(Autor anónimo)
Era de noche, una noche muy oscura cuando, abrazado al
crucifijo, escuché unas voces y puesto que estaba somnoliento, pensé primero
que era un sueño. Detrás de una pared, yo los escuchaba y veía, pero ellos no
podían verme. Eran unos hombres siniestros, envueltos, literalmente, en la
oscuridad; estos hombres, iluminados por una tenebrosa luz negra, proyectaban
oscuras sombras, pero esas sombras tenían vida, de manera tal que podían ser
llamadas “sombras vivientes” y actuaban, literalmente, como si fueran las almas
de las almas de estos desalmados. El que parecía dirigir la reunión comenzó
diciendo: “Hail, Satán!”, a lo cual los otros respondieron: “Hail, Satán!”. Luego
dijo: “Crearemos un micro-organismo, el cual provocará algunas muertes pero luego, a
través de los medios, que son de los nuestros, incrementaremos artificialmente
la cantidad de fallecidos, para crear pánico en la población”. “¿Y entonces?”,
preguntó uno de los siniestros que participaba de la reunión. “Entonces –respondió
el principal- haremos aparecer una solución, un fármaco que les hará creer que
elimina al patógeno”. “Pero así estaremos realizando un bien”, objetó otro de los
siniestros, molesto ante la sola posibilidad de hacer algún bien a la humanidad.
“De ninguna manera”, prosiguió el principal, “porque el fármaco es experimental
y no sólo no eliminará al micro-organismo, sino que lo potenciará. De esta manera,
cercaremos a la población por dos frentes y así no podrán escapar de nuestras
manos”. “¿Y los que se opongan al fármaco?”, cuestionó un tercero. “A los que
se opongan los encarcelaremos, utilizando las fuerzas de seguridad que también están
de nuestro lado”. “¿Entonces será el momento de la aparición?”, preguntó un
cuarto siniestro. “Sí, entonces será el momento de la aparición de aquel que
llaman “Inicuo”. Nuestro plan está en marcha y nada, humanamente hablando,
podrá detenerlo. Hail, Satán!”, dijo con voz fuerte, dando por terminada la
reunión. “Hail, Satán!”, respondieron los otros a una voz. Fue entonces que,
llevado por una fuerza sobrenatural que surgía del crucifijo, fui levantado y
se me dijo que, elevando en alto la Santa Cruz y el Santo Rosario, me
dispusiera a la batalla e invocara al Señor de los ejércitos, porque no era un
sueño, sino la realidad.
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