Reproducimos a continuación un artículo sobre la pervivencia actual del espiritismo y un juicio crítico desde la fe cristiana, firmado por el sacerdote Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y publicado en el blog que dirige esta institución en el portal InfoCatólica.
Había dejado pendiente, desde tiempo atrás, un comentario en torno al espiritismo, después de hacer la crítica de los programas que se han emitido en España protagonizados por una médium y sus supuestos contactos con los difuntos cercanos a los invitados al plató. Durante este tiempo han pasado dos cosas principales. La primera ha sido la gira de Anne Germain por España, haciendo su show esotérico en varias ciudades, donde las salas se han llenado de personas con un gran interés en saber algo de sus seres queridos que han muerto. Digo “gran interés” porque no creo que muchos hayan asistido por simple curiosidad, vistos los precios del espectáculo. Lo que sí es seguro es que no sólo se han llenado los lugares elegidos, sino también los bolsillos de algunos. El componente económico, como puede sospecharse, no deja de tener su importancia. Esta pequeña “inmigración” de la médium a España le ha reportado sus beneficios.
La segunda novedad a comentar –y que se ha entrecruzado en el tiempo con la primera– es la publicación por parte de un diario nacional de algunos documentos que se usaban en el programa, lo que ha provocado su cierre. ¿De qué documentos se trataba? De unos interesantes informes, redactados en inglés, en los que se le proporcionaba a Anne Germain detalles de la vida y la familia de los famosos invitados a “Más allá de la vida”. El Mundo publicó algunos de ellos el pasado mes de noviembre, y con esto se hizo patente lo que muchos sospechábamos, y lo que desgraciadamente es tan común en el mundo de la televisión: todo era un montaje. La inglesa obtenía los datos de los difuntos de lo que le habían escrito. ¿Y qué pasaba con la gente normal y corriente que acudía al plató? Pues que la recogida de datos y los micrófonos y cámaras repartidos por el plató hacían el resto del trabajo de “investigación”.
Descubierta la trama, se ha dejado de emitir el programa, y ya está. Es una pena que haya tenido que destaparse esto de forma escandalosa para poner fin a un espectáculo de tales características. Es una pena que se haya jugado con algo tan serio como la muerte para conseguir audiencia y dinero, que es de lo que se trata en el fondo. Es una pena que haya desfilado una serie de famosos por el espacio televisivo con más o menos responsabilidad en lo que ha constituido una difusión a gran escala de las prácticas espiritistas. Es una pena, en fin, que tanta gente haya depositado sus ilusiones y su esperanza, ya sea perdiendo su tiempo –en la pequeña pantalla– o su dinero –en los shows en directo– en lo que anunciaba esta señora y el entramado mediático montado a su alrededor.
Y como se ha visto que es un fraude, aunque nadie ha exigido mayores responsabilidades (¿se puede engañar a la gente así, a lo grande, y marcharse los culpables sin consecuencias?), parece que no ha pasado nada. Ella ha continuado con su gira espiritista por nuestro país, por lo que he visto en algunos medios locales, y asegura por activa y por pasiva que todo es real y que no ha engañado a nadie. En unas declaraciones recientes al diario levantino Información la inglesa decía, sobre los asistentes a su espectáculo: “algunos recibirán mensajes que les llenen de alegría y otros puede que queden decepcionados al no ser escogidos por los espíritus. Pero espero que incluso aquellos que no reciban un mensaje puedan sentir a sus seres queridos cerca”. Eso, creo yo, es seguir jugando con la credulidad de la gente.
Dice esta señora que son mejores las citas privadas (¿alguien sabe cuánto cobra por ellas?), ya que en un teatro, donde suele hacer estas convocatorias, “es más complicado”, pues “un número mayor de espíritus se comunican conmigo al mismo tiempo”. Lo mejor es cuando responde a las críticas con un cinismo pasmoso: “cada cual es libre de creer en lo que quiera y así es como deben ser las cosas. Pero la gente siempre puede venir al teatro y vivir la experiencia. Me encanta tener escépticos entre el público, siempre que vengan con la mente abierta”. Eso, que vengan, y así al menos habrán pagado una buena cantidad y les saldrá caro su escepticismo (la entrada más barata, ésa con la que te sientas atrás del todo, costaba 30 euros en la última sesión que he visto publicitada).
En fin, algunos se han echado las manos a la cabeza al reconocer que se trataba de un engaño, y así me lo han hecho saber. Yo, sin embargo, he respirado aliviado. ¿Por qué? Porque en todos estos fenómenos hay dos opciones: que sea mentira o que sea verdad eso de que la persona en cuestión oiga voces o visualice cosas. En este caso, parece que estamos ante una falsedad, aunque siempre queda la sombra de la duda, siempre puede haber algo que no encaje. ¿Y es que hay alguna posibilidad de que sea verdad? La hay, por supuesto. Y aquí viene el peligro de estas prácticas, un peligro que se da por partida doble.
En primer lugar, el peligro tiene un claro carácter psíquico. El espiritismo y todo lo que se mueve a su alrededor, con los estados de trance, alteración de la conciencia, percepción extrasensorial y contacto con supuestos seres de otras dimensiones, puede generar daños psicológicos. Lo han señalado muchos expertos en estos temas, y la experiencia lo demuestra. Uno se encuentra con personas que están desquiciadas en el sentido más literal: fuera de su quicio. Los familiares y amigos se quejan de que el sujeto, sin haber estado en una secta –cuando se da el caso–, se comporta como si hubiera estado en una, porque su personalidad se ha transformado radicalmente y parece que está fuera de sí.
Y en segundo lugar está el peligro de carácter sobrenatural. He estado a punto de escribir “para los que tienen fe”, pero me equivocaría al decirlo. Porque, para ser exactos, se trata de una situación objetiva y real, pero que sólo podemos “entender” desde una perspectiva creyente. Y es que cuando uno va conociendo casos de personas fuera del ámbito de la fe cristiana que se ven perturbados por fenómenos que no son capaces de comprender, pero que sí están convencidos de su carácter maligno, las cosas cuadran… ¿Habéis realizado alguna práctica espiritista o mágica?, es la pregunta que les hago, muy resumida aquí. La respuesta es positiva, siempre positiva, en alguna de las múltiples variantes del mundo del ocultismo.
Entonces, ¿de qué peligro sobrenatural se trata exactamente? De la acción del Diablo. Así de simple. Por eso la Sagrada Escritura ha alertado siempre sobre los intentos de contactar con los difuntos. No puede simplificarse la cuestión diciendo que se trata de una manía u obsesión del cristianismo o de la Iglesia católica. Nada de eso: el rechazo del espiritismo, vinculado a cualquier forma de adivinación o de magia, es algo común a las religiones monoteístas, porque a fin de cuentas significa buscar el sentido, el conocimiento o la verdad fuera de Dios, por otros “atajos”, perdiendo así la confianza radical que en el fondo es la fe y la relación con la Divinidad. Y cuando se abre esta puerta espiritual, el ser humano está expuesto a la acción sobrenatural negativa, a la del misterio del mal, que por la revelación sabemos que está personificado en unos seres concretos y reales: los ángeles caídos. Como una vez le leí a un experto en el espiritismo, no hay que ver demonios actuando por doquier –para ello harían falta pruebas–, pero sí hay que tener en cuenta la facilidad de que en estos casos el Diablo meta la cola.
Cuando los católicos celebramos el Año de la Fe (entre 2012 y 2013), no está de más recordar lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en su vigésimo aniversario, en sus números 2115-2117. Entre una serie de prácticas que son ajenas a la vivencia auténticamente religiosa y que atentan contra el primer mandamiento (“amarás a Dios sobre todas las cosas”) se habla directamente del recurso a médiums, de la evocación de los muertos y del espiritismo. La Iglesia, a lo largo de la historia, ha condenado estas conductas. Como suena mal lo de “condenar”, cabe la tentación de ser indulgentes con lo que cae bajo el peso de la crítica eclesial, de tener simpatía con la víctima de la condena. Sin embargo, aquí la comunidad cristiana actúa, una vez más, como experta en humanidad, por el bien del hombre, intentando alejarlo de aquello que lo separa de Dios y que lo daña. Con un daño que puede ir desde la estafa económica hasta la acción satánica, pasando por la mentira, la pérdida de la fe y las falsas esperanzas.
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