La
“teóloga” española Cristina Inogés Sanz, una de las relatoras del inicio del
Sínodo, se define a sí misma como “teóloga de espíritu beguino”[1]. Esta
auto-declaración nos lleva a preguntarnos: ¿qué es un “espíritu beguino”? La respuesta
nos la da la Real Academia Española, según la cual, la definición de “beguino”
es: “begardo, da. Del fr. begard, y este del neerl. beggaert “monje mendicante”.
1. adj. Seguidor de doctrinas análogas a las de los gnósticos e iluminados,
que, en los siglos XIII y XIV, defendía, entre otras cosas, la impecabilidad
del alma humana cuando llega a la visión directa de Dios, lo cual creía posible
en esta vida. Apl. a pers., u. t. c. s.”[2].
Según
esta definición, un begardo es un hereje gnóstico que afirma que, ya en esta
vida terrena, es posible la visión directa de Dios, lo cual es un grave error,
ya que dicha visión sólo es posible en la otra vida, en la vida eterna y solo
recién cuando el alma ha sido glorificada; recién entonces tiene lugar la
visión directa de Dios Uno y Trino. Afirmar, como lo hace esta “teóloga”, que
es posible, ya desde esta vida terrena, tener una visión beatífica de la
Santísima Trinidad, es una herejía que va en contra de las enseñanzas de
Nuestro Señor Jesucristo y de todo el Magisterio de la Iglesia Católica. La pregunta
entonces es la siguiente: ¿qué hace, en un sínodo de la Iglesia Católica, una
hereje gnóstica –ella misma se proclama ser de “espíritu beguino”-, que no solo
no quiere convertirse a la verdadera religión católica, sino que pretende que
los católicos nos convirtamos en otros tantos herejes como ella? En pocas
palabras, su presencia y participación en un sínodo católico no tiene sentido
ni razón de ser.
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