Un amuleto o signo muy extendido en las culturas orientales, y que muchos usan como talismán sin saber lo que significa
Según evidencia arqueológica, los amuletos fueron muy comunes en las antiguas culturas de las tierras bíblicas. Los amuletos son colgantes u otra clase de objetos mágicos y/o encantados, usados por la gente para protegerse a sí mismos de energías negativas, del mal y de lesiones, y también para traer buena suerte.
Junto con otras clases de talismanes, los amuletos están llegando a ser muy populares en nuestros días. Uno de estos, que se usa en colgantes, brazaletes o tatuajes es “La mano de Jamsa” (Árabe) o “La mano de Fátima”.
Cada vez estamos más habituados a contemplar el Árbol de la Vida, un símbolo fácilmente identificable y atractivo que triunfa en las ventas de joyería y bisutería. Podemos encontrarlo colgado del cuello de muchas personas, además de ganar terreno en el campo de la decoración y el interiorismo.
El Árbol de la Vida se asocia inmediatamente con sensaciones positivas, ya que se trata de una imagen que nos remite a la naturaleza, al estar arraigados, al crecimiento… Y, cómo no, nos recuerda al árbol genealógico y nos hace pensar en la importancia de la familia y en el valor que tienen para nosotros aquellos que nos precedieron.
Recientemente se pudo ver en algunos lugares de España el uso de este símbolo en el contexto del Día Mundial contra el Cáncer de Mama. Incluso se realizó alguna escultura de gran formato como representación del Árbol de la Vida, para así enviar “un mensaje de apoyo a los pacientes” en Palma de Mallorca. O escribir “sentimientos e inquietudes y depositar mensajes de esperanza y ánimo” en el caso de Algeciras.
¿Una simple joya y adorno, entonces? ¿Un símbolo universal aprovechable como decoración o incluso como iniciativa mural solidaria? Sí, pero… mucho más.
No hace falta profundizar demasiado para encontrar, en cualquier publicidad del Árbol de la Vida, una explicación detalladísima de su hondo contenido espiritual. Utilizado en diversas culturas y civilizaciones, sería también hoy “una fuente de fuerza espiritual, una conexión entre el mundo superior y el mundo inferior, otorgando sabiduría, seguridad y fortaleza a quien lo porta”.
Así, es considerado un amuleto protector, un talismán que protege de todo lo negativo –hasta del “mal de ojo”–; y que “está vinculado a energías positivas, a un sentimiento de positivismo, sanación, curación y regeneración, tanto espiritual como corporal”, lo que le aporta su faceta pseudoterapéutica de la Nueva Era (New Age), donde tiene tanta popularidad toda referencia a armonía, buenas vibraciones o energía positiva.
Se asegura a los portadores del Árbol de la Vida que éste “les atraerá aquellas energías positivas que les harán crecer como persona; así como crecen las rama de los árboles a través del tiempo, con el fin de alcanzar la abundancia, tranquilidad y prosperidad tan anhelada”. Y no sólo eso, porque es un “puente entre esta vida y la siguiente”.
En el repaso histórico que hacen los propagadores del Árbol de la Vida, rastreando la presencia del símbolo en distintas culturas y religiones, se refieren, como es lógico, a su importante aparición en la Biblia, concretamente en su primer libro.
Efectivamente, en el Génesis encontramos dos árboles fundamentales para la explicación de los orígenes del universo y del ser humano.
El libro que encabeza la Torá judía y la Sagrada Escritura cristiana habla de dos árboles principales en el jardín del Edén. Se lee en Génesis 2,9: ç
“El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal”.
En este sentido, hay que subrayar esto de los dos árboles, aunque suene repetitivo. Porque en algunas explicaciones actuales del Árbol de la Vida se confunde a éste con el otro, el más conocido por ser el objeto del pecado de Adán y Eva.
Y lo que suele olvidarse es que la fe cristiana sí habla de este símbolo, pero identificándolo con la cruz de Cristo, que es el verdadero árbol que da la vida eterna al mundo, algo que se repite en la liturgia de la Iglesia (véase, por ejemplo, el himno medieval Crux fidelis).
La cábala entra en escena
En conexión con esas raíces bíblicas, y dejando de lado todas las interpretaciones celtas, egipcias o persas –entre muchas otras–, la mayoría de versiones del Árbol de la Vida se refieren a su origen cabalístico. La cábala no es más que una derivación mística del judaísmo que acaba siendo directamente gnóstica y esotérica.
Y es que en la cábala tiene mucha importancia la imagen del Árbol de la Vida, que conecta directamente con su concepto de la divinidad: en su Libro de la Creación (Sefer Yetzirah) leemos que Dios crea el mundo a través de las 22 letras del alefato hebreo y los 10 números. Estos números son llamados sefirot (esferas o coronas).
Es habitual encontrarnos en los libros de cábala a los 10 sefirot representados esquemáticamente con la forma del Árbol de la Vida o “árbol sefirótico”.
Así, en una sola imagen podríamos contemplar la creación de todo lo que existe a través de las sucesivas emanaciones del Altísimo.
En esta línea de la cábala podemos dar un paso más, algo muy habitual cuando nos adentramos en los terrenos de la Nueva Era… y nos topamos, así, con el más puro esoterismo.
Podemos hacerlo, por ejemplo, de la mano de Dion Fortune (1890-1946), importante autora ocultista británica y fundadora de la Sociedad de la Luz Interior.
En su popular libro Autodefensa psíquica afirma de forma rotunda que “en la Qábalah encontramos el esoterismo del Antiguo Testamento”.
Y desde esta perspectiva escribe que en este sistema de pensamiento gnóstico “el Creador es concebido como trayendo el universo a la manifestación a través de una serie de Emanaciones Divinas, en número de diez. Éstas son llamadas los Diez Santos Sefiroth, y son representadas en un diagrama particular. Éste es el famoso Árbol de la Vida, la clave de todo simbolismo”.
La autora establece los vínculos del símbolo con la astrología, ya que “los planetas, los elementos y los Signos del Zodíaco están todos conectados íntimamente con los Sefiroth, estando dispuestos sobre el Árbol de la Vida en un modelo conocido sólo por los iniciados”, en una argumentación clásica del esoterismo: un conocimiento especial reservado para unos pocos.
Dion Fortune insiste en que se trata de un concepto clave en el conocimiento de lo divino: “la doctrina de los Diez Santos Sefiroth, dispuestos en su patrón correcto para formar el Árbol de la Vida, es de valor incalculable en permitirnos concebir el Invisible”.
Por eso no extraña que haya dedicado todo un tratado a este tema: La cábala mística.
Y como es también muy común en la Nueva Era, mezcla términos cristianos en su tratamiento del tema. Cuando dice que “el ocultista no ignora la fuerza del Cristo; la reconoce entre la jerarquía de fuerzas supremas del universo, aunque pueda no estar preparado para asignarle la posición exclusiva que ocupa en el corazón del místico Cristiano. En la Tradición Occidental está simbolizada por Tifareth, el Sefira central de los Diez Santos Sefiroth del Árbol de la Vida Qabalístico”.
«Energía universal»
No habla de Cristo, sino de “el Cristo” como una fuerza suprema, como una energía universal. De ahí lo engañoso del lenguaje de la Nueva Era y del esoterismo cuando utilizan términos cristianos.
Y de ahí, también, lo ambiguo y peligroso de lo que, en principio, parecía un simple símbolo de significado positivo y de “buena onda”.
En el fondo no es más que otro amuleto, otro objeto de reminiscencias supersticiosas y mágicas –y hasta ocultistas, como hemos visto– y nada que pueda acercar a Dios, sino encerrarnos cada vez más en una espiritualidad autorreferente llena de armonía y energías… que no vienen de Él.
El mito de la sinodalidad cultivado por Francisco es un retorno a Babel. Lleva al colapso de la cultura católica, escribe monseñor Nicola Bux en LaNuovabq.it sobre el Sínodo de Francisco y sobre el camino sinodal alemán.
Política en lugar de religión.
Según Bux, los problemas que no se abordan en el Sínodo de Francisco son la secularización, la ignorancia religiosa, el colapso de las vocaciones, la vida moral, la gracia como condición para recibir los sacramentos, la conversión y los Evangelios. En el Sínodo sólo se habla de política, economía, redistribución de la riqueza, solidaridad, bien común y ecología. Según el documento de trabajo, el objetivo es un "nuevo humanismo integral". Bux se pregunta si el humanismo que enseñó Cristo ya no es suficiente. O en palabras de San Ireneo Cristo trajo todo lo nuevo trayéndose a sí mismo - omnem novitatem attulit semetipsum afferens.
Otra Iglesia.
Para Bux, el objetivo de estos sínodos es una supuesta democratización de la Iglesia. Pero según el Concilio Vaticano II (Ad gentes 2), la Iglesia es misionera por naturaleza, no sinodal. Cristo llamó a las personas a salir de la realidad de sus vidas y a entrar en la Iglesia. Pero Pablo VI ya acuñó el lema de una Iglesia que "sólo sirve", que Francisco reformuló como una Iglesia "plenamente sinodal". En cambio, la Lumen Gentium 18 dice que la Iglesia es jerárquica, es decir, gobernada por hombres consagrados. Pero el Sínodo de Francisco quiere una Iglesia diferente: no un signo e instrumento de salvación, sino un megagrupo de supuesta corresponsabilidad y supuesta escucha.
Infantilismo.
El documento de trabajo del Sínodo dice con Francisco que el objetivo es -cito- "sembrar sueños", así como "hacer surgir profecías y visiones". Bux replica que apelar a sueños y visiones revela un creciente infantilismo eclesiástico y una desconfianza ideológica hacia la razón y la inteligencia.
La tragedia se convierte en farsa.
Bux concluye que las anteriores asambleas sinodales no han aportado un progreso misionero visible ni mensurable, sino que sólo han suscitado expectativas sobre el matrimonio de los sacerdotes, la ordenación de las mujeres y la inmoralidad sexual. Habla de un cisma de facto no declarado. Cita: "Con la sinodalidad, estamos pasando de la tragedia a la farsa".
(De Chiesa e post concilio - 29/1/22) Ya era inconcebible. A continuación se muestra un giro ocultista inquietante. Releyendo "Los Profetas de la Ilustración" del historiador Vincenzo Ferrone (Editorial Laterza, 2000) descubro en la página 230 que en el siglo XVIII el culto a la Pachamama (y Pachacamac) había sido introducido en la masonería napolitana por Raimondo di Sangro, príncipe de Sansevero (1710 -1771) el más célebre esoterista italiano, junto a Cagliostro, del siglo XVIII, Gran Maestre y máximo representante del Rito Tradicional Egipcio, el rito más mágico, ocultista y misterioso de la Masonería.
La Iglesia de Bergoglio aparentemente hizo una elección neo-amazónica del Tercer Mundo (lo que ya es horrendo en sí mismo), pero en realidad habría adorado abiertamente a entidades que se han venerado en las logias masónicas más oscuras durante casi tres siglos. No lo podía sospechar Ferrone (el libro es del año 2000 -ndr: el primer acto pachamámico oficial en el Vaticano con Francisco fue en 2019-). Ferrone es un historiador laicista que no tiene ninguna actitud prejuiciosa hacia la masonería.
¿Bergoglio lo hizo impunemente, a la luz del sol?
¿Bergoglio como Gran Maestre? ¿De hecho peor?(Martin Mora)