque en todo caso lo que encontramos en este sector son sucedáneos de religión más que religión propiamente dicha, algo, que, como la Historia demuestra, prolifera en sociedades en las que es frecuente la aversión o el miedo a enfrentarse con lo auténtico, a ponerse frente a Dios.
Fuentes: Religión en Libertad, Ries, Signos de estos Tiempos
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