- Casi cuatro millones de personas fueron víctimas del tiránico programa diseñado para eliminar al movimiento nacional ucraniano y asesinar a los campesinos que se oponían a la colectivización de tierras agrícolas.
- Anne Applebaum, ganadora del Pulitzer en 2004, indaga en 'Hambruna roja' en aquel suceso
- Una nueva biografía sobre Lenin desmiente su buena fama en contraste con la brutalidad de Stalin: Lenin no fue un sádico, pero tampoco un inocente.
Hasta la segunda mitad de los años 80 del siglo pasado eran muy pocos los que habían escuchado una extraña palabra de origen ucraniano detrás de la cual se ocultaba una de las mayores masacres del comunismo soviético. Como había ocurrido en los años 60 con la aparición de El Gran Terror, el primer estudio sobre las purgas estalinistas de los años 30, fue el historiador británico Robert Conquest quien, con la publicación de La cosecha del dolor en 1986, volvió a desafiar a los complacientes intelectuales occidentales (empeñados en presentar el despiadado régimen soviético como la realización política del paraíso revolucionario), desvelando lo que Stalin se había esforzado en ocultar mediante la destrucción de pruebas documentales: el genocidio ucraniano que acabó con la vida de casi cuatro millones de personas con un método especialmente cruel: el hambre. Porque eso es lo que literalmente significa el término Holodomor: exterminio físico a través del hambre.
La obra de Conquest, escrita antes de la caída del Muro en 1989, significó un primer acercamiento a un hecho histórico que define como pocos la naturaleza criminal y asesina del régimen totalitario surgido del golpe bolchevique de 1917. Esa es una de las conclusiones que se desprenden de la lectura de Hambruna Roja, publicado en España por la editorial Debate, la obra en la que la historiadora estadounidense Anne Applebaum detalla cómo se planificó y se llevó a cabo un programa conscientemente diseñado por el Estado soviético con una doble finalidad política: eliminar físicamente a los campesinos que se resistían a la colectivización forzosa de las tierra agrícolas, sobre todo a los kulaks, pequeños propietarios de tierras y ganado; y, además, reprimir cualquier síntoma de nacionalismo ucraniano.
"Stalin", explica Applebaum a EL MUNDO en la sede madrileña del Instituto Aspen, "conocía la hambruna que sufría el país a comienzos de los años 30. Sin embargo, tomó la intencionada determinación en 1932 de endurecer las condiciones en Ucrania, incluyendo decenas de granjas colectivas y aldeas en las listas negras, bloqueando las fronteras del país para que la gente no pudiera irse y creando unas brigadas de incautación que iban de casa en casa quedándose con la comida de los campesinos. No se trata, por tanto, de una hambruna provocada por la meteorología o por la sequía. Ni siquiera por el caos. Y eso es lo que causó ese repunte en la mortalidad que se produjo en la primavera del 33, un patrón completamente diferente en Ucrania a lo que ocurrió en otros lugares de la URSS como Rusia o Kazajstán, donde también afectó la hambruna. De hecho, de los casi cinco millones de muertos en todo el país, unos 3,9 millones eran ucranianos".
Las causas de esa intervención fueron principalmente políticas, explica Applebaum, ganadora del Pulitzer en 2004 por su monumental Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos, columnista del Washington Post y especialista en los estudios sobre la URSS. "La hambruna fue un intento de acabar con el movimiento nacional ucraniano, porque Stalin tenía miedo de que volviesen a surgir las revueltas campesinas que en 1918 habían expulsado a los bolcheviques. El nacionalismo ucraniano se definía como proeuropeo y antiMoscú, es decir, cuestionaba la ideología bolchevique. No hay que olvidar que hoy hay mucha documentación de la que antes se carecía, incluidas cartas que escribió Stalin a dirigentes locales, en las que se habla de Ucrania como un problema muy concreto y muy especial. Stalin lo conocía bien, había estado allí durante la Guerra Civil y había sido comisario de Nacionalidades".
En una de esas cartas que Applebaum recoge en su obra, la destinada al escritor y dirigente Mijail Shólojov, Stalin no hablaba de los campesinos muertos como víctimas, sino como perpetradores. "Jamás negó, ni a Shólojov ni a nadie, que los campesinos hubiesen muerto por la hambruna causada por la política estatal de 1933, y desde luego, jamás se disculpó por ello (...) Al contrario, señaló con firmeza a aquellos que estaban muriendo como los responsables de la escasez de alimentos y las muertes en masa".
Porque después de la hecatombe que supuso el experimento, hubo que buscar culpables. "Stalin", continúa Applebaum, «que no hacía sino interpretar y continuar la línea de pensamiento de Lenin, partía de la teoría marxista sobre la colectivización. No hay duda de que él pensaba que tendría éxito. Por eso la puso en práctica. Y cuando vio el fracaso no quiso reconocer que la teoría era errónea, por lo que recurrió a los saboteadores, a los espías, a los nacionalistas ucranianos y a los viejos campesinos, empeñados todos en que no tuviera éxito la revolución. Gran parte de la violencia soviética se debe a esto, a que su interpretación del marxismo fue un fracaso y no querían admitirlo. Por eso, extrañó que en el 89 los comunistas tiraran la toalla y no intentaran resistirse. Cuando cayó el Muro, podían haber disparado contra la gente para impedir que cruzaran, pero no lo hicieron porque no creían ya en su propia ideología".
Las medidas especiales contra los ucranianos, que no se limitaron a los campesinos, sino que afectaron a la élite cultural, intelectual y religiosa de la república, se detuvieron en el verano de 1933, no porque Stalin tuviese ningún respeto a la vida, que no lo tenía, sino porque se dio cuenta de que faltaban agricultores para seguir trabajando la tierra más fértil del territorio y hubo que trasladar a miles de personas para reponer la mano de obra eliminada tras un genocidio cuyo objetivo era la aniquilación política y culturalmente de la nación ucraniana.
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