Reproducimos a continuación el artículo que ha publicado el portal católico Aleteia, firmado por Luis Santamaría del Río, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES). En él se aclara que las obras del popular escritor brasileño hablan de temas cristianos, pero se trata de uno de los mayores difusores contemporáneos de la Nueva Era.
El brasileño Paulo Coelho (Río de Janeiro, 1947) es uno de los escritores más traducidos y leídos en la actualidad, además de ser un referente espiritual para muchas personas. Se confiesa cristiano y dice leer constantemente la Biblia (que cita en sus libros), además de haber estudiado en un colegio jesuita, viaja a Lourdes con frecuencia y afirma que el Camino de Santiago cambió su vida, por lo que muchos lectores asumen que, al leerlo, se encuentran con una cosmovisión y una espiritualidad totalmente compatibles con el cristianismo. Sin embargo, una mirada a su figura y a su obra revela que estamos ante uno de los mayores difusores contemporáneos de la Nueva Era, con claras raíces en el ocultismo.
Una figura de extremos cautivada por el ocultismo
Aunque hay algunas biografías de Paulo Coelho, nos acercaremos a sus propias palabras para hacer el repaso de su figura y ver lo que hay detrás de su pensamiento, su espiritualidad y sus escritos. En 1999 el periodista español Juan Arias publicó Las confesiones del peregrino, un libro-entrevista que, como resultado de largas conversaciones con Coelho, repasa la vida entera del escritor, sin dejar a un lado los detalles más oscuros y escabrosos.
Nacido en 1947, estudió en un colegio de los jesuitas en el que dice haber perdido la fe. Inconformista por naturaleza, se adhirió a las doctrinas marxistas, y de ahí pasó al movimiento hippy, que se convirtió en su nueva familia.
En estos momentos entró a fondo en el mundo de la droga y el sexo. Después comenzó su búsqueda mística, se interesó por el orientalismo e incluso cayó en sectas. Hasta que “mi carácter extremista me llevó a buscar lo más fuerte, lo que estaba a la izquierda de la izquierda de la búsqueda espiritual”. Se incorporó a la sociedad secreta más “dura” que encontró y se acercó a la figura del importante ocultista Aleister Crowley. Tras dos años en aquella secta, tuvo una experiencia fuerte de presencia del Mal en su casa, y pensó que se moría, por lo que, después de encontrar un versículo bíblico que lo inspiró, dejó el ocultismo.
Más adelante, con 34 años, visitó el campo de concentración de Dachau, donde tuvo una experiencia espiritual muy honda que lo marcó, una especie de iluminación. Fue entonces cuando entró en un grupo esotérico, la Orden RAM. ¿En qué consiste? Según él, “se trata de una orden fundada hace más de cinco siglos, dentro de la Iglesia católica. En ella se transmite un lenguaje simbólico, a través de una tradición más bien oral. Pero no es nada secreto. El RAM es más una práctica de lo sagrado que una teoría del mismo. Por eso somos un grupo muy pequeño. De hecho, sigo teniendo sólo cuatro discípulos”. Después hizo el Camino de Santiago, experiencia que marcó su vida y lo confirmó como católico convencido, según él (y que explico más adelante).
De la alquimia vivida a la novela El Alquimista
Sin duda alguna, el texto que ha consagrado a Coelho como referencia literaria y espiritual mundial es su novela El Alquimista. El jesuita Fernando Castelli, crítico cultural, afirma que “más que una novela, es una fábula sapiencial, la historia de una iniciación”. Además, añade, “es un carrusel de ideas esotéricas” que destaca por su vago misticismo e incluso panteísmo (en el fondo, toda la realidad es divina, se identifica con Dios), y que no deja de ser “un mensaje de salvación, es decir, de carácter ético-religioso”.
El autor llena el texto con citas de sabiduría y hasta de la Sagrada Escritura. Se observan algunos lugares comunes de la Nueva Era: toda la realidad es una sola cosa, y el universo funciona, así, armónicamente; hay un “Alma del Mundo”, que hace posible el movimiento y la vida; hay un saber que lo abarca todo –presente, pasado y futuro–, que puede ser adquirido a través de la iniciación y que nos da sus pistas en forma de intuiciones; la muerte no existe como tal, ya que no se deja de existir, sino que el individuo se sumerge en lo colectivo, cambiando sólo su forma de ser.
Respondiendo a su título, la novela se centra en el mundo de la alquimia, que no es otra cosa que la clásica búsqueda de la Piedra Filosofal (capaz de convertir los metales en oro) y del Elixir de la Larga Vida. Un sinónimo de esta empresa alquímica es un concepto que Paulo Coelho repite en otros libros: “la Gran Obra”. Para cada persona, se trata de la autorrealización y la felicidad, una meta que en el autor recibe el atractivo nombre de “Leyenda Personal”, y que puede conocerse a través de los deseos y sueños de la juventud, cuando la persona no se ha corrompido por el materialismo del mundo. Por ello es fundamental escuchar al propio corazón: “escucha a tu corazón. Él lo conoce todo, porque proviene del Alma del Mundo, y un día retornará a ella”.
Al final, la redacción de Coelho lleva a identificar a la persona con la Divinidad, cuando se ha realizado la Gran Obra: “y el muchacho se sumergió en el Alma del Mundo y vio que el Alma del Mundo era parte del Alma de Dios, y vio que el Alma de Dios era su propia alma. Y que podía, por lo tanto, realizar milagros”. Como dice Castelli, en el escritor brasileño “el orden de la gracia es sustituido por el orden de la naturaleza, una naturaleza que tiene en sí misma la capacidad de divinizarse”.
Un Camino de Santiago manipulado
En su primera obra abordó el Camino de Santiago: Diario de un mago. Después, sobre todo en España, le ha añadido el antetítulo El peregrino de Compostela. Se trata de una novela de estilo autobiográfico, donde narra cómo, cuando va a recibir la espada de mago como momento culminante de su iniciación esotérica en la Orden RAM, convirtiéndose así en Maestre, se ve privado de ella y es enviado por sus superiores al Camino de Santiago para hallarla allí, haciéndose digno de poseerla, y sólo realizando esta peregrinación interior podrá convertirse en mago, su máxima aspiración. Para ello cuenta con la ayuda de Petrus, su guía en el Camino, que cumple la función de maestro o iniciado que lo acompaña e instruye.
Con ese juego típico de la narrativa esotérica contemporánea presenta al lector como reales hechos bastante inverosímiles o, al menos, muy difíciles de comprobar, aunque estén geográfica y cronológicamente ubicados (trayectoria del Camino francés, año 1986). Encontramos también ecos del chamanismo, al comparar su experiencia con la de Carlos Castaneda en su relación con el misterioso personaje del maestro indio Don Juan. Y todo ello mezclado con elementos cristianos, al introducir momentos de oración y referencias bíblicas. Relata una ceremonia templaria en el castillo de Ponferrada, y al final encuentra su espada en O Cebreiro.
Coelho resume así la enseñanza que él mismo halló en su peregrinación jacobea: “lo extraordinario reside en el Camino de las Personas Comunes”, una comprensión “que ahora trato de compartir con otros”. Encontramos, pues, un empeño en popularizar lo esotérico, sustrayéndolo del ámbito de lo iniciático y ofreciéndoselo al resto de los mortales en un arranque prometeico. En el Camino, Paulo Coelho se encuentra con ángeles y demonios, es testigo de milagros, lucha contra sus pulsiones internas… y su maestro, Petrus, le va enseñando algunos rituales y ejercicios conocidos como “las prácticas de RAM”, que aparecen desgranadas a lo largo del libro, intercalándose en el texto, hasta un número de once. Son los ejercicios que llevan al verdadero Conocimiento y que el autor comparte con sus lectores para favorecer el crecimiento espiritual.
Para que nos hagamos una idea de cómo entiende el autor la peregrinación, observemos lo que le dice supuestamente un monje al que conoce en Roncesvalles: “la Ruta Jacobea es sólo uno de los cuatro caminos. Es el Camino de la Espada. Puede traerte Poder, pero no es suficiente”. A su pregunta por los otros caminos, el padre Jorge afirma: “Conoces por lo menos dos. El Camino de Jerusalén, que es el Camino de Copas o del Graal, te dará la capacidad de hacer milagros; y el Camino de Roma o Camino de Bastos, que te permite la comunicación con otros mundos”.
Durante su peregrinación, Paulo es instruido en cómo contactar con su demonio personal (al que llama Mensajero) y entablar el Buen Combate, para hallar el Ágape. Como puede verse, se emplea un lenguaje de impronta cristiana pero se reinterpreta simbólicamente y en el marco conceptual del esoterismo, puesto que se repiten constantemente las alusiones a la Gran Obra y a la Tradición (términos alquímicos, como hemos visto antes).
Sus conceptos de Dios, la religión… ¿católicos o mágicos?
Coelho afirma ser un mago, “pero como lo son todos los que saben leer el lenguaje oculto de las cosas en busca de su destino personal”. Tiene una visión negativa de las religiones, ya que, dice, “cuando alguien viene y te dice: Dios es eso, es aquello, mi Dios es más fuerte que el tuyo. Así empiezan las guerras. La única manera de escapar de eso es entender que la búsqueda de la espiritualidad es una responsabilidad personal que no puedes transferir ni encomendar a otros”. Para él, en el fondo, la religión es estar unidos unos a otros adorando, da igual lo que sea. Su relativismo doctrinal queda patente cuando, después de reconocer que acepta sin problemas los dogmas de la fe católica, afirma que “todas las religiones tienen sus dogmas, que son paradigmas del misterio más profundo y arcano”.
¿Es católico Paulo Coelho? Como hemos visto, él se declara así. Cuando da detalles, afirma que el catolicismo “está en mis raíces culturales, en mi sangre”. Frente a la posibilidad del ateísmo, el brasileño eligió esta fe “como la forma de comulgar con el misterio, con otras personas que creen como yo. Y eso no tiene nada que ver con el cura que celebra la misa. El dogma es algo que está más allá de los ritos, la búsqueda del misterio es una búsqueda de gran libertad”.
De ahí, la crítica hacia lo religioso institucionalizado. Cuando el periodista Arias le pregunta: “¿Crees que toda búsqueda espiritual necesita de una Iglesia instituida?”, Coelho responde: “No. Al contrario, hay que estar muy atento cuando entras en una iglesia para que no intenten sustituirse a tu responsabilidad”. Para él, Dios “es una experiencia de fe. Y nada más… no existe un Dios a la medida de todos, porque es algo muy personal”.
Espiritualidad, sí, pero… ¿así?
El teólogo de la liberación Leonardo Boff dice haber defendido siempre a Paulo Coelho porque, en palabras de Juan Arias, “considera que en un mundo tan distraído y frío él despierta con sus libros el amor por el misterio y por el espíritu”. El estilo directo, sencillo y cautivador del autor hace de sus libros una lectura fácil y agradable, para el consumo de masas. Además, como él mismo reconoce, no se trata de simple literatura fantástica: “la mayoría de mis libros, aunque sean narraciones literarias, no son ficción. Son cosas verdaderas que yo he vivido”. Se presenta como un maestro de sabiduría, de un saber asequible al gran público, y con fórmulas para ser feliz de una forma muy sencilla.
No sólo estamos ante un hábil escritor que ha sabido aprovechar la sed espiritual de muchas personas para hacer el marketing de sus libros. Sus raíces ocultistas y las líneas principales de sus obras lo sitúan directamente en la estela de la Nueva Era. Al final, la salvación se encuentra en el propio individuo, en el propio ser humano, que descubre su propia divinidad y no necesita ni Iglesia, ni religión alguna, ni salvador… ni Dios. Por ello, concluye el jesuita Fernando Castelli, “su mensaje es ingenuo y peligroso”.
Para ampliar la información:
- Fernando Castelli, SJ, “El Alquimista de Paulo Coelho recorre senderos del New Age”, Humanitas 10 (1998), traducido de La Civiltà Cattolica.
- Luis Santamaría del Río, “Nuevas formas de búsqueda en el Camino”, II Congreso Internacional de Acogida Cristiana en el Camino y Nueva Evangelización, Santiago de Compostela, 2014. [Resumen]
(extraído de: http://infocatolica.com/blog/infories.php/1407250321-paulo-coelho-ialguna-objecion)
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