"La humanidad no encontrará la paz hasta que no vuelva con confianza a mi Misericordia" (Jesús a Sor Faustina)

jueves, 13 de marzo de 2014

De unos cristos a esta parte

 por Luis Santamaría 
Después de haberse hecho público que un joven zamorano afirma ser Cristo y que ha contratado una valla publicitaria para darlo a conocer, el sacerdote Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), ha publicado un artículo en el diario local, La Opinión-El Correo de Zamora, en el que reflexiona sobre los extremos a los que pueden llegar estos casos. Lo reproducimos a continuación.
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Perdón por la irreverencia del título, pero ahora toca hacer repaso histórico. En unos días en los que la pretensión de un paisano nuestro sorprende a unos y causa irrisión a otros, vale la pena echar una ojeada a los casos más recientes de personas que han afirmado ser Cristo o Dios y a qué extremos han llegado sus delirios mesiánicos. Si bien es verdad que el catálogo contemporáneo de supuestos salvadores de la humanidad es amplísimo, me detendré en dos casos que acabaron en sucesos y nos pueden hacer pensar.
En mayo de 2012 algunos medios de comunicación mexicanos informaron sobre la actuación del “nuevo Jesucristo” en la localidad de Nuevo Laredo y publicaron algunas denuncias de ex adeptos que habían sufrido hasta quedarse sin dinero, sin familia y sin libertad. El protagonista se llamaba Ignacio González de Arriba, un asturiano emigrado que había fundado “los Defensores de Cristo”, un grupo que mezclaba elementos cristianos con nociones de autoayuda, espiritualidad y sanación.
Todo comenzaba con cursos de “bioprogramación”, y después ofrecían solucionar cualquier clase de problemas, ya que el “doctorado en metafísica teológica” que prometía el cristo asturiano abarcaba un curioso abanico de funcionalidades, entre la realización de viajes astrales y la posibilidad de hacer milagros, pasando por la hipnosis, los exorcismos, la prosperidad en los negocios y la curación del cáncer.
Se trataba de un grupo pequeño, con una veintena de adeptos, entre los que se encontraban las dos “esposas” del líder. Muchos consideraron que se trataba de una rareza más, uno más de los líderes carismáticos que se aprovechan de la debilidad de las personas. Y ahí habría quedado la cosa… hasta que a las autoridades les dio por actuar, y hacerlo bien. En enero de 2013 un operativo policial terminó con la detención de González de Arriba y otras 23 personas de diversas nacionalidades –menores incluidos–.
Uno de los datos destacados por los medios fue el “sometimiento sexual” que ejercía el líder sectario de las mujeres pertenecientes a su movimiento. Los agentes mostraron su extrañeza por el aspecto de los adeptos. En la comuna “traían la ropa sucia, desgarrada; no tenían higiene ni con su persona”, declararon. Las páginas de Internet de la secta parecían simples delirios de un trastornado que decía hasta parecerse físicamente a Jesucristo. Las consecuencias de la doctrina de este gijonés que hacía llamarse también “Maestro Fénix” ya hemos visto cuáles fueron.
Vamos a por el segundo caso, con un final aún peor. Tenemos que remontarnos a noviembre de 2012, en plena efervescencia de las profecías mayas y demás propuestas apocalípticas que hacían que nos fijáramos en el 21 de diciembre (asunto que he analizado a fondo en el libro Entre las sectas y el fin del mundo). En Chile tuvo lugar un crimen que sólo se conoció unos meses después, cuando en abril de 2013 la policía detuvo a cuatro miembros de una secta, un grupo innominado al que la prensa llamó “secta de Colliguay”, por ser ésta la localidad donde se llevó a cabo el “ritual de sanación” que explicaré después. Lo dirigía Ramón G. Castillo Gaete, de 35 años, quien hacía llamarse “Antares de la Luz” y decía ser Dios.
El protagonista de esta historia comenzó a formar el grupo en 2005, con reuniones y actividades esporádicas –sobre todo retiros espirituales en los que se consumían estupefacientes para entrar en trance–, y la cosa fue a más. Antares tenía relaciones sexuales con las adeptas asegurándoles que no podían quedar embarazadas, ya que él era Dios. Cuando una de ellas descubrió que lo estaba, el padre de la criatura aseguró que se trataba del “anticristo”, y que había que matar al bebé cuando naciera. Cuando el niño contaba con sólo tres días de vida, en un ritual lo arrojaron a una caldera con fuego ardiendo “para salvar el mundo”. Un grupo pequeño, con una docena de adeptos, que acabó con un fin trágico. Después de una búsqueda policial internacional, el cristo chileno fue hallado en Cuzco (Perú), fallecido después de ahorcarse.
Dos ejemplos cercanos en el tiempo que nos muestran los extremos a los que pueden llegar las patologías de lo religioso. ¿Es para reírse y apuntar con el dedo índice a la cabeza cuando se contempla una valla publicitaria, o es para preocuparse?

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