Las constelaciones
familiares son una técnica pseudoterapéutica creada por Bert Hellinger, un
exsacerdote alemán que, tras abandonar la Iglesia y adoptar influencias de
corrientes esotéricas, desarrolló esta práctica mezclando elementos del
psicoanálisis, la fenomenología, el chamanismo y creencias orientales sobre las
“energías” del clan familiar. Según esta teoría, los conflictos personales
(ansiedad, enfermedades, rupturas, adicciones, etc.) no son solo fruto de la
historia individual, sino de “lealtades invisibles” con los miembros del
sistema familiar, incluso de generaciones pasadas. Así, si un bisabuelo fue
rechazado o un tío fue excluido, esa "desarmonía" afecta
inconscientemente al individuo hoy. La solución, según esta propuesta, es “reordenar
el sistema familiar” mediante una representación escénica en grupo, donde
personas desconocidas asumen el papel de padres, abuelos o hermanos, y por
medio de frases rituales y movimientos simbólicos, se “sana” el sistema.
Este método ha ganado
popularidad entre católicos por varias razones. Primero, porque toca una
realidad profundamente humana: el deseo de comprender y sanar las heridas
familiares. Segundo, porque ofrece una experiencia intensa y emocionalmente
catártica, que muchos confunden con una experiencia espiritual. Y tercero,
porque emplea un lenguaje aparentemente compatible con la fe: habla de “orden”,
de “reconciliación”, de “honrar a los padres”, de “sanar el linaje”... todo eso
puede sonar cristiano, pero está lejos de serlo.
El gran problema es que
las constelaciones familiares parten de una antropología que niega o sustituye
la verdad revelada. Se enfocan en las "energías" del sistema
familiar, no en la libertad personal ni en la gracia. Ignoran el pecado
original, como raíz profunda de todo desorden en el alma y en la familia, y
desplazan la responsabilidad individual hacia un determinismo espiritual
disfrazado de psicología. No se busca el arrepentimiento, ni el perdón
sacramental, ni la sanación por Cristo. Se pretende "sanar" a través
de actos simbólicos que bordean lo ritual, muchas veces siniestramente
parecidos a prácticas ocultistas.
La Iglesia ha advertido
de los peligros de este tipo de métodos, porque pueden abrir puertas a
influencias espirituales indebidas, generar confusión doctrinal y alejar a las
personas de los sacramentos, de la confesión y de la verdadera conversión del
corazón. La sanación del alma no se logra con frases teatrales dirigidas a un
"abuelo que sufrió en la guerra", sino con una vida nueva en Cristo,
con humildad, perdón y entrega total a la gracia.
La fe católica no
necesita constelaciones, porque tiene luz más que suficiente en la Revelación.
Lo que sana el alma no es la energía del sistema familiar, sino la Sangre de
Cristo.
Quien quiera sanar su
historia familiar, no necesita invocar ancestros: necesita confesar sus
pecados, perdonar con el corazón… y permitir que Cristo reine en su árbol
genealógico.
(Cfr. https://www.facebook.com/profile.php?id=61574601220163)

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